El país imaginado
Abuela,
dice. ¿Estás ahí?
Por
supuesto, le respondo.
No
te veo.
Si
enciendo la luz, eso te va a despertar y ya no estaré más acá.
¿No
hay manera de que te tenga más cerca?¿No hay modo de poder tocarte?
No
respondo. No logro decirle nada…
Abuela,
vuelve a decir. ¿Abuela?
Sí.
Perdón, me estaba durmiendo.
¿Cómo
es posible?¿No soy la única aquí con derecho a dormir?
No
sé, alcanzo a contestar.
Te
estabas durmiendo…
Sí.
¿Y
qué iba a pasar, entonces?
No
tengo la menor idea. Acaso terminara conversando conmigo misma.
Hay
otra historia, me dice. Me acabo de acordar de ella. Me la contabas a menudo,
cuanto tenía unos nueve años.
No
me acuerdo de ninguna. ¿Cómo era?
Todas
las tardes un anciano acostumbra a dormir la siesta. Sus nietos, que son
decenas, le preguntan por qué lo hace. Él le responde: «Voy al país de los
sueños para encontrarme con nuestros antepasados». Al dormir, el viejo sueña
que conversa con sus más sabios ancestros. «Un día, transmitiré estas
enseñanzas a mis descendientes.» Sin embargo, el tiempo pasa y el anciano no
transmite ninguna enseñanza. De modo que los nietos, todos, resuelven dormir la
siesta una tarde muy calurosa. Apenas despiertan, le dicen a su abuelo: «Fuimos
al país de los sueños para encontramos con nuestros antepasados». Lleno de
curiosidad, el viejo quiere el mensaje de los venerables ancestros. Uno de los
nietos le dice: «Llegamos al país de los sueños, nos encontramos con nuestros
antepasados y preguntamos si era verdad que nuestro abuelo venía aquí todas la
tardes. Ellos nos respondieron que jamás te han visto. Dicen que no conocen a
ningún abuelo».
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