Petros
Márkaris
La
espada de Damocles
La
primera condición es que los literatos comprendan la crisis; que la comprendan
en toda su magnitud y con todas sus consecuencias. Así lo hacían los escritores
y los poetas griegos en los años cincuenta. Y, aunque no constituyera un delito
hablar de árboles, estos autores también sabían que a sus lectores les
abrumaban otras preocupaciones y prioridades. Basta un único ejemplo: también
hoy resulta difícil hablar de árboles, cuando la tasa de paro juvenil asciende
al 41 por ciento y la de suicidios se sitúa en torno al 25 por ciento.
La
segunda condición es que los ciudadanos no sólo presten atención a las
afirmaciones y declaraciones de los políticos en los informes diarios de los
medios de comunicación, sino que sientan la necesidad de buscar refugio en la
literatura. Y que lo busquen porque el refugio que proporciona la literatura
representa una liberación, no tanto de las preocupaciones del día a día, sino
más bien de la presión continua que angustia al individuo en tiempos de crisis.
Brecht, que también vivió tiempos muy difíciles, aunque no siempre relacionados
con una gravísima crisis financiera, lo describió de forma clara y concisa en
su poema «Leyendo a Horacio»:
Ni
siquiera el diluvio
duró
toda la eternidad.
Un
día se estancaron
las
oscuras aguas.
Pero,
es verdad,
¡fueron
pocos los que duraron más!
De
eso se trata. De sobrevivir. Se trata de durar más que el diluvio o, en su
caso, que la crisis. La literatura y la poesía pueden aliviar la supervivencia
o, al menos, hacerla más tolerable.
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