domingo, 4 de agosto de 2013

En el periódico, El País, julio de 2013: Miniaturas negras / 4: Carla y Rubén, estilistas de Claudia Piñeiro



Claudia Piñeiro, el penúltimo relato de la serie de Miniaturas negras, conocemos, en este texto, el día a día de una peluquera de barrio y a sus clientas.  Aquí os dejo el enlace al relato completo.

Eduardo Estrada 
(…) Todo había empezado unos pocos años antes. A la peluquería no le iba bien. Dejó de irle bien cuando a tres cuadras pusieron otra, moderna, que pertenecía a una cadena para la que no importaba el nombre del peluquero sino el de la empresa: Magic.
La de ellos, instalada delante de su propia casa, conservaba el nombre de siempre: Carla y Rubén, estilistas. La nueva tenía una máquina expendedora que ofrecía no solo café en sus distintas variedades, sino también chocolate. Y revistas nuevas cada semana. Y grandes fotos de mujeres famosas peinadas en la peluquería, aunque no estrictamente en esa sucursal, por el barrio no pasaba nadie con fama, al menos no con fama de la buena.
Carla conocía a las clientes del barrio y sabía que no iba a ser fácil competir con la foto gigante de la actriz de la telenovela de moda, con sus rulos brillantes recién hechos. En eso pensaba mientras barría los mechones muertos, antes de dar por finalizado el día. Entonces fue que vio el mechón y tuvo una intuición. Largo, colorado, grueso. En lugar de barrerlo lo levantó, le puso una gomita en una punta para que no se desarmara, y lo abrochó en una tarjeta blanca. Pensó un rato, descartó algunas alternativas, y por fin escribió: “Gracias, Rubén, si siguiera en el país no dejaría que mi cabeza pasara por otras manos. Un beso y este recuerdo”. Y debajo del texto una firma lo suficientemente garabateada como para que cada uno pudiera imaginarse lo que quisiera. Luego lo pegó en el espejo y se fue para su casa.
Al día siguiente no dijo nada y esperó. Recién la tercera clienta se dio cuenta del rulo colorado en el espejo. Rubén no había llegado a la peluquería. La clienta preguntó de quién era y ella dijo que no podía revelar el nombre de la dueña original, pero que ahora era de Rubén. Y luego, en voz baja como si se estuviera excediendo con sus revelaciones, dijo: “Y ese no es el único mechón”. Prometió que poco a poco ella iba a ir trayendo otros de la colección. Si Rubén no se enojaba, claro. Que sí, que hay una colección completa, hecha a lo largo de tantos años de peluquero, de sus viajes cuando iba a cortar y peinar a otras ciudades. (…)

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