domingo, 1 de diciembre de 2013

Fragmentos Nº152: Legado en los huesos



Dolores Redondo
Legado en los huesos

Ibai dormía relajado. Ella se cubrió, le tendió el niño y salió corriendo. Al momento James la oyó vomitar.
No había sido consciente de que se dormía, solía pasarle cuando estaba muy cansada. Despertó de pronto, segura de que había escuchado uno de aquellos gruesos suspiros que exhalaba su hijo en sueños tras el terrible berrinche que se había pegado, pero la habitación estaba silenciosa y al incorporarse un poco pudo ver o casi intuir con la escasa luz que el niño dormía tranquilo, y se volvió hacia James, que descansaba boca abajo estrujando su almohada con el brazo derecho. Instintivamente se inclinó y besó su cabeza.
Él estiró el brazo y con su mano buscó la suya en un gesto común entre ellos y que repetían de modo inconsciente varias veces durante la noche. Reconfortada, cerró los ojos y se durmió.
Hasta que el viento la despertó. Soplaba ensordecedor silbando en sus oídos y produciendo un estruendo magnífico. Abrió los ojos y la vio. Lucía Aguirre la miraba fijamente desde la orilla del río, llevaba su jersey blanco y rojo de aspecto tan festivo que no podía resultar más incongruente y se abrazaba la cintura con el brazo izquierdo. Su mirada triste la alcanzaba como un puente místico tendido sobre las aguas agitadas del río Baztán, y a través de los ojos alcanzaba a sentir todo su miedo, todo su dolor pero, sobre todo, la infinita tristeza con que la miraba desesperanzada, aceptando una eternidad de viento y soledad. Venciendo su propio miedo, se incorporó y sin dejar de mirarla asintió animándola a hablar. Y Lucía habló, pero sus palabras arrancadas por el viento se perdían sin que Amaia pudiera discernir ni un solo sonido. Pareció gritar desesperada por hacerse oír hasta que sus fuerzas fallaron y cayó de rodillas al suelo, con el rostro oculto durante un momento, y cuando lo elevó de nuevo, sus labios se movían lenta y rítmicamente, repitiendo una sola palabra: «Atado..., apártalo..., atrápalo..., atrápalo...».
—Lo haré —susurró—, lo atraparé.
Pero Lucía Aguirre ya no la miraba, sólo negaba con la cabeza mientras su rostro se hundía en el río.
 

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