Limónov de Emmanuel Carrère
ISBN 978-84-339-7855-4
PVP con IVA 19.90 €
Nº de páginas 400
Colección Panorama de narrativas
Traducción Jaime Zulaika
«Limónov no es un
personaje de ficción. Existe y yo lo conozco», advierte Emmanuel Carrère. Esta
novela biográfica o biografía novelada reconstruye la vida de un personaje real
que parece surgido de la ficción. Un personaje desmesurado y estrafalario, con
una peripecia vital casi inverosímil, que le permite al autor trazar un
contundente retrato de la Rusia de los últimos cincuenta años y al mismo tiempo
aventurarse en una indagación deslumbrante sobre las paradojas de la condición
humana. Poeta y pendenciero en su juventud, Limónov frecuentó los círculos
clandestinos de la disidencia en la Unión Soviética, se vio obligado a
exiliarse y aterrizó en Nueva York, donde vivió como un vagabundo, fue
mayordomo de un millonario y escribió novelas autobiográficas. Siguió
haciéndolo cuando se marchó a París y allí alcanzó notoriedad pública con una
escandalosa novela sobre sus andanzas neoyorquinas por el lado salvaje. De allí
pasó a los Balcanes, donde apoyó hasta las últimas consecuencias la causa
serbia, y regresó después a la Rusia poscomunista para fundar un partido
nacional bolchevique que fue prohibido. Él acabó en la cárcel, acusado de
tentativa de golpe de Estado, y allí escribió más libros, tuvo una experiencia
mística y al salir se convirtió en opositor a Putin.
Ambiguo, escurridizo y
estrambótico, este personaje fascinante y detestable a partes iguales, mitad
héroe romántico y mitad majadero abominable, es tan contradictorio y
desconcertante que se convierte por derecho propio en carne de novela y en el
protagonista de esta espléndida y sorprendente narración, galardonada con el
Premio Renaudot, el Premio de la Lengua Francesa 2011 y, en especial, el Prix
des Prix 2011, que se elige entre las obras ganadoras de los ocho premios
literarios franceses más importantes (Académie française, Décembre, Femina,
Flore, Goncourt, Interallié, Médicis y Renaudot).
«Un libro asombroso,
inclasificable. Y conmovedor. ¿Cómo hay que considerarlo? ¿Como una novela?
¿Como un retrato? "Limónov no es un personaje de ficción”, nos advierte
Emmanuel Carrère. Existe y yo lo conozco. Entre las mil y una maneras de
existir, hay una que consiste en escribir historias. Y otra, no menos
perdurable, que consiste en ser el héroe de una de ellas» (Yasmina Reza, Le
Monde).
«Mucho más que el
retrato de un hombre inverosímil, es una historia de los últimos cincuenta años
de Rusia. Y contiene páginas memorables» (Bernard Pivot, Le Journal du
Dimanche).
«Una novela de
aventuras y una travesía por la historia rusa. Imposible soltarla, porque está
escrita con un tono seco y crudo, con frases de una densidad fulminante,
repletas de detalles explosivos» (Le Point).
«Audaz y apasionante»
(Jérôme Garcin, Le Nouvel Observateur).
«Un libro excepcional.
Carrère firma una deslumbrante narración biográfica con la engañosa apariencia
de un espejo deformante» (Jean-Christophe Buisson, Le Figaro Magazine).
Recuerden, fue en octubre de 2002.
Todas las televisiones del mundo lo mostraron durante tres días. Terroristas chechenos
habían tomado como rehenes a todo el público del teatro durante la
representación de una comedia musical titulada Nord-Ost. Las fuerzas
especiales, descartando toda negociación, resolvieron el problema lanzando
gases que afectaron tanto a los rehenes como a sus captores, una firmeza por la
que el presidente Putin les felicitó calurosamente. Se cuestiona el número de
víctimas civiles, que gira en torno a ciento cincuenta, y a sus parientes les
consideran cómplices de los terroristas cuando preguntan si no se podría haber
intentado otra manera de solucionar el conflicto y de tratarles, tanto a ellos
como a su congoja, con un poco menos de negligencia. Desde entonces se reúnen
cada año para una ceremonia conmemorativa que la policía no se atreve a prohibir
tajantemente, pero que vigila como si fuese una concentración sediciosa, que
es, de hecho, en lo que se ha convertido.
Yo asistí a una de ellas. Diría que
había doscientas o trescientas personas en la plaza delante del teatro, y a su
alrededor otros tantos OMON, que son el equivalente ruso de nuestros CRS,1 y
similarmente equipados con cascos, escudos y pesadas porras. Empezó a llover.
