domingo, 27 de enero de 2013

Fragmentos Nº103: El guardián invisible



Dolores Redondo
El guardián invisible

Fundada en 1865, Mantecadas Salazar era una de las fábricas de dulces más antiguas de Navarra; seis generaciones de Salazar habían pasado por ella, aunque había sido Flora, relevando a sus padres, la que había  sabido darle el impulso necesario para mantener un negocio de esas características en el época actual. Se mantenía el cartel original enmarcado en la fachada de mármol, y las anchas contraventanas de madera se habían sustituido por gruesas cristaleras ahumadas que no permitían ver el interior. Rodeando el edificio, Amaia llegó hasta la puerta del almacén, que cuando trabajaban permanecía siempre abierta. Golpeó con los nudillos. Mientras entraba observó a un grupo de operarios que empaquetaban pastas mientras charlaban. Reconoció a algunos, los saludó y se dirigió al despacho de Flora aspirando el aroma dulzón de la harina azucarada y de la mantequilla derretida que durante años formó parte de su ser, impregnando su ropa y su cabello como una huella genética. Sus padres habían sido los precursores del cambio, pero Flora lo había llevado a cabo con pulso firme. Amaia vio que había sustituido todos los hornos excepto el de leña y que las antiguas mesas de mármol sobre las que amasaba su padre eran ahora de acero inoxidable. Ahora había unos dispensadores con pedal y las diversas zonas estaban separadas por cristales limpísimos; de no haber sido por el penetrante olor del almíbar le habría recordado más a un quirófano que a un obrador. Por el contrario, el despacho de Flora resultaba sorprendente. La mesa de roble que reinaba en un rincón era el único mueble propio de una oficina. Una gran cocina rústica con una chimenea y una encimera de madera hacían las veces de recepción; un gran sofá floreado y una moderna cafetera exprés completaban el conjunto, que era realmente acogedor.

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