Pero me he reprochado a menudo amargamente no haber
sabido salvar la vida de aquella pobre joven. ¿Pero quién hubiera escuchado a
una pobre vieja? Vaya, vaya, ¿quién sabe? Tal vez fuera mejor para ella morir
cuando era feliz que vivir luego desgraciada y desilusionada en un mundo que de
pronto le hubiera parecido horrible. Ella amaba a aquel canalla y confiaba en
él. Nunca llegó a descubrirlo.
Tragedia navideña
Agatha Christie
(I)
El Sargento
Ortiz iba desde hace unos días tras el paso de un malnacido que asesinaba
mujeres, dejaba el arma del crimen a un lado y no se sabía nada más de él.
Desparecía. Y nadie le había visto llegar ni salir y tampoco se habían cruzado
de ninguna forma con ellos, ni con el asesino y ni muchos menos podían
describir a la pobre victima. Esta vez le habían llamado de una finca, cerca de
lo alrededores de Madrid. La tercera. La primera estaba dentro de un contenedor
de basura. La segunda cerca de La Casa de Campo perdida entre los arboles. Un
laberinto del que no pudo escapar. Y la tercera se encontraba tirada en la
arena como una muñeca de trapo en medio de la nada. Todas matadas por unos
cuchillos afilados y limpios que el desgraciado no dudaba en dejar a su lado
cubierto de sangre. En ninguno habían dado con ningún tipo de huellas, el
asesino era medianamente inteligente.
Esa noche
tenia que volver pronto a casa pues le esperaba su mujer con un buen plato
repleto de merluza al horno o con un buen cordero asado a las finas hierbas,
depende de como halla llevado los primeros platos se habrá decantado por uno u
otro.
Ve como se
llevan el cadáver de Luisa Gutiérrez, tenia el pelo rubio, unos preciosos ojos
claros como el agua. Una nariz aguileña y grande algo que hacia de su rostro
algo imperfecto pero que al mirarla desde la perspectiva adecuada descubrieras
un matiz de perfección. Se la llevaron en una bolsa de plástico negro que
cerraron con una cremallera más cálida que su contenido. El forense tendría
trabajo cuando llegará ella en el furgón. Ya no era más que algo frio y sin
vida pero que si tenían suerte hablaría más que cualquier vivo pues los muertos
ya no temen a nadie.
Al llegar a
casa la calefacción le hizo sentir bien. Habían venido sus tres hijos con sus
nietos. En total eran doce en una larga masa repleta de platos con comida a
rebosar con todo tipo de alimentos que llevarse a la boca, desde gambas a la
plancha hasta bolitas de caviar (o lo que se utilizaba como tal). Esa noche el
Rey empezó a hablar a las nueve y media. Mirando a cámara empezó hablar sobre
la crisis que se encontraba en los hogares a los que llegaba su mensaje y antes
de que llegará a la mitad, la pequeña Camila, cambió de canal a unos de esos en
los que los cantantes famosos del año graban con un mes o más de antelación.
Sobre las doce
ya sólo quedaron él y su mujer solos frente al televisor aburridos. Acostaron a
los niños con un cuento sobre Papa Noel y sus renos.
Poco después
se decidieron acostar, mañana volvería a investigar sobre el caso de las mujeres muertas, ¿qué tendrían en común?
Como siempre antes de dormir se interrogaba a si mismo sobre sus victimas. Para
intentar avanzar en el caso cosa que casi nunca conseguía pero le ayudaba a
dormir. Nunca lograría pegar ojo, y menos aun sabiendo lo que andaba suelto por
las calles mientras sus hijos e hijas se iban de copas a celebrar la
Nochebuena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario