sábado, 14 de diciembre de 2013

Fragmentos Nº156: Finny



Justin Kramon
Finny

Stanley adoraba a Bach. Había estado una vez en el festival de Tanglewood y había escuchado la Misa en si menor en una iglesia, y desde entonces pensaba que Bach era el mayor compositor que había existido nunca. En su estudio se apilaban los discos de Bach, en la pared colgaba un cartel con la primera página de las Suites para violonchelo y él hablaba de Glenn Gould, el intérprete de Bach, como si fuera un amigo de la familia. «Gould es un tipo difícil —decía siempre que se presentaba la ocasión—. Tienes que tomarte un tiempo para conocerlo.»
A veces les ponía alguna grabación breve a Sylvan y Finny que tenían que quedarse allí sentados y fingir que escuchaban. Mientras sonaba la música, Stanley hacía de director y se empleaba a fondo en los crescendi. Cuando la grabación acababa, Stanley decía «Bach» y asentía con la cabeza.
Le habría gustado que Sylvan y Finny tuvieran dotes musicales. Le habían complacido ingresando en un coro. Sin embargo, Finny detestaba cantar. Le parecía que su voz sonaba como los chirridos de una puerta y sus aguados bastaban para que Raskal gimoteara. Aborrecía verse embutida en el cuello de cisne blanco y los pantalones negros que la hacían ponerse, y cantar su parte a voz en grito. El muchacho que tenía a su lado solía meterse un dedo en el oído que tuviera más cerca de Finny. «¿Tan mal lo hago?», preguntaba ella. «Me ayuda a oírme», le decía él.
 

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