Se abrían paraguas por encima de las velas que, con sus pantallas de papel para
proteger los dedos de la cera ardiente, me recordaron los oficios ortodoxos a
los que me llevaban de niño en Pascua. Sustituían a los iconos unas pancartas
con las fotos y los nombres de los muertos. Las personas que portaban las
pancartas y las velas eran los huérfanos, los viudos y las viudas, los padres
que habían perdido a un hijo, algo para lo cual, al igual que en francés, no
existe una palabra en ruso. No había acudido ningún representante del Estado,
como señaló con una cólera fría un representante de las familias que pronunció
unas palabras: las únicas en toda la ceremonia. Nada de discursos, de consignas
ni de cánticos. Se limitaron a permanecer de pie, en silencio, con la vela en
la mano, o hablando bajo, en grupitos, entre las murallas de OMON que habían
acordonado el perímetro. Al mirar alrededor reconocí varias caras: además de
las familias enlutadas, estaba allí el mundillo en pleno de oponentes a los que
yo entrevistaba desde hacía una semana, e intercambié con algunos de ellos
gestos con la cabeza que indicaban una conveniente aflicción.
En lo alto de los escalones,
delante de las puertas cerradas del teatro, una silueta me pareció vagamente
conocida, pero no conseguía identificarla. Era un hombre que llevaba un abrigo
negro y sostenía una vela, como todos los demás, rodeado de varias personas con
las que hablaba a media voz. En el centro de un corro, apartado del gentío,
pero dominando y atrayendo las miradas, daba una impresión de importancia, y extrañamente pensé en el
jefe de una banda de malhechores que asistiese protegido por su guardia al
entierro de uno de sus hombres. Yo sólo veía tres cuartas partes de su perfil,
y del cuello levantado de su abrigo asomaba una perilla. Una mujer que estaba a
mi lado también se había fijado y le dijo a su vecina: «Ha venido Eduard, menos
mal.» Él volvió la cabeza, como si la hubiese oído a pesar de la distancia. La
llama de la vela ahondó sus facciones.
Reconocí a Limónov.
Un año ajetreado de Anne Wiazemsky
ISBN 978-84-339-7857-8
PVP con IVA 17.90 €
Nº de páginas 224
Colección Panorama de narrativas
Traducción Javier Albiñana
Tras haber
protagonizado su primera película con Robert Bresson, después de tres
encuentros fortuitos e infructuosos con Jean-Luc Godard, un día de junio de
1966 Anne Wiazemsky le escribió una breve carta en la que le decía que le había
gustado mucho su última película, Masculino Femenino, y le decía también que
amaba al hombre que se hallaba detrás de aquello, que lo amaba a él.
Y, pocos días más
tarde, Godard visita a la jovencita de diecinueve años en Montfrin, donde Anne
pasa sus vacaciones en una hermosa villa junto a su amiga Nathalie. Es el
inicio de un apasionado romance. Pero el verano llega a su fin. Y para Anne
comienzan tiempos difíciles y excitantes: ¿cómo conciliar su intenso deseo por
ese hombre singular, diecisiete años mayor que ella, con las exigencias de una
familia autoritaria liderada por su abuelo, el muy católico escritor François
Mauriac, que repudia la relación entre el cineasta y la joven? Porque éste es
un relato de descubrimientos y de iniciación al sexo, al amor y a la vida
adulta, pero también un peculiar, sugestivo fresco de la Francia intelectual
antes del estallido del mayo del 68. En la novela, junto al retrato de un
Jean-Luc Godard ya en camino de convertirse en el gran reinventor del cine,
encontramos a los cineastas François Truffaut o Jacques Rivette, a filósofos
como Françis Jeanson, al crítico de cine Michel Cournot, determinante en la
carrera de actriz de Wiazemsky, que se debate entre la interpretación y sus
estudios de filosofía en Nanterre. De la mano de la pareja protagonista,
viajamos al corazón de un París en plena ebullición política o asistimos al
rodaje de La Chinoise, al ritmo trepidante de una prosa veloz como el
descapotable que conduce Godard, fresca y apasionada como la juventud que
palpita en estas páginas.
«Habría que crear una
nueva categoría literaria: la novela de iniciación con personajes ya célebres
(o en camino de serlo) como iniciadores. Y estamos pensando en libros como
Éramos unos niños de Patti Smith, el relato de sus años de juventud junto a
Robert Mapplethorpe. Un año ajetreado de Anne Wiazemsky encaja a la perfección
en esta categoría: una alegre novela de iniciación en femenino con Jean-Luc
Godard como personaje clave» (Nelly Kaprièlian, Les Inrockuptibles).
«Un año ajetreado es
también el descubrimiento de un inesperado Godard: romántico, celoso, tierno,
muy diferente del hombre de las gafas de sol y del discurso a veces
desconcertante que hoy conocemos» (Martine Madoux, L’Express).
«Anne Wiazemsky ha
logrado una novela que exhala alegría, sin arrepentimientos, sostenida por la
energía de la juventud y no por la melancolía» (Raphaëlle Leyris, Le Monde des
Livres).
