El
curioso incidente del perro a medianoche
Cuando
me había comprado los regalices y la Milky Bar me di la vuelta y vi a la señora
Alexander, la anciana del número 39, que también estaba en la tienda. No
llevaba vaqueros. Llevaba un vestido como una anciana normal. Y olía a comida
casera.
—¿Qué
te pasó el otro día? —me dijo.
—¿Qué
día? —pregunté.
Y
ella dijo:
—Cuando
volví a salir te habías ido. Tuve que comerme yo todas las galletas.
—Me
marché —dije.
—Ya
lo vi —dijo.
—Pensé
que podía llamar usted a la policía —dije.
Y
ella preguntó:
—¿Por
qué iba a hacer eso?
Y
yo dije:
—Porque
yo estaba metiendo las narices en los asuntos de los demás y Padre me dijo que
no debía investigar quién mató a Wellington. Y un policía me dio una
amonestación y si vuelvo a méteme en líos será muchísimo peor a causa de la
amonestación.
Entonces
la señora india del otro lado del mostrador le dijo a la señora Alexander:
—¿En
qué puedo servirla? —Y la señora Alexander dijo que quería medio litro de leche
y un paquete de pastelillos de Jaffa y yo salí de la tienda.
Fuera
de la tienda vi que el teckel de la señora Alexander estaba sentado en la
acera. Llevaba un abriguito hecho de tartán, que es una tela escocesa y a
cuadros. Le habían atado la correa a la tubería junto a la entrada. A mí me
gustan los perros, así que me agaché y le dije hola al perro de la señora
Alexander y él me lamió la mano. Su lengua era áspera y húmeda. Le gustó el
olor de mis pantalones y empezó a olisquearlos.
Y
entonces la señora Alexander salió y dijo:
—Se
llama Ivor.
Yo
no dije nada.
Y
la señora Alexander dijo:
—Eres
muy tímido, ¿verdad, Christopher?
Y
yo dije:
—No
me está permitido hablar con usted.
—No
te preocupes —dijo ella—. No voy a decírselo a la policía y no voy a decírselo
a tu padre, porque no tiene nada de malo charlar un poco es sólo ser simpático,
¿no?
—Yo
no sé charlar —dije.
No hay comentarios:
Publicar un comentario