Clavé en el intruso vicario una mirada poco
amistosa; pero Holmes se quitó la pipa de los labios y se irguió en su silla,
como un viejo sabueso que oye el grito de “¡Zorro a la vista!” Señaló el sofá
con el dedo, y el palpitante vicario, con su agitado compañero, se sentaron en
él, uno junto al otro. Mr. Mortimer Tregennis se dominaba más que el sacerdote,
pero el crispamiento de sus manos delgadas y el brillo de sus ojos oscuros
delataban la emoción que compartía con éste.
El pie del diablo
Arthur Conan Doyle
(V)
Día de los
Santos Inocentes, de bromas y de sorpresas, quizá de algún disgusto además de
pegar monigotes de papel en tu espalda si tienes mala suerte y te cruzas con un
bromista incansable, en la comisaría nada difiere a los demás días. No hay
risas ni bromas ni siquiera artilugios de esos que venden en la Plaza Mayor
rondando por ahí. Sólo seriedad.
El día 28 se
adelantó al curso del caso pues apareció una mujer cosida cerca de la tercera
costilla, hasta ahí todo correcto hasta que llegó a hablar con la policía que
tomaba declaración. Daniela Harbour. Ella normalmente se encargaba de la
administración y la burocracia. Le llamo para comunicarle la situación, Daniela
le dijo que tenia información interesante para el caso, además no parecía una
mentirosa por ello la mando que pasara inmediatamente al despacho del Sargento
para hablar con ella y escuchar de primera mano las palabras de una victima, de
paso aprovechó para decirle que había sacada buenas notas en los exámenes de la
carrera de abogacia.
Lo que más le
llamo la atención cuando apareció tras la puerta fue la facilidad al hablar, no
tenia miedo de que su agresor pudiera estar tras las paredes como le pasaba a
la mayoría, todas estaban incomodas sentadas en la fría silla de oscura madera.
—Buenos tardes
señora…
—Coralina Capote, llámeme Coral, es lo que hace
todo el mundo.
—Estupendo, Coral, Explíqueme que ha sucedido.
—Haber, todo comenzó cuando, al salir por la
noche de la casa de una amiga, sobre las once y media, quise cruzar un paso de
cebra junto al que hay un solar totalmente oscuro. Estaba a punto de llegar al
otro lado cuando alguien me agarró por detrás, me apretaban. Tenía una estatura
normal, ni alto, ni bajo. Pude ver sus ojos, eran azules que me miraban con
rabia porque trataba de huir, cuando sacó un cuchillo de cocina, curiosamente,
estaba muy afilado si quiere le enseño el costado.
—No gracias, confío en usted. Si quiere pasar
al despacho de enfrente puede describirlo mejor para que hagan un retrato
robot.
—Si. Además me gustaría denunciarlo…
—No se preocupe, allí podrá hacerlo.
La chica se levantó y se dirigió al despacho,
después de una hora dio por terminada su descripción. Se fue cojeando por el
dolor y el hielo de la acera que quedó del día anterior el cual, de vez en
cuando, hacía que un viandante resbalase, pese a ello los policías de guardia
que se encontraban frente a las puertas los ignoraban aunque avisaban para que
el barrendero de la zona echará sal por la zona, excepto si era una persona
mayor, entonces, la ayudaban a incorporarse e incluso la preguntaban que tal se
encontraban. Pero si eras lo que ellos llamaban una persona joven tenían una escusa
para echarse unas risas esa mañana.
Al terminar de incluir la fotografía del
retrato robot en el informe e incluir la declaración de Coral se marchó a su
casa, cruzó las carreteras de Madrid alumbradas por las luces plateadas o
rosas-ambarinas de forma de estrella llegó a su casa. Cenó un plato de sopa
recalentada en el microondas con una cerveza y un trozo de pan de leña, leyó un
par de capítulos de un libro y trató de dormir. Sentía que estaba más cerca del
asesino, como tocándole con unos dedos invisibles a punto de ceñirse sobre su
espalda. El sueño le venció, no tuvo sueños, durmió tranquilo toda la noche.
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