El invierno soltó sus garras a principios de marzo. Llegó
un viento templado, casi cálido, del sudeste y la nieve, que reposaba en una
capa muy gruesa desde antes de Navidad, se desplomó y derritió.
Cuentos reunidos (Allí está el perro enterrado)
Kjell Askildsen
(VII)
—Todo acaba alguna vez —esas palabras tan escuetas fueron dichas por el joven ladrón.
No era la primera vez que pisaba las baldosas
de la comisaria, estaban acostumbrados a sus visitas semanales siempre por
hurtos menores, un bolso, un móvil, una tableta y cosas por el estilo. Vivía en
la calle por ello su explicación más utilizada era que robaba para vivir y
comer, pero casi todo el mundo sabía que no era cierto pues vivía en una casa
de acogida. Le llamaban El Juguetes
por la facilidad que tenía de engañar y llevarse lo ajeno y como siempre eran
caros aparatos electrónicos le pusieron ese apodo.
Ya había llegado el día 30, y encima era lunes.
Quedaba una mísera jornada para terminar el año y no encontraban el fin al caso.
Todo seguía igual y las pistas de las que contaban de poco le servían para
encajar cada parte de la historia.
—Uno de los objetos robados es un móvil, creo
que es del asesino de mujeres al que buscan pero no puedo estar seguro —su
mirada analizaba la superficie del helado suelo como escrutando y buscando
alguna mota de polvo—, aún creo que le pueden atrapar, le vi hará una hora y
subió hasta su casa. Por lo que pude ver parecía que iba a preparar otra
fiesta, quizás la de año nuevo. Llevaba varias bolsas de plástico bien llenas.
—¿Por qué tenemos que creerte?
—El chico es de altura media, pelo moreno y
ojos azulados, vive en el segundo de un piso en la Gran Vía, les vi rondar por
allí el otro día. Si no me equivoco y por lo que he podido averiguar le buscan
por las mujeres asesinadas en lo alrededores. Busquen en mi nuevo móvil que he robado
antes de que se dé cuenta y consiga bloquearlo. ¿Qué pierde usted si descubre
que los números de teléfonos coinciden con el nombre de las victimas?
Desde el pasillo el Sargento escuchó sus
palabras y atrajeron su atención. Se dirigió hasta la silla en la que se
sentaba y le llevó, cogido del cuello de la camiseta hasta su despacho. Dio un
portazo que casi hace que caigan sus marcos de fotos colgados de la pared. El
sargento pensaba desde hace mucho tiempo que era un delincuente de poca monta,
que ni siquiera haría un bien a alguien aunque le dieran todo el dinero del
mundo. Es por ello por lo que dudaba de su credibilidad. Le quitó el móvil de
sus manos y lo entregó a los del de departamento de informática para que
trataran de extraer la información del mismo. No era lo más sensato y estaba
arriesgando demasiado su puesto de trabajo pero no tenía otra opción.
—¿Ha dicho que este móvil es del sospechoso por
asesinar mujeres? —el ladrón no tenía ni idea de que poseían los móviles de
todas las victimas además de sus números de teléfono—.
—Si, además de ello tiene fotos. Por lo que he
podido ver era un fiestero de día si y día también.
El sargento abrió la puerta y mandó a unos
policías que vigilaran la puerta del portal rápidamente.
—Acabó de enviar un grupo de policías al lugar,
¿Ya sabe lo que le espera si miente, verdad?
—Sé de sobra cuanto tiempo me pueden retener en
comisaría, he pasado por aquí más veces de las que puedo contar, ¿tú que crees?
—y le miró a los ojos.
Poco después el Juguetes terminó en la acera de
la comisaría, no tenían un por qué para retenerle en comisaría aunque ya
acumulara una cantidad indecente de denuncias y amonestaciones. Seguramente, de
aquí a no mucho tiempo terminará entre los fríos barrotes de una prisión.
Esa noche cenó, ignoró las criticas mordaces de
su suegra que tenía ganas de guerra y se acostó, sabía que iba a ser una noche
larga, dejó su móvil en la mesilla, era bastante probable que el llamaran para
darle alguna noticia sobre el asesino. Así, permaneció atento trató de dormir
como pudo.
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