Claudia Piñeiro, el último relato de la serie nos
muestra a una escritora de éxito que encuentra en su firma de libros a un
misterioso hombre. Aquí os dejo el enlace al relato
completo.
Eduardo Estrada |
(…) El editor deja a Samantha en su
casa. “¿Seguro que no te da miedo quedarte sola?”, le dice. El comentario tiene
una doble intención, ella lo sabe. Desde su divorcio él ha intentado acercarse,
hasta un día tomó coraje y le dijo: “Dejemos la literatura de lado, nosotros
dos, hombre, mujer”.
Pero ella no ha aceptado, todavía no está para pensar en una nueva relación. Samantha le da un beso y se baja. El editor espera hasta que entre en la casa. Ella revisa el buzón, toma la correspondencia, saluda y cierra la puerta. Le llama la atención un sobre. Lleva su nombre al frente y entre paréntesis dice: LADRONA. Lo abre temblando. Encuentra lo que sospecha, una carta donde el hombre de la mochila, que dice llamarse Pedro Laborde, declara que le envió tres ejemplares manuscritos por correo el año anterior, uno en marzo, uno en agosto y el último en octubre. Luego se extiende sobre las virtudes del texto “que me doy cuenta usted también valoró”. Y termina amenazando: “No me volveré a poner en contacto con usted, pero si no declara públicamente que yo soy el autor, en 72 horas me suicidaré y usted cargará toda la vida con eso”. Samantha siente que va a desmayarse. Marca el número del editor pero corta. Mejor se lo dirá mañana. O tal vez llame directamente a su abogado. En cualquier caso no teme que el hombre se mate, dicen que los suicidas lo hacen sin avisar. Se toma una pastilla para dormir, sabe que sin la ayuda del fármaco no le será fácil.
Pero ella no ha aceptado, todavía no está para pensar en una nueva relación. Samantha le da un beso y se baja. El editor espera hasta que entre en la casa. Ella revisa el buzón, toma la correspondencia, saluda y cierra la puerta. Le llama la atención un sobre. Lleva su nombre al frente y entre paréntesis dice: LADRONA. Lo abre temblando. Encuentra lo que sospecha, una carta donde el hombre de la mochila, que dice llamarse Pedro Laborde, declara que le envió tres ejemplares manuscritos por correo el año anterior, uno en marzo, uno en agosto y el último en octubre. Luego se extiende sobre las virtudes del texto “que me doy cuenta usted también valoró”. Y termina amenazando: “No me volveré a poner en contacto con usted, pero si no declara públicamente que yo soy el autor, en 72 horas me suicidaré y usted cargará toda la vida con eso”. Samantha siente que va a desmayarse. Marca el número del editor pero corta. Mejor se lo dirá mañana. O tal vez llame directamente a su abogado. En cualquier caso no teme que el hombre se mate, dicen que los suicidas lo hacen sin avisar. Se toma una pastilla para dormir, sabe que sin la ayuda del fármaco no le será fácil.
Tres días después, Pedro Laborde
aparece colgando de un árbol, frente a la editorial. Tiene en el bolsillo una
carta dirigida a los editores donde dice más o menos lo mismo que explica en la
carta que le mandó a ella. El asunto se convierte en un escándalo que cubren
todos los medios. Pasan semanas hablando en diarios, radios, canales de
televisión. Hasta que aparece un asunto de mayor interés y la cobertura
mediática decae. Samantha declara ante la policía y la justicia. El hombre
tenía antecedentes de desordenes psicológicos, estuvo internado dos veces. La
novela va por la octava edición. “Bueno, al final nos hizo un favor”, le dice
el editor cuando la llama para avisarle de la novena tirada de su novela. “No
me hace gracia el chiste”, responde Samantha. Corta y va a su escritorio, saca
del último cajón las tres copias que había recibido por correo, en marzo,
agosto y octubre del año pasado. Las quema dentro de la pileta de la cocina,
espera que ardan. Junta las cenizas en un jarrón. Cuando vaya al mar las va a
esparcir, como si se tratara de las cenizas de un muerto. (…)
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