Claudia Piñeiro, con este relato que trata la
desaparición de la abuela de la protagonista da comienzo los relatos de la
autora de Un comunista en calzoncillos Aquí os dejo el enlace al relato
completo.
Eduardo Estrada |
(…) Pasa la tranquera y se alegra de
que su madre se haya ocupado al menos de deshacerse de los animales.
A él le tocaría, además de las reparaciones, contactar una inmobiliaria, fijar un precio de venta, hacer limpiar la casa. Sin embargo, Pedro tiene muy claro qué será lo primero: tirar la pared que su abuelo levantó en medio del living, una pared sin sentido arquitectónico que divide el ambiente en dos e interrumpe el paso. Levantada para tapar un dolor o fijarlo para siempre. Porque en medio de esa pared, frente al sillón preferido de su abuelo, colgaba el retrato de Carmiña Núñez, su abuela, a quien Pedro apenas conoció. Muchas tardes cuando bajaba el sol, veía a su abuelo sentarse con un vaso de whisky frente a esa pared y admirar el retrato. Una mujer morena, bonita, luciendo un vestido de encaje blanco que tal vez haya sido el que usó el día de su casamiento. Pasaban los años y el abuelo Martín parecía seguir enamorado de ella, aferrado al recuerdo de su mujer muerta. O eso creía Pedro. Pero un día se lo comentó a su madre y ella puso mala cara: “De esa mujer yo no hablo”. Entonces se dio cuenta de que casi nadie en la familia mencionaba a su abuela, solo el abuelo Martín que cuando insinuaban algún enojo decía: “Todos hablan, pero nadie sabe”. Muchos años después se enteró por una prima de que su abuela no estaba muerta, sino que se había ido con otro hombre. Nadie supo más de ella, si formó otra familia en alguna parte del mundo, ni siquiera si seguía viva o no. Nadie la volvió a mencionar, excepto el abuelo. Para él, ella seguía inmaculada, en su vestido de encaje con el que la veneró tantas tardes, frente a esa pared que Pedro se dispone a tirar. (…)
A él le tocaría, además de las reparaciones, contactar una inmobiliaria, fijar un precio de venta, hacer limpiar la casa. Sin embargo, Pedro tiene muy claro qué será lo primero: tirar la pared que su abuelo levantó en medio del living, una pared sin sentido arquitectónico que divide el ambiente en dos e interrumpe el paso. Levantada para tapar un dolor o fijarlo para siempre. Porque en medio de esa pared, frente al sillón preferido de su abuelo, colgaba el retrato de Carmiña Núñez, su abuela, a quien Pedro apenas conoció. Muchas tardes cuando bajaba el sol, veía a su abuelo sentarse con un vaso de whisky frente a esa pared y admirar el retrato. Una mujer morena, bonita, luciendo un vestido de encaje blanco que tal vez haya sido el que usó el día de su casamiento. Pasaban los años y el abuelo Martín parecía seguir enamorado de ella, aferrado al recuerdo de su mujer muerta. O eso creía Pedro. Pero un día se lo comentó a su madre y ella puso mala cara: “De esa mujer yo no hablo”. Entonces se dio cuenta de que casi nadie en la familia mencionaba a su abuela, solo el abuelo Martín que cuando insinuaban algún enojo decía: “Todos hablan, pero nadie sabe”. Muchos años después se enteró por una prima de que su abuela no estaba muerta, sino que se había ido con otro hombre. Nadie supo más de ella, si formó otra familia en alguna parte del mundo, ni siquiera si seguía viva o no. Nadie la volvió a mencionar, excepto el abuelo. Para él, ella seguía inmaculada, en su vestido de encaje con el que la veneró tantas tardes, frente a esa pared que Pedro se dispone a tirar. (…)
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