J.
K. Rowling
Una
vacante imprevista
Los
portadores eran tan desiguales que casi daban risa: los dos hermanos de Barry
no llegaban al metro setenta, mientras que Colin Wall, que iba detrás, medía uno
noventa, de manera que la parte trasera del féretro quedaba bastante más alta
que la delantera. El ataúd no era de caoba pulida sino de mimbre.
«Pero
¡si es una puñetera cesta de picnic!», se dijo Howard, escandalizado.
Hubo
fugaces expresiones de sorpresa en muchas caras cuando la caja de mimbre pasó
ante ellas, pero algunos estaban ya al corriente del asunto. Mary le había
contado a Tessa (que a su vez se lo contó a Parminder) que Fergus, el hijo
mayor de Barry, era quien había elegido el material: quería sauce porque era
sostenible y de crecimiento rápido, y por tanto inocuo para el medio ambiente.
Fergus era un apasionado entusiasta de todo lo ecológico.
A
Parminder, el féretro de sauce le gustó más, mucho más, que las recias cajas de
madera que utilizaban los ingleses para sus muertos. Su abuela siempre había
tenido el temor supersticioso de que el alma se viera atrapada en el interior
de algo pesado y sólido, y deploraba que los empleados de pompas fúnebres
británicos aseguraran las tapas con clavos. Los portadores dejaron el féretro
en las andas cubiertas con brocado y se retiraron. Al hijo, los hermanos y el
cuñado de Barry les hicieron sitio en los primeros bancos, y Colin se dirigió
con paso inseguro de vuelta con su familia.
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