«En este turbulento
relato de amor y de iniciación a la vida adulta, Anne Wiazemsky retrata a un
Godard inédito, un treintañero sentimental, sensual y posesivo, hipersensible,
propenso al llanto y de izquierdas, fan de Louis de Funès, pero también
engreído, colérico y ambicioso» (Jérôme Garcin, Le Nouvel Observateur).
El restaurante donde habíamos
comido se iba quedando vacío. Una joven barría el suelo entre las mesas, el
camarero leía un periódico tras la barra. Nadie nos pedía que nos marcháramos,
parecían habernos olvidado. Jean-Luc aprovechó para explicarme en términos muy
claros, con un mínimo de palabras, que había amado apasionadamente a Anna
Karina, que había sufrido muchísimo cuando ella lo abandonó pero que su
relación había terminado hacía tiempo. Agregó que había estado enamorado de
Marina Vlady hasta el día en que fue a verme a Montfrin. Y al prendarse de mí
dejó de amarla. Con una iba a rodar Made in USA, y con la otra, a partir del 8
de agosto, Dos o tres cosas que yo sé de
ella.
–Así de sencillo, estoy solo, soy
libre, no tengo vínculo alguno. ¿Y usted?
Le referí brevemente mi primer amor
infeliz durante el rodaje de Al azar, Baltasar.
–¿Todavía le quiere?
–No.
Su risa al oírlo, tan alegre, tan
despreocupada. Acabábamos de hablarnos con sinceridad, nos habíamos escuchado
con atención, con confianza. No se me ocurría poner en duda sus palabras, ni a
él las mías.
Una vez salimos a las calles
desiertas, reanudó el relato del año que acababa de transcurrir.
Había entrado en el café que estaba
enfrente del laboratorio LTC porque me vio leyendo allí. Me abordó con el
propósito un tanto loco de decirme: «¿Quiere casarse conmigo?», pero se vio
incapaz de expresar nada. Del mismo modo, tras nuestro encuentro en la escalera
de la casa de Roger Stéphane, corrió en mi busca para invitarme a tomar una
copa, pero yo ya había desaparecido. Después acudió a varias proyecciones de la
película de Robert Bresson esperando que el destino nos hiciera coincidir de
nuevo. En vano.
–Me había resignado a no volver a
verte cuando...
Adoptaba un tono malicioso,
disfrutando con revivir aquellos momentos, hacía pausas.
–... ¡cuando recibiste mi carta!
–¡Un milagro! Volvía de Japón para
ultimar los preparativos de mis dos películas y pasé casualmente por Les
Cahiers. Nunca abro el correo que recibo allí, pero había una carta en el
escritorio con una nota de disculpa de la secretaria: había abierto por descuido
una carta dirigida a mí... Iba a tirarla a la papelera cuando vi tu firma...
Nos habíamos sentado en un banco de
una plaza, a la sombra de una vieja higuera. Por último, murmuró:
–Oh, Jeanne, qué extraño camino he
tenido que recorrer para llegar hasta
ti.
Y ante mi cara de sorpresa me
explicó:
–Es lo que le dice el ladrón a
Jeanne en el locutorio de la cárcel. ¿No has visto Pickpocket de Robert
Bresson?
El traspié (Una tarde con
Schopenhauer) de Fernando Savater
ISBN 978-84-339-9758-6
PVP con IVA 11.90 €
Nº de páginas 96
Colección Narrativas hispánicas
Al final de su vida, el
filósofo Arthur Schopenhauer alcanzó –al menos en parte– el reconocimiento
público de su obra que durante tanto tiempo se le había negado. Una joven y
prometedora artista, Elisabeth Ney, solicitó permiso para hacerle un busto.
Halagado, el gran pesimista accedió a esta petición. Durante varios meses posó
para la joven y entre tanto conversó con ella de todo lo imaginable. Entre el
viejo pensador célebre por su misoginia y la bella artista se trabó una
relación extrañamente dulce. En algunos momentos, Schopenhauer pareció revisar
su opinión sobre el género femenino...
En esta comedia
filosófica, elocuente y sutil, se imagina una de aquellas sesiones entre la
escultora y su ilustre modelo. El filósofo exhibe sus ideas ante una oyente tan
atenta como ocasionalmente irónica. Se repasa el destino del hombre, orgulloso
de sus certezas y martirizado por sus perplejidades. Mientras, la superstición
ronda, llega un forastero atrevido, se prepara una invocación a los espíritus y
la carne dicta urgencias que se burlan de los alambicados sistemas
intelectuales. Y suena al fondo una alegre melodía de Rossini...
S: Pues sencillamente
porque el Estado
les paga en renombre
su miserable vasallaje.
Ellos han convertido al Estado en el nuevo Dios, a los funcionarios en
los nuevos sacerdotes
y hablan con los
ojos en blanco
de los milagros
del progreso y de la santa
dignidad del hombre. ¡Se ganan bien sus
judías y sus
entorchados, créame! ¡Nunca le
estropean la digestión
a nadie! Cualquier idiota se va tranquilo a casa
cuando le dicen con pedantería suficientemente oscura que la historia avanza
hacia la libertad y que pronto se resolverán todos los males de la sociedad.
