Guadalupe Nettel, último relato de la serie Bacalar de la autora de El matrimonio de los peces rojos, en esta epístola conocemos los
problemas del hijo de la protagonista el cual, no trata como debería a sus
hijas, es por ello que pide a su hijo que a pesar de las diferencias de ideas
trate de cambiar. Aquí os dejo el enlace al relato
completo.
Eva Vázquez |
(…) Eres mi único hijo y sabes que
te quiero sobre todas las cosas. Pertenecemos a dos generaciones muy distintas
y entre nosotros existe un abismo ideológico.
Lo que para ti es natural, para mí es simplemente impensable. Aun así apoyé tu estrambótica idea de instaurar en mi casa una comuna con tus dos esposas y sus respectivas hijas. Considero un privilegio haber convivido ese tiempo con mis nietas; especialmente con Uma, a quien conocía menos. Quizás por la estabilidad que recibió de su madre o por haber vivido alejada de ti, es una chica de una madurez excepcional. Con toda la delicadeza del mundo, puso estructuras y horarios en esta casa donde tanta falta hacían. Sus hermanas la apoyaron y con mucha razón. Al principio creí que Uma estaba influyendo en ti de manera positiva. Me enterneció, no te lo niego, que hicieras tantos esfuerzos por complacerla. Sé muy bien que no aceptas órdenes de nadie y, sin embargo, por ella moderaste tus excesos alcohólicos, tus arranques de malhumor. Me conmovía encontrarte por las noches recostado sobre su hombro, mientras ella leía en el sofá de la sala. Pensé en todos los años que habían estado lejos y llegué a desear que, al terminar el bachillerato, Uma pasara varios años con nosotros como era tu intención. Pronto me di cuenta de mi ingenuidad. Me alarmé la primera vez que te descubrí mirándola sobre la arena con esa expresión que ya no era dulce sino de franca lujuria, pero no dije nada. Pensé que, a fin de cuentas, los hombres no discriminan su deseo. Lo que nunca sospeché fue hasta dónde llegaría tu debilidad por ella. Te mostraste manso —como jamás te había visto actuar— a todos sus designios y recomendaciones, y yo pensé que era gratuito, que no había ninguna estrategia detrás. Luego te encontré, en varias ocasiones, apostado tras la ventana del baño, justo al volver de la playa, esperando el momento en que ella entraría a la ducha para enjuagarse el bikini. Conozco muy bien esa expresión determinada con que la observabas. Te la he visto muchas veces. En general consigues lo que deseas y no siempre es para bien. Fue entonces cuando me mudé a su habitación, no porque hubiera encontrado un nido de alacranes junto a mi cama, como aseguré esa noche, sino porque te sentí acechándola. Fui yo la responsable de que Uma volviera antes de lo previsto a París. Llamé a su madre y, tras explicarle la situación, le pedí que adelantara su billete. Eres mi hijo y ella mi nieta. Los amo a los dos y por eso no voy a permitir que cometas ningún crimen. Te lo aseguro, llegaré a los tribunales o hasta donde sea necesario para impedir que le hagas daño. (…)
Lo que para ti es natural, para mí es simplemente impensable. Aun así apoyé tu estrambótica idea de instaurar en mi casa una comuna con tus dos esposas y sus respectivas hijas. Considero un privilegio haber convivido ese tiempo con mis nietas; especialmente con Uma, a quien conocía menos. Quizás por la estabilidad que recibió de su madre o por haber vivido alejada de ti, es una chica de una madurez excepcional. Con toda la delicadeza del mundo, puso estructuras y horarios en esta casa donde tanta falta hacían. Sus hermanas la apoyaron y con mucha razón. Al principio creí que Uma estaba influyendo en ti de manera positiva. Me enterneció, no te lo niego, que hicieras tantos esfuerzos por complacerla. Sé muy bien que no aceptas órdenes de nadie y, sin embargo, por ella moderaste tus excesos alcohólicos, tus arranques de malhumor. Me conmovía encontrarte por las noches recostado sobre su hombro, mientras ella leía en el sofá de la sala. Pensé en todos los años que habían estado lejos y llegué a desear que, al terminar el bachillerato, Uma pasara varios años con nosotros como era tu intención. Pronto me di cuenta de mi ingenuidad. Me alarmé la primera vez que te descubrí mirándola sobre la arena con esa expresión que ya no era dulce sino de franca lujuria, pero no dije nada. Pensé que, a fin de cuentas, los hombres no discriminan su deseo. Lo que nunca sospeché fue hasta dónde llegaría tu debilidad por ella. Te mostraste manso —como jamás te había visto actuar— a todos sus designios y recomendaciones, y yo pensé que era gratuito, que no había ninguna estrategia detrás. Luego te encontré, en varias ocasiones, apostado tras la ventana del baño, justo al volver de la playa, esperando el momento en que ella entraría a la ducha para enjuagarse el bikini. Conozco muy bien esa expresión determinada con que la observabas. Te la he visto muchas veces. En general consigues lo que deseas y no siempre es para bien. Fue entonces cuando me mudé a su habitación, no porque hubiera encontrado un nido de alacranes junto a mi cama, como aseguré esa noche, sino porque te sentí acechándola. Fui yo la responsable de que Uma volviera antes de lo previsto a París. Llamé a su madre y, tras explicarle la situación, le pedí que adelantara su billete. Eres mi hijo y ella mi nieta. Los amo a los dos y por eso no voy a permitir que cometas ningún crimen. Te lo aseguro, llegaré a los tribunales o hasta donde sea necesario para impedir que le hagas daño. (…)
No hay comentarios:
Publicar un comentario