Zadie
Smith
NW
London
Entre
Pauline y Michel no hay nada más que desconfianza y malentendidos, salvo cuando
se produce ese prodigioso alineamiento, antes excepcional y ahora cada vez más
frecuente, en el que Leah se ha comportado como una idiota y por tanto propicia
una rápida alianza entre enemigos naturales. Pauline descompuesta y arrebolada
diciendo palabrotas. Michel exhibiendo su pequeño y laboriosamente ganado
repertorio de co-loquialismos, el tesoro de todo emigrante: a fin de cuentas,
tú ya me entiendes, para acabarlo de arreglar, y yo voy y le digo, cojo y le
suelto, ésa sí que es buena, de eso me tengo que acordar.
—Es
increíble. Ojalá hubiera estado yo, Pauline, te lo digo en serio. Ojalá hubiera
estado yo.
Leah
sale al jardín para no oír la conversación. Ned, el vecino de arriba, está en
la hamaca de ella, que es comunitaria y por tanto no es su hamaca. Ned
disfrutando de la hierba bajo el manzano. Con la melena leonina ya entrecana y
recogida con una innoble goma elástica. Sobre el vientre tiene apoyada una
vetusta Leica a la espera de que se ponga el sol en NW, la zona noroeste,
porque los atardeceres son extrañamente vistosos en esta parte del mundo. Leah
se acerca al árbol comunitario y hace la señal de la victoria.
—Cómprate
tu maría.
—Ya
no fumo.
—Está
claro.
Ned
le pone un porro entre los dedos extendidos. Ella da una fuerte calada,
implacable con la garganta.
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