¡Imbéciles! ¡Como si el paso del tiempo pudiera ser beneficioso para los seres
mortales! ¡Como si las pompas y fanfarrias de los académicos y los prebostes
demagogos no se marchitaran tan inexorablemente
como las rosas,
pero dejando mucho peor olor y sin esperanza alguna de
otra primavera! Estoy seguro de que la fama actual de los tiralevitas
académicos perecerá cuando desaparezcan los
ministros que hoy
les pagan el
sueldo y les confieren prebendas.
N: Y ese día, usted...
S: Yo ya no estaré en este mundo,
mademoiselle. Por tanto no podré hacer sombra a los nuevos mandarines de la
filosofía que sustituirán en las universidades a las calabazas que hoy ocupan
las cátedras. Ya no les interesará perseguirme, ni podrán impedir que la gente
culta del mundo entero conozca al fin mi obra. ¡Yo no soy un profesor y por
tanto ni hablo para obtener un sueldo ni
callaré cuando los
que pudieron habérmelo dado estén
sirviendo de merienda
a los gusanos de esa historia que les gusta tanto!
N: Sin embargo,
doctor, otros similares
seguirán tomando las decisiones en las aulas. Éste sí, éste no... Puede
que la inquisición sobreviva a los
actuales inquisidores y
sea hereditaria. ¿Cree usted que su filosofía hoy ignorada o
aborrecida será finalmente explicada algún día en las universidades?
S: Voy a serle franco. En Alemania,
lo dudo muchísimo. Aquí no hay nada que hacer, el paladar filosófico está irremisiblemente
estragado. En Francia también es
difícil, porque los
franceses son en general demasiado superficiales para comprender un
pensamiento serio y de hondo calado como el mío. Quizá en Inglaterra... Yo
confío siempre en Inglaterra, a pesar de a nefasta influencia de los pastores
anglicanos, esos clérigos mojigatos
y entrometidos. Pero
asómbrese: también confío en España.
Incógnito (Las vidas secretas del
cerebro) de David Eagleman
ISBN 978-84-339-6351-2
PVP con IVA 19.90 €
Nº de páginas 352
Colección Argumentos
Traducción Damián Alou
Si la mente consciente
–la parte que consideramos nuestro «yo»– no es más que la punta del iceberg,
¿qué es lo que hace, entretanto, el resto?
En su nuevo libro,
brillante y provocativo, David Eagleman, un reconocido científico que trabaja
en el campo de las neurociencias, navega por las profundidades del cerebro
subconsciente para iluminar misterios soprendentes: ¿por qué nuestro pie avanza
hacia el pedal del freno antes de que percibamos un peligro inminente? ¿Por qué
nos damos cuenta de que alguien ha dicho nuestro nombre en una conversación que
no estábamos escuchando? ¿Qué tienen en común Ulises y la contracción del
crédito? ¿Por qué Thomas Alva Edison electrocutó un elefante en 1916? ¿Por qué
las personas cuyo nombre comienza con «j» tienen mayores posibilidades de
casarse con otras personas cuyo nombre también comienza con esta letra? ¿Por
qué es tan difícil guardar un secreto? ¿Y cómo es posible enfurecerse con uno
mismo? ¿Con quién está uno enfurecido en realidad?
Tratando temas y hechos
tan diversos como los daños cerebrales, la observación de aviones, las drogas,
la belleza, la infidelidad, la sinestesia, el derecho penal, la inteligencia
artificial y los espejismos, Incógnito nos conduce por una fascinante
exploración de la mente, de sus contradicciones y de lo que se oculta bajo su
superficie.
«Incógnito nos ofrece
una versión notable de las consecuencias que tiene para nosotros el ascenso de
la neurociencia como un instrumento para pensar el mundo... Según Eagleman, nos
pone ante la última frontera de nuestra pequeñez y contingencia: la comprensión
de que la conciencia no es el centro de la mente sino una función limitada y
ambivalente en un vasto circuito de funciones neurológicas no conscientes. De
ahí que la mayoría de nuestras operaciones mentales ocurran “de incógnito”.
Pero no debemos preocuparnos por este “descentramiento”, porque la ciencia
también nos muestra que el cerebro y la mente y la vida son aún más
maravillosas y emocionantes de lo que habíamos pensado hasta ahora» (Alexander
Linklater, The Observer).
«Un ejemplo brillante
de escritura científica inteligente, atractiva, fácil de comprender... Un libro
sobre cosas que es imposible pensar, y sobre otras que no podemos dejar de
pensar» (Laurence Phelan, The Independent).
«Un libro para
disfrutar, lleno de información que nos interesará a todos sobre uno de
nuestros temas favoritos: nosotros mismos» (B. Clegg, Popular Science).
