After
Dark
En
el amplio panorama, la ciudad parece un gigantesco ser vivo. O el conjunto de
una multitud de corpúsculos entrelazados. Innumerables vasos sanguíneos se
extienden hasta el último rincón de ese cuerpo imposible de definir,
transportan la sangre, renuevan sin descanso las células. Envían información
nueva y retiran información vieja. Envían consumo nuevo y retiran consumo
viejo. Envían contradicciones nuevas y retiran contradicciones viejas. Al ritmo
de las pulsaciones del corazón parpadea todo el cuerpo, se inflama de fiebre,
bulle. La medianoche se acerca y, una vez superado el momento de máxima
actividad, el metabolismo basal sigue, sin flaquear, a fin de mantener el
cuerpo con vida. Suyo es el zumbido que emite la ciudad en un bajo sostenido.
Un zumbido sin vicisitudes, monótono, aunque lleno de presentimientos.
Nuestra
mirada escoge una zona donde se concentra la luz, enfoca aquel punto. Empezamos
a descender despacio hacia allí́. Un mar de luces de neón de distintos colores.
Es lo que llaman un barrio de ocio. Las enormes pantallas digitales instaladas
en las paredes de los edificios han enmudecido al aproximarse la medianoche,
pero los altavoces de las entradas de los locales siguen vomitando sin arredrarse
música hip-hop en tonos exageradamente graves. Grandes salones recreativos
atestados de jóvenes. Estridentes sonidos electrónicos. Grupos de
universitarios que vuelven de una fiesta. Adolescentes con el pelo teñido de
rubio y piernas robustas asomando por debajo de la minifalda. Oficinistas
trajeados que cruzan corriendo la encrucijada a fin de no perder el último
tren. Aún ahora, los reclamos de los karaoke siguen invitando alegremente a
entrar. Un coche modelo Wagon de color negro y decorado de forma llamativa
recorre despacio las calles como si hiciera inventario. Lleva una película
negra adherida a los cristales. Parece una criatura, con órganos y piel
especiales, que habita en las profundidades del océano. Una pareja de policías
jóvenes hace la ronda por la misma calle con expresión tensa, pero casi nadie
repara en ellos. A aquellas horas, el barrio funciona según sus propias reglas.
Estamos a finales de otoño. No sopla el viento, pero el aire es frío. Dentro de
muy poco comenzará un nuevo día.
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