Gracias a la editorial Destino por cederme un ejemplar de El guardián invisible
Amaia
Salazar es inspectora de la sección de homicidios de la Policía Foral la cual
vuelve al pueblo de Elizondo donde nació, vivió y en donde sufrió cuando era
pequeña lo que dejó unos resquemores difíciles de olvidar a pesar de ella. A su
regreso se encontrará con la familia que dejó atrás.
Al
poco tiempo descubren unos zapatos al borde de la carretera y, tras ellos, el
cadáver de Anne Arbizu, una joven que aparece con las manos extendidas, con un
txatxingorri en un pubis previamente rasurado, con la ropa rasgada dejando al
descubierto los pechos de la víctima y unos pelos de un gran animal. En su
investigación se mezclara la mitología con la historia, la sabiduría de las
cartas con la de las pruebas científicas, todo ello para encontrar y dar caza al
aterrador asesino.
Dolores
Redondo narra una historia de violencia, de sufrimiento y de soledad compaginada
con bellos lugares de Navarra, como los márgenes del río Baztán o la mítica
arquitectura que envuelve a Elizondo que descubrimos gracias a la protagonista
de la historia. A lo largo de la novela la tensión va en aumento pues el
asesino parece estar cada vez más cerca de la inspectora, el caso se vuelve más
confuso con la aparición de otro cadáver inesperado y las pruebas que
encuentran son limitadas y poco concluyentes, esto hace que estemos atentos a
cada paso que da su protagonista. En la novela también se añade las impactantes
leyendas ancestrales que van desde las brujas hasta el basajaun, un homínido
alto, con larga melena y mucho pelo el cual protege el bosque y a las ovejas
con fuertes silbidos. En definitiva una novela sorprendente, adictiva, cargada
de tensión y con una historia dura pero que da dinamismo a la narración.
Recomendado
para aquellos adictos a las novelas policiacas, esta es especial por lo que se
narra en sus páginas y la forma en la se expresa su autora. También por ser una
novela que da comienzo a una trilogía que describe un enclave mágico de forma
realista. Y por último para aquellos que gusten de aquellos libros que serán
llevados al cine.
Extractos:
Amaia leyó la definición de bruja: «Llamo
brujería a aquella manifestación del espíritu popular que supone a ciertas
personas dotadas de propiedades extraordinarias, en virtud de su ciencia mágica
o de su comunicación con potencias infernales». Podría parecer superchería si
no fuera porque en los valles de Navarra que rodeaban Elizondo, la creencia en
la existencia de brujas y brujos había llevado a la muerte, la tortura y
horribles sufrimientos a cientos de personas acusadas de tener pactos con el
demonio, en su mayoría mujeres acusadas por el feroz inquisidor Pierre de
Lancré, de la diócesis de Bayona, a la que en el siglo XV pertenecía buena
parte de Navarra, y que era un insaciable perseguidor de brujas convencido de
su existencia y de su demoníaco poder, que plasmó en un libro de la época en el
que describía con todo lujo de detalles la jerarquía infernal y su
correspondencia en la tierra. Un libro que es todo un ejercicio de fantasía y
paranoia que describe prácticas absurdas y ridículas señales de la presencia
del mal.
Amaia alzó la mirada hasta
encontrar de nuevo los ojos de Anne.
—¿Eras una belagile, Anne Arbizu? —preguntó
en voz alta.
Desde el verde de los ojos de Anne
creyó percibir una sombra que se estiraba hacia ella. Un escalofrío recorrió su
espalda. Suspiró y arrojó el librito sobre la mesa mientras maldecía la
calefacción de aquella flamante comisaría, que apenas llegaba a temblar aquella
fría mañana. Un rumor creciente sonó en el pasillo. Consultó su reloj y comprobó
sorprendida que ya era mediodía. Los policías entraron en la sala con estruendo
de sillas arrastradas, roce de papeles y humedad prendida en la ropa como una
pátina cristalina. Sin preámbulos, el inspector Iriarte comenzó a hablar.
Volvió atrás por la calle Santiago
y bajó hacia la plaza Javier Ziga, penetró en el puente y se detuvo en el
centro. Apoyándose en el murete donde está grabado su nombre, Muniartea,
susurró mientras pasaba sus dedos por la piedra áspera. Escrutó la negrura del
agua que traía aquel aroma mineral desde las cumbres, aquel río que se había
desbordado causando pérdidas y horrores que figuraban en los anales de la
historia de Elizondo; en la calle Jaime Urrutia aún podía verse una placa
conmemorativa en la casa de la Serora,
la mujer que se ocupaba de la iglesia y de la rectoría, que indicaba el lugar
hasta el que llegaron las aguas desbordadas el 2 de junio de 1913. Ese mismo
río era ahora testigo de un nuevo horror, un horror que nada tenía que ver con
las fuerzas de la naturaleza, sino con las más absoluta depravación humana, que
tornaba a los hombres en bestias, depredadores que se confundían entre los
justos para acercarse, para cometer el acto más execrable, dando rienda suelta
a la codicia, la ira, la soberbia y el apetito insaciable de la gula más
inmunda. Un lobo que no iba a detenerse y que continuaría sembrando de
cadáveres las márgenes del río Baztán, aquel cauce fresco y luminoso de agua
cantarina que mojaba las orillas del lugar al que regresaba cuando no soñaba
con muertos, y que ahora aquel cabrón había mancillado con sus ofrendas al mal.
Un escalofrío recorrió su espalda,
soltó las manos de la piedra fría y se las metió en los bolsillos estremeciéndose. Le dedicó una última mirada
al río y emprendió el regreso a casa mientras comenzaba a llover de nuevo.
Editorial: Destino
Autor: Dolores RedondoPáginas: 440
Precio: 18,50 euros
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