«Incógnito trata de
modificar nuestra noción de la mente como un actor único y consciente mediante
la descripción de cómo trabaja realmente el cerebro según las investigaciones
más recientes. Y el libro culmina con un inteligente, polémico alegato a favor
de modificar la política social y el sistema legal para reconocer que no somos,
ni mucho menos, totalmente responsables de nuestros actos» (Christopher F.
Chabris, The Wall Street Journal).
Mírese bien en el espejo. Detrás de
su magnífico aspecto se agita el universo oculto de una maquinaria
interconectada. La máquina incluye un complejo andamiaje de huesos
entrelazados, una red de músculos y tendones, una gran cantidad de fluidos
especializados, y la colaboración de órganos internos que funcionan en la oscuridad
para mantenerle con vida. Una lámina de material sensorial autocurativo y de
alta tecnología que denominamos piel recubre sin costuras su maquinaria en un
envoltorio agradable.
Y luego está su cerebro. Un kilo
doscientos gramos del material más complejo que se ha descubierto en el
universo. Éste es el centro de control de la misión que dirige todas las
operaciones, recogiendo mensajes a través de pequeños portales en el búnker
blindado del cráneo.
Su cerebro está compuesto por
células llamadas neuronas y glías: cientos de miles de millones. Cada una de
estas células es tan complicada como una ciudad. Y cada una de ellas contiene
todo el genoma humano y hace circular miles de millones de moléculas en
intrincadas economías. Cada célula manda impulsos eléctricos a otras células,
en ocasiones hasta cientos de veces por segundo. Si representara estos miles y
miles de billones de pulsos en su cerebro mediante un solo fotón de luz, el
resultado que se obtendría sería cegador.
Las células se conectan unas a otras
en una red de tan sorprendente complejidad que el lenguaje humano resulta
insuficiente y se necesitan nuevas expresiones matemáticas. Una neurona típica
lleva a cabo unas diez mil conexiones con sus neuronas adyacentes. Teniendo en
cuenta que disponemos de miles de millones de neuronas, eso significa que hay
tantas conexiones en un solo centímetro cúbico de tejido cerebral como
estrellas en la galaxia de la Vía Láctea.
Ese órgano de un kilo doscientos
gramos que hay en su cráneo –con su rosácea consistencia de gelatina– es un
material computacional cuya naturaleza nos es ajena. Se compone de partes en
miniatura que se configuran a sí mismas, y supera con creces cualquier cosa que
se nos haya ocurrido construir. De manera que si alguna vez se siente perezoso
o aburrido, anímese: es usted el ser más ajetreado y animado del planeta.
La nuestra es una historia
increíble. Que sepamos, somos el único sistema del planeta tan complejo que ha
emprendido la tarea de descifrar su propio lenguaje de programación. Imagínese que
su ordenador de mesa comenzara a controlar sus propios dispositivos periféricos,
se quitara la tapa y dirigiera su webcam hacia su propio sistema de circuitos.
Eso somos nosotros. Y lo que hemos descubierto escrutando el interior del
cráneo figura entre los logros intelectuales más importantes de nuestra
especie: el reconocimiento de que las innumerables facetas de nuestro comportamiento,
pensamientos y experiencias van inseparablemente ligadas a una inmensa y húmeda
red electroquímica denominada sistema nervioso. La maquinaria es algo
totalmente ajeno a nosotros, y sin embargo, de algún modo, es nosotros.
Donde el día duerme con los ojos
abiertos (Un viaje científico al Ártico) de Toni Pou
ISBN 978-84-339-2598-5
PVP con IVA 17.90 €
Nº de páginas 264
Colección Crónicas
Traducción Rosa Alapont
En el verano de 2008,
Toni Pou fue seleccionado por la Federación Mundial de Periodistas Científicos,
junto con catorce periodistas más del resto del mundo, para cubrir una
expedición científica al Ártico canadiense a bordo del Amundsen, un barco
rompehielos dedicado a la investigación científica más puntera. Este libro, a
medio camino entre el libro de viajes, la divulgación científica y la crónica
personal, reconstruye el viaje de este joven periodista científico, que
participa en las investigaciones que se desarrollan en el barco. En un relato
fresco, sencillo, lleno de anécdotas entraña- bles, Toni Pou nos ilustra no
sólo sobre las particularidades del Ártico, sino también sobre la ciencia en
general. Inteligente, sensible y muy bien escrito, Donde el día duerme con los
ojos abiertos, galardonado con el Premio Godó de Periodismo de Investigación y
Reporterismo, es una pequeña joya que nos transporta a un mundo lejano,
evocadora de las aventuras y la épica de las expediciones polares del siglo
XIX.
«Entretenida como las
novelas de aventuras, personal como los libros de viajes y con la intriga de la
ciencia» (Toni Hernández, Diari de Terrassa).
