jueves, 7 de febrero de 2013

Novedades, febrero de 2013: Impedimenta (I)



La soledad del corredor de fondo de Alan Sillitoe

Traducción de Mercedes Cebrián
Prólogo de Kiko Amat 

ISBN: 978-84-15578-36-9
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 256
PVP: 20,95 €

Colin Smith es un joven de clase obrera que vive en un barrio de Nottingham con su madre viuda, el amante de esta y sus tres hermanos pequeños. Su vida no es ejemplar, pero lo será aún menos cuando robe una panadería y acabe en un reformatorio. Una vez allí, se aficiona a correr y, gracias a sus cualidades como atleta, obtiene unos privilegios que no desea para sí. Hasta que finalmente tendrá que elegir entre el éxito como héroe deportivo y la soledad del corredor de fondo. En este volumen, con nueva traducción de Mercedes Cebrián, se reúne una descarnada colección de relatos centrados en el sombrío aislamiento de la clase obrera, en los pequeños delitos que se cometen para salir adelante y en la profunda ira que domina a los habitantes de las ciudades industriales, abocadas a la desesperación. Una realidad que sigue hoy tan vigente como lo fuera hace más de medio siglo.


Estoy en Essex. Se supone que es un buen reformatorio, al menos eso es lo que me dijo el director cuando llegué aquí desde Nottingham. «Queremos confiar en ti durante tu estancia en esta institución», dijo, alisando su periódico con esas blanquísimas manos de no haber dado un palo al agua en su vida, mientras yo leía las grandes palabras que veía del revés: Daily Telegraph. «Si juegas limpio con nosotros, jugaremos limpio contigo.» (Os juro que uno pensaría que la cosa se trataba de un largo partido de tenis.) «Queremos que se trabaje duro y con honradez, y fomentamos el atletismo de nivel», dijo también. «Y si nos das ambas cosas, ten por seguro que te trataremos bien y te devolveremos al mundo hecho un hombre honrado.» Bueno, creí que me moría de la risa, sobre todo cuando justo después de esto escuché los ladridos del sargento mayor llamándome la atención a mí y a otros dos y poniéndonos a desfilar como si fuésemos granaderos. Y cuando el director siguió diciendo lo mucho que «queremos» que hagas esto, y lo que «deseamos» que hagas lo de más allá, yo seguí buscando con la mirada a los otros tipejos, preguntándome cuántos habría por allí. Por supuesto, me constaba que había miles, pero hasta donde yo podía ver, solamente había uno en la sala. Hay miles de ellos por todo este infecto país: en las tiendas, en las oficinas, en las estaciones de tren, en los coches, en las casas, en los pubs… Tipos cumplidores de la ley como vosotros, como ellos, todos atentos y vigilando a los proscritos como yo, y esperando para llamar a los polis tan pronto como vean que damos un paso en falso. Y esto seguirá así, como lo estáis oyendo, porque yo no he terminado de dar pasos en falso todavía, y me atrevería a decir que no terminaré hasta el día en que la palme. Si los tipos legales confían en lograr que deje de darlos, entonces están perdiendo el tiempo. También podrían ponerme contra el paredón y disparar con una docena de rifles: solo así nos pondrían firmes a mí y a otros tantos millones de tipos como yo. Porque desde que llegué aquí, he estado pensando mucho. Pueden espiarnos todo el día para ver si nos la estamos meneando o si hacemos bien nuestro trabajo y le damos al «atletismo» pero no pueden hacer una radiografía de nuestras entrañas y adivinar lo que andamos pensando en lo más íntimo. Llevo tiempo preguntándome todo tipo de cosas, y pensando sobre la vida que he llevado hasta ahora. Me gusta hacerlo. Es muy entretenido: ayuda a que el tiempo pase y a que el reformatorio no parezca ni la mitad de malo de lo que los chicos de nuestra calle afirmaban que era. Y la tontería esta de las carreras de fondo es lo mejor de todo, porque me ayuda a pensar tan bien que aprendo cosas incluso mejor que cuando estoy en la piltra por la noche. Y además, con eso de pensar tanto mientras corro resulta que me he ido convirtiendo en uno de los mejores corredores del reformatorio. No conozco a nadie que haga el circuito de seis kilómetros más rápido que yo.

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