Claudia Piñeiro, este es el segundo relato de la
autora de Betibú, que narra la
historia de una mujer a la hora de la compra que esta tiene frente a lo que se
encuentra en el mercado, Aquí os dejo el enlace al relato
completo.
Eduardo Estrada |
(…) Carina elige dos latas de tomate
y las pone dentro del carro donde ya están el frasco de alcaparras, dos
botellas del vino tinto que le gusta a Arturo y las cajas de ravioles. Mira las
latas dentro del chango, levanta una y después de inspeccionar la la descarta
porque tiene una pequeña abolladura.
La cambia por otra. Por qué escoger una lata abollada si la cobran igual que las sanas. Recuerda una frase que solía usar Arturo: no pagar gato por liebre. Pobre Arturo. Va hacia la línea de cajas, se para en aquella donde hay menos hombres. Los hombres hacen mal las compras, piensa, cargan de más y cuando pasan por la caja dudan, se dan cuenta de que no pesaron algunos alimentos, van a buscar algo que se olvidaron. Arturo nunca hizo las compras. Ni ella le reclamó. Ella no le reclamó nada en veinticuatro años de matrimonio. Él tampoco hasta esa mañana. Aunque lo de Arturo tampoco fue un reclamo. Reclama quien pide un cambio, una modificación. Él apenas informó, dijo pero no pidió nada. Ojalá hubiera pedido.
La cambia por otra. Por qué escoger una lata abollada si la cobran igual que las sanas. Recuerda una frase que solía usar Arturo: no pagar gato por liebre. Pobre Arturo. Va hacia la línea de cajas, se para en aquella donde hay menos hombres. Los hombres hacen mal las compras, piensa, cargan de más y cuando pasan por la caja dudan, se dan cuenta de que no pesaron algunos alimentos, van a buscar algo que se olvidaron. Arturo nunca hizo las compras. Ni ella le reclamó. Ella no le reclamó nada en veinticuatro años de matrimonio. Él tampoco hasta esa mañana. Aunque lo de Arturo tampoco fue un reclamo. Reclama quien pide un cambio, una modificación. Él apenas informó, dijo pero no pidió nada. Ojalá hubiera pedido.
La última mujer delante de ella
avanza y empieza a descargar sus compras. Carina mira la hora. A pesar de que
le llevó tiempo limpiar la cocina, va a llegar bien. Los chicos no vendrán
antes de las dos. Le dijo a Arturo: “¿Y qué les digo a los chicos?”. “Yo les voy
a explicar”, le contestó él, “después”. Sí, claro, Arturo siempre después. Pero
antes ella tendría que enfrentarlos y decirles por qué su padre había faltado
al almuerzo de todos los primeros sábados. Trató de convencerlo de que se fuera
después de comer. Pero él dijo que no, que ya tenía la valija lista. Ese no fue
el punto, ni la valija lista, ni el almuerzo al que no asistiría. Hasta ahí
ella estaba aturdida, pero entera. Él agregó que lo estaban esperando. Otra
mujer. Y ese tampoco fue el punto porque siempre hay otra mujer. Pero entonces
ella quiso saber qué. No le importaba ni quién ni por qué ni cómo. Qué. “¿Cómo
qué?”, preguntó él. Carina le explicó: “¿Qué cosa de mí te hizo buscar otra
mujer, alejarte?”. Él habló de generalidades, el tiempo que pasa, el amor que
se desvanece, la cotidianeidad que arrasa con lo que se ponga delante. Sin
embargo ella insistió, qué. No lo dejaría ir sin que él diera un motivo
concreto. Y por fin él dijo, para que lo dejara ir. “Tu olor, olés mal”. Ella
sintió un hachazo en el cuerpo. “Huele mal tu aliento, tu piel, tu pelo”. Esa
confesión fue la que cortó el hilo que sostiene a las personas para que no
pasen del deseo al acto. Así como ella sintió un hachazo en el cuerpo, tuvo el
deseo de que un hachazo lo atravesara a él. Y aún empuñaba la cuchilla con la
que acababa de cortar los vegetales. (…)
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