«El autor es físico de
formación pero también está interesado por la cuestión libresca, como lo
demuestra el hecho de que abra y cierre el libro hablando de literatura: de
Poe, al inicio, y de Nabokov, al final. En medio, no se priva de declararse
entusiasta de Gombrowicz. Por una vez, “las dos culturas” de C. P. Snow van de
la mano, lo que no sucede tan a menudo como cabría desear ni en las dos
direcciones» (Marc Soler, La Vanguardia).
«La formación de físico
de Pou le permite divulgar los proyectos del Amundsen con amenidad y precisión.
El paso por las aulas de teoría literaria y la curiosidad por la literatura
ártica consiguen que Donde el día duerme con los ojos abiertos sea también un
buen diario de a bordo en el que entrevistas, cenas y referencias oportunas a
canciones se combinan con una mirada retrospectiva hacia los primeros
exploradores árticos» (Jordi Nopca, Ara).
«Toni Pou ha conseguido
un equilibrio entre intelecto y emoción. Y a través de los dos nos descubre los
misterios y los atractivos del Ártico» (Salvador Llopart, La Vanguardia).
1. LA SOLEDAD DEL PIONERO
Si el primer paso de cualquier
viaje se da con la imaginación, el segundo se da con un libro. Y ése es uno de
mis pasos predilectos. Revolver estantes en las librerías y pilas de libros en
los tenderetes de segunda mano, siempre en busca de algún ejemplar que tenga
algo que ver con el viaje... ¡Qué placer! Hace poco, durante una de esas
búsquedas en el mercado de Sant Antoni, encontré dos volúmenes interesantes. El
primero, un librito en catalán, de tapas rojas y páginas amarillentas, en el
que el explorador escocés William S. Bruce relata las peculiaridades de las
regiones polares y las expediciones que lideró a principios del siglo XX, tanto
en el Ártico como en la Antártida. La inesperada traducción de Carles Riba lo
convierte en una pequeña joya literaria polar que llegó a costar, en su época,
dos pesetas. En sus páginas aparecen frases como «... una reverberación de la
solana revelaba un iceberg enorme y umbrío...», o como «... horadados por
cuevas por las que, en fiera confusión, grandes olas se adentran hasta las
mismas entrañas de estos monstruos...».
Los viajes de Bruce son
interesantes, pero también relativamente recientes. Porque ¿cuándo empezaron
las expediciones polares? De eso precisamente trata la segunda de mis
adquisiciones: de la historia de las exploraciones polares. Resulta que si se
rastrea hacia atrás en el tiempo, el auge de las exploraciones polares comienza
en el siglo XV con el objetivo, por parte de ingleses y franceses, de alcanzar
el exotismo de Asia por vías marítimas alternativas a las controladas por
españoles y portugueses. A medida que pasaban los años, las zonas polares
dejaron de ser consideradas meras zonas de tránsito
y ganaron interés
por sí mismas. Lo cual culminó en
la obsesión polar de los siglos XVIII y, muy especialmente, XIX, en que todas
las consideradas grandes naciones se apuntaron a la carrera hacia los polos.
Pero, antes, los vikingos ya habían conquistado Islandia y Groenlandia durante
el siglo IX. ¡Y en Islandia habían encontrado a monjes irlandeses! Ahora bien,
la expedición polar más antigua de que se tiene constancia la protagonizó
Piteas de Massalia hace más de veintitrés siglos.
Piteas fue un científico y marino
que vivió en la colonia griega de Massalia, la actual Marsella, durante el
siglo IV a. C. Los motivos que lo llevaron hacia el norte fueron, en un
principio, comerciales. El estaño, un metal que se veía de vez en cuando en los
mercados de Massalia y que se creía que provenía de tierras situadas al norte
de la Galia, era el ingrediente necesario para obtener, adecuadamente mezclado
con cobre, el bronce. Y el bronce era una aleación que permitía la fabricación
de herramientas y armas más duras y resistentes. Con la idea de liderar la
comercialización del bronce, algunos comerciantes de Massalia financiaron una
expedición que tenía por objeto llegar más al norte de la Galia para conseguir
estaño. Piteas fue el elegido para comandarla y en el año 320 a. C. zarpó del
puerto de Massalia hacia los mares encantados que supuestamente había más allá de
los límites del «Mundo habitable».
