Chris
Colfer
Fulminado
por un rayo
Hoy
he pasado un buen rato con la abuela al salir del instituto, más de lo
habitual. Normalmente me siento con ella una hora o dos y hago los deberes
mientras ella habla consigo misma diciendo cosas sin sentido.
—Y
por eso no voy a votar a Nixon —ha afirmado un par de veces—. Es un hombre tan
retorcido que tiene que atornillarse las botas por la mañana, fíjate lo que te
digo.
La
visita ha comenzado como cualquier otro día. He ido a la residencia asistida de
Clover nada más salir de clase; afortunadamente, he logrado salir con vida del
aparcamiento de alumnos. He saludado con la mano a Kathy, la recepcionista de
la residencia, según pasaba por el mostrador de camino a la habitación de la
abuela. (Kathy nunca me devuelve el saludo. Ni siquiera la he visto parpadear
nunca. Se pasa todo el día con la mirada fija en la puerta principal. Mucho me
temo que pronto pasará de ser empleada a ser paciente.)
—Hola,
abuela —le he dicho al entrar en la habitación. Estaba sentada en su cama,
tejiendo no sabría decir qué.
—¿Quién
eres? —ha preguntado, abriendo mucho los ojos. Siempre es doloroso que me haga
esa pregunta.
—Soy
Carson —le digo siempre—. Tu nieto.
—No
—ha dicho ella, meneando la cabeza—. Mi nieto no es tan mayor.
—He
crecido —le he contestado encogiéndome de hombros.
Por
una décima de segundo, hubiera jurado que me reconocía, pero puede que fueran
imaginaciones mías. Se ha levantado de la cama y ha ido hacia la puerta.
—Enseguida
vuelvo.
Pasados
unos minutos me he sentado y me he puesto a hacer los deberes. La he oído
hablar con una de las enfermeras en el pasillo.
—Necesito
el horno —decía.
—No
puede usar el horno —ha respondido la enfermera.
—Pero
es que tengo un invitado. A lo mejor tiene hambre —insistía ella.
Un
par de minutos más tarde, la abuela ha vuelto con un plato de papel lleno de
galletas Oreo.
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