Mike Foster caminaba lentamente por la calle
abarrotada de gente. Era diciembre y anochecía. Los adaptadores brillaban en
todos los escaparates. De todas las formas y tamaños, para toda clase de
refugios. De todos los precios, para todas las economías. La muchedumbre estaba
alegre y emocionada, todo sonrisas, cargada de paquetes y abrigos, la típica
muchedumbre de todas las Navidades. Copos de nieve pintaban de blanco el aire.
Los coches avanzaban con precaución por las calles abarrotadas. Luces, letreros
de neón e inmensos escaparates iluminados brillaban por todas partes
Cuentos completos III (Foster, estás muerto)
Philip K. Dick
(y VIII)
En la madrugada del 31 de diciembre, frente al
portal se encontraban vigilando la salida del sospechoso, también la del garaje
del edificio, estaban ya cansados de estar todo el día, la noche les alcanzó
pero pese a ello mantenían la vista fija hasta que un deportivo negro salió a
toda velocidad del garaje, pusieron las sirenas en marcha y avisaron a todas la
unidades para avisarles, además de indicarles en que dirección se dirigía el
sospechoso.
—Sargento
Ortiz, aviso a todas las unidades que se encuentren cerca de la Gran Vía,
sospechoso en un Chevrolet negro dirección Cibeles.
Dejo el
walkie a un lado mientras miraba hacía delante, el deportivo esquivaba a cada
una de las personas, se dijo a si mismo que debía mantenerse despierto y alertar
a todos a pesar de haber descansado un par de horas y haberse tomado una buena
taza de café. Debía estar ahí, y tratar de que su compañero, que conducía lo
mejor que podía a pesar de la concentración de vehículos que tenía Madrid a
esas horas de la mañana.
Las sirenas acallaban a los pocos viandantes de
aquella madrugada, todos se fijaron en el azul y el blanco de la luz que giraba
y cambiaba constantemente a su alrededor. Iban cuatro coches de policía tras un
Chevrolet de color negro, a toda velocidad. El primero esquivaba a los
automóviles que se le cruzaban hasta que un taxi se cruzó con el sospechoso, el
sospechoso chocó con el taxi, por ello perdió la parte trasera en mil pedazos,
casi destruyen el automóvil entero con los coches de policía que iban tras él.
Su
acompañante dio un grito insultando al asesino, parecía que estaba concentrado
en la carretera aún más, se había propuesto coger a ese desgraciado a pesar de
correr por toda la ciudad. Debía detenerlo ya o habría muchas más muertos,
espero que el taxista estuviera bien y no tuviera acompañante.
—A todos
los policías el sospechoso va a toda velocidad por la Gran Vía, traten de
mantenerlo alejado de los demás conductores, es muy peligroso y puede ir
armado.
Tras
decir aquello pasaron a toda velocidad cerca de unos automóviles pero esta vez
había menos en la carretera, avanzaban rápidamente y se acercaban a un lugar
peligroso para todos. Había que frenarle ya.
Tras salir del embotellamiento corrió carretera
abajo, a los pocos minutos ya habían atravesado la Gran Vía y se encaminaban a
la Calle Álcala abajo, quedaba poco para llegar a la rotonda hasta que, el
sospechoso perdió el control y se estrelló en la fuente de la Cibeles que,
imperturbable, contemplaba desde lo alto como salían por los aires piedras
blancas por todas partes y el agua se derramaba por el vehículo y se perdía en
la calzada provocando un pequeño riachuelo.
Cuando llego
al deportivo el sospechoso le apuntaba con una pistola, aviso a través del
Walkie a mis compañeros para que no se acercarán a ellos, mis compañeros habían
paralizado la carreteras circundantes, sabía que iba a ser un día largo.
—Baje el
arma, por favor. Si matas a alguien no vas a arreglar nada, todo lo contrario.
—Cállese
ya —dijo el asesino mientras la herida que tenía en la frente emanaba sangre
por su rostro contraído—. Quiero salir de aquí, necesito un coche.
—Sabes
también como yo que eso va a ser imposible. Baja el arma, entrégate y vivirás
lo suficiente como para celebrar el fin de año en una celda.
—Yo… no
quería llegar a esto, sólo quería que me prestaran un mínimo de atención… ellas
se iban y desaparecían… sin ni siquiera una mirada que trasmitiera algo… quiero
que me comprendan… yo mate a aquella chica por su manera de tratarme….
—Se
acabó, deja el arma en el asiento del copiloto. Te llevaremos al calabozo y
allí podrás prestar declaración pero… ¿por qué dices que mataste, en singular?
Hay tres muertes a tus espaldas y un intento de asesinato.
—Soy el
asesino de una de ellas, Luisa, pero no del resto. Os vi desde la ventana, ayer
por la noche… sabía que era el fin cuando me di con uno de vosotros hace unos
días —mientras se explicaba iba bajando la pistola—, me entregó, pero no me
puede culpar de las muertes de las otras dos chicas, no sería justo, por favor.
El
sargento le puso las esposas y le ayudó a subir a la parte trasera del coche de
policía.
Al llegar por la tarde a su casa se dio una
ducha, ayudó a su mujer a preparar la cena y el postre. Esa noche todos sus
hijos volvieron a cenar con ellos. Al llegar las doce las uvas y todo los demás
ayudaron a que se olvidara del horrible día. Su familia estaba junto a él,
apoyándole, animándole pues sabía que lo estaba pasando mal, después de todo lo
ocurrido. Sus hijos se fueron a una fiesta nocturna en el centro de Madrid,
estaban unidos frente a toda la oscuridad que se encontraba sobre ellos debido
a la situación actual; la crisis, el paro, las deudas, las hipotecas… Cosas de
las que es difícil de olvidar y de mencionar a lo largo de la noche pero ahora
se encontraba tranquilo sabiendo que habían conseguido mantenerse en pie frente
a todo ello.
Al llegar la una y media decidieron irse a
dormir, mañana madrugaría para comprar la primera tirada del diario para saber
que había pasado con el sospechoso detenido. Sabía que iba a ser llevado frete
a la justicia pero no pasaría de estar unos cinco años en la cárcel, así se
encuentra nuestra justicia, mirando hacia otro lado.
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