Pequeño tratado de los grandes
vicios de José Antonio Marina
ISBN 978-84-339-7708-3
PVP con IVA 7.90 €
Nº de páginas 192
Colección Compactos
Este libro es un
peculiar tratado de psicología. Se ocupa de las fuentes del mal. Es un ensayo
de espeleología íntima, de descenso al núcleo ígneo del volcán humano. La
conciencia moral ha trabajado durante muchos siglos sobre sí misma, perforando
galerías en la roca amorfa de nuestra intimidad. Los héroes griegos de la
Ilíada tal vez no tuvieran capacidad de reflexión. Nuestros sentidos, nuestros
deseos, están vertidos al exterior. Son centrífugos. Volverse hacia uno mismo
exigía una torsión cataclísmica. Y sólo la implacable exigencia moral tuvo
potencia suficiente para impulsarla. Tenía razón Sartre al decir que los
moralistas han sido los maestros de la introspección. Se quedó corto. Fueron
sus inventores. Pero esa búsqueda dividió el mundo en dos mitades. Lo bueno era
irreal, estaba fuera, en el reino de los fines. Lo malo, en cambio, está ya en
nuestra naturaleza terrible e indecisa. La gran creación consiste en saltar de
la realidad a la ficción. En inventar nuestra esencia a partir de nuestras
limitaciones.
José Antonio Marina se
acerca al corazón de las tinieblas investigando una poderosa tradición de la
cultura occidental: el canon de la perversidad. Durante más de quince siglos se
transmitieron unos detallados planos de los sótanos del alma, divididos en siete
grandes estancias: los siete vicios capitales. Esta figuración dio origen a una
rica imaginería, a un mundo simbólico completo, que podría llenar museos
enteros. Al acercarse a la formulación clásica de los vicios capitales, Marina
descubre un elaborado sistema de las pasiones humanas y de sus ambivalencias.
Es decir, el dramatismo enérgico de nuestra condición. Este libro trata, pues,
de la vida.
Emaús de Alessandro Baricco
ISBN 978-84-339-7709-0
PVP con IVA 7.90 €
Nº de páginas 160
Colección Compactos
Traducción Xavier González
Rovira
El Santo, Luca, Bobby y
el narrador son cuatro adolescentes que viven en un espacio y un tiempo
indeterminados, pero que remiten vagamente a una ciudad del norte de Italia y a
los años setenta. Pertenecen a la clase media y, sobre todo, son profundamente
católicos. La aparición de Andre, una chica que procede de un mundo muy
distinto (de clase alta y costumbres liberales), va a actuar como catalizador
de una crisis que supondrá el derrumbe de todas sus certezas. Hasta entonces,
han sido jóvenes llenos de grandes palabras (amor, deseo, dolor, muerte...)
cuyo auténtico significado, en el fondo, desconocen. Ingenuamente, creen ser
incapaces de vivir la tragedia, familiarizados como están con el drama
doméstico menor. Al igual que en la historia de Emaús relatada en el Evangelio
de Lucas, en la que se cuenta cómo Cristo, ya resucitado, se apareció a dos de
sus discípulos y éstos no supieron reconocerlo hasta que fue demasiado tarde,
los cuatro jóvenes protagonistas se enfrentan a la realidad sin saber ver ni
reconocer todos sus matices y contradicciones, aferrados a una fe monolítica y,
hasta cierto punto, heroica. Como en Seda o Sin sangre, Baricco vuelve a
demostrar su maestría con una novela corta que es, al mismo tiempo, apólogo
moral y novela de formación, escrita con ese inconfundible estilo que sugiere y
muestra, con palabras y silencios, luces y sombras, la tensión imposible entre
la vida y las convicciones juveniles.
«Hipnótico, como en sus
mejores títulos. Una novela cautivadora» (Jorge Casanova, La Voz de Galicia).
«Un lenguaje entre
lírico, herido, profundo e ignaciano» (Pablo Martínez Zarracina, El Correo
Español).
«Una novela breve y
fulgurante que refleja la luz y el sufrimiento de la adolescencia» (Jordi
Nopca, Time Out).
El ocupante de Sarah Waters
ISBN 978-84-339-7711-3
PVP con IVA 12.90 €
Nº de páginas 536
Colección Compactos
Traducción Jaime Zulaika
Un polvoriento día de
verano llaman al doctor Faraday a Hundreds Hall, la mansión de los Ayres, en el
desolado centro de una Inglaterra de posguerra que está cambiando
aceleradamente. Faraday ya había estado allí cuando era un niño y su madre era
una de las criadas de la casa. Y se había colado en las regias habitaciones, y,
fascinado por tanta belleza, había roto una moldura de los artesonados de un
corredor y se la había llevado. Ahora, gracias a los sacrificios de sus padres,
es médico, aunque con una posición social no muy cómoda en el rígido sistema de
clases inglés, y piensa que esta visita es un golpe de suerte. Pero Hundreds
Hall ya no es más que la sombra de sí misma: las tapicerías cuelgan en jirones,
la carcoma se ceba en el interior de la casa y las malas hierbas arrasan los
jardines. La señora Ayres aún es una señora elegante, que mantiene como puede
su dignidad. Roderick, su hijo, ha vuelto de la guerra cojo y enfermo. Se ocupa
como puede de la casa y de la hacienda, y va vendiendo las tierras y la familia
se va comiendo el capital. Su hermana Caroline, independiente, excéntrica y
masculina, ha tenido que volver a Hundreds Hall para ayudarlo. Pero los Ayres
han llamado al doctor Faraday para que se ocupe de Betty, la joven criada de
catorce años, que quizá sólo está enferma de miedo, aterrorizada por aquello
que percibe en la casa. Porque siempre son los niños y los animales los
primeros en advertir lo siniestro. Y aunque nadie la cree, en Hundreds Hall se
oyen ruidos inexplicables, se ven sombras fugaces y marcas de fuego en las
paredes, y las cosas más familiares pueden volverse atrozmente perversas...
