Guadalupe Nettel, En este primer relato de la serie titulada Bacalar se dan las memorias de una
niña junto a sus padres, sus amigas y sus vivencias en las vacaciones de verano. Aquí os dejo el enlace al relato
completo.
Eva Vázquez |
(…) Con nuestra hermana mayor
intercambiábamos cartas a lo largo del curso escolar. Nosotros le describíamos
la vida en Quintana Roo y ella nos mandaba postales de Saint Michel y del
centro Pompidou. Sin embargo fueron muy pocas las ocasiones que teníamos de
reunirnos con ella.
Hasta que a mi padre se le ocurrió invitarla a pasar los veranos en la casa de playa de mi abuela. Fue un periodo excepcional que nos permitió entender muchas cosas acerca de la familia y el temperamento de cada uno de sus miembros, sobre todo de Uma, a quien conocíamos menos. Ella no mostró sus cartas desde el principio. Se mantuvo discreta y silenciosa las dos primeras semanas. Parecía triste, y sospechamos que era por la ausencia de su madre. Pasaba horas mirando las fotos que mi abuela conservaba del tiempo en que sus padres vivían juntos y los viajes que hicieron a esa misma playa. Cuando estábamos con ella, mi hermana, mi madre y yo éramos muy respetuosas y no sería exagerar decir que una culpa soterrada animaba ese respeto.
Hasta que a mi padre se le ocurrió invitarla a pasar los veranos en la casa de playa de mi abuela. Fue un periodo excepcional que nos permitió entender muchas cosas acerca de la familia y el temperamento de cada uno de sus miembros, sobre todo de Uma, a quien conocíamos menos. Ella no mostró sus cartas desde el principio. Se mantuvo discreta y silenciosa las dos primeras semanas. Parecía triste, y sospechamos que era por la ausencia de su madre. Pasaba horas mirando las fotos que mi abuela conservaba del tiempo en que sus padres vivían juntos y los viajes que hicieron a esa misma playa. Cuando estábamos con ella, mi hermana, mi madre y yo éramos muy respetuosas y no sería exagerar decir que una culpa soterrada animaba ese respeto.
Kali y yo sabíamos que, al nacer,
habíamos destruido su vida. Por eso, durante las vacaciones, todos, empezando
por nosotras y por mi abuela, pero también mi padre, organizamos nuestra
cotidianeidad alrededor de ella y sus designios. Papá y mamá dejaron de fumar
hierba en los espacios comunes, abandonamos la estricta dieta macrobiótica para
sujetarnos a sus antojos, cambiamos nuestros modales, nuestra forma de hablar y
hasta nuestro idioma para adaptarnos a los suyos. Ella se daba cuenta del poder
que tenía y tarde o temprano empezó a abusar de éste. Sin tomar en
consideración nuestros esfuerzos, se mostraba altiva, criticona, incluso
déspota. Así ocurrió durante tres veranos. Apenas ponía un pie en la casa,
empezaba a acomodar nuestras cosas en los armarios de las habitaciones. Nos
tenía prohibido prestarnos ropa, mucho menos el bikini. En la calle, estaba
atenta a todos los comentarios de los transeúntes acerca de nosotras y no
resistía a la tentación de reseñarlos: “Esa mujer acaba de decir que yo soy muy
guapa, mientras que ustedes dos son gordas y feas”. “El cartero no entiende
cómo papá cambió a mi madre por su nueva esposa”. Nada de lo que éramos le
gustaba y llegó incluso a cambiarnos el nombre. Nosotros no reaccionábamos a
estas agresiones. La culpa que sentíamos era mayor que nuestro orgullo. (…)
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