«Una novela
estupenda... Una notable incursión en el género» (Miguel Artaza, El Correo
Español).
«Si lo que buscas es un
“libro-cepo”, de esos que te enganchan y de los que no hay quien se zafe hasta
el final, hazte con El ocupante de una Sarah Waters grandiosa» (Sonia Rueda, 20
Minutos).
Juliet, desnuda de Nick Hornby
ISBN 978-84-339-7712-0
PVP con IVA 9.90 €
Nº de páginas 352
Colección Compactos
Traducción Jesús Zulaika
Annie y Duncan están
cerca de la cuarentena, y son una pareja de hecho desde hace quince años. Viven
en una pequeña ciudad de la costa de Inglaterra, uno de esos lugares grises
donde veraneaba la clase obrera británica antes de que los operadores
turísticos y los vuelos low-cost le permitieran descubrir el vino y el sol
españoles. Ambos son funcionarios –Annie trabaja en el museo de la ciudad, y
Duncan es profesor–, llevan una vida tranquila de pequeños placeres y parecen
hechos el uno para el otro. Pero están en la frontera de la temida adultez, y a
Annie le inquieta ese paso del tiempo sin pasión ni emoción en el que parecen
hundidos, la juventud que se acaba sin propuestas de futuro, y sobre todo, sin
hijos. Porque toda la pasión del metódico y ordenado Duncan se concentra en
Tucker Crowe, un músico americano que tras un desolado y espléndido álbum,
Juliet, desapareció para siempre de la escena musical, y hasta de la mundana, y
vive recluido no se sabe dónde, aunque entre sus fans abundan las hipótesis e
interpretaciones sobre su vida y su obra. Cuando una discográfica edita un CD
con maquetas y versiones descartadas de aquel álbum mítico, y Annie, Duncan y
el reaparecido Tucker comienzan a cruzarse por los caminos de internet, y
también a encontrarse en la realidad más real, descubrirán que la vida nos da sorpresas,
que hace y deshace mitos, une y desune parejas, y que todo, aun en el límite de
la madurez, puede cambiar.
«Hornby aúna dos de sus
mayores pasiones (la música popular y la soledad de las parejas) en torno a una
historia rocambolesca, pero sabiamente dispuesta y feliz, muy felizmente
resuelta... El autor destila lo mejor de su talento» (Ricardo Menéndez Salmón,
La Nueva España).
«Dulce y amarga a la
vez, muestra al mejor Hornby, al tipo descreído que en su día escribió Alta
fidelidady cómo ha ido madurando» (Amelia Castilla, El País).
Hammerstein o el tesón de Hans
Magnus Enzensberger
ISBN 978-84-339-7713-7
PVP con IVA 9.90 €
Nº de páginas 384
Colección Compactos
Traducción Daniel Najmías
Este libro aborda el
periodo más funesto de la historia alemana centrándose en la excepcional figura
del barón Kurt von Hammerstein-Equord (1878-1943), el general que en 1930
asumió el mando del ejército y se retiró después de que, en 1933, Hitler
revelara sus planes en una reunión secreta. Tras indagar en todas las fuentes a
su alcance, el autor nos brinda el resultado en un género que él domina como
nadie, la «novela documental», en la línea de El corto verano de la anarquía.
Estamos ante una obra especialmente compleja, un collage en el que la fuente
documental no siempre tiene la última palabra, ya que el autor también se toma la
libertad de acercarse a la realidad histórica a través de la ficción. Firme
opositor del nacionalsocialismo, Hammerstein fue un testigo insobornable de su
época y de la decadencia de su clase social, la nobleza militar alemana. Su
biografía, no escrita hasta que Enzensberger decidiera que era «necesario»
hacerlo, tiene ramificaciones e implicaciones históricas que traspasan las
fronteras del Reich, primero, y las de la República Federal después. Además de
centrarse en la figura del general, el autor describe la vida, trágica en
ocasiones, de su mujer y sus siete hijos, nos habla de las catástrofes del
siglo XX, de traiciones, de espionaje, de la resistencia alemana al nazismo,
del fallido atentado del 20 de julio y de personas obligadas a llevar una doble
vida...
«Un libro
extraordinario» (Juan Cruz, El País).
«Un ensayo brillante,
que emociona como una novela policiaca y profundiza con el rigor de un
historiador minucioso y honesto» (Rafael Narbona, El Mundo).
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