Claudia Piñeiro, el tercer relato de la serie de sus Miniaturas negras, esta vez nos
introducimos en una conversación sobre la separación, las rivalidades que esta
crea y la presión que crea en sus personajes.
Aquí os dejo el enlace al relato
completo.
Eduardo Estrada |
(…) Ya en su oficina revisa los
papeles para la firma que le dejaron sobre el escritorio. Faltan dos cheques
que debían salir sí o sí antes del mediodía. Llama a gritos a Lucía, pero ante
la falta de respuesta recuerda que no fue a trabajar. Baja él mismo a buscar
los cheques a tesorería.
De camino suena el teléfono, es Clara, su exmujer, para reclamarle una vez más que firme el acuerdo de divorcio. Dos o tres palabras y le corta, si esa mujer se quiere quedar con algo de lo suyo, tendrá que matarlo. Ya se lo dijo varias veces: muerto me vas a sacar un billete. Pega tres gritos en tesorería y aparecen los cheques. Cuando vuelve a su oficina lo está esperando Malena Pozzi. “¿Solucionaste eso?”, dice él. “En eso estoy”, contesta ella y con actitud seductora le acerca una taza de café. Él agarra la taza. Se miran a los ojos. Ella: “Tomalo, te va a hacer bien”. Él bebe: “¿Cuánta azúcar le pusiste?”. Ella: “Tres cucharadas”. “Todavía no sabés que yo tomo con dos”, dice él y en lugar de enojarse la besa. Por la ventana llega el sonido de un golpe seco y luego vidrios rotos. El señor Aberdeen se asoma por la ventana, su exmujer acaba de hundirle el baúl del auto. Se agarra la cabeza: “Hija de puta, no lo puedo creer”. Aberdeen se dispone a salir de la oficina, Malena intenta detenerlo. Él se violenta, quiere deshacerse de ella pero casi al mismo tiempo se agarra el pecho y se dobla por la cintura. Malena lo mira. “Llamá a un médico”, pide él. Ella no se mueve, él se deja caer sobre una silla. Quiere gritar pero no puede. “Llamá a un médico, ¡shit!”, dice con un hilo de voz. Ella sigue quieta. Él convulsiona, cae de la silla, la mira desde el piso con el poco aliento que le queda. Ella da un suspiro profundo y luego manda un mensaje con su teléfono. Clara entra a la oficina, mira a Malena: “¿Llamamos a la ambulancia?”. “No todavía. Démosle unos minutos más”. Aberdeen hace los últimos estertores y luego su cuerpo queda inmóvil, para siempre. Malena marca un número en su teléfono: “Hola, Lucía, listo mandá la ambulancia”. Clara llama a la casa de Aberdeen: “Ya está, Gladys, se terminó todo, tranquila, no llores”. Corta y mira a Malena: “Un corazón débil como el suyo no iba a soportar tantos inconvenientes en un solo día”. Malena mete la mano en su bolsillo y le devuelve la caja donde todavía quedan algunas pastillas de Viagra: “Le puse solo tres al café, me pareció suficiente”. “Parece que lo fue”, contesta Clara. (…)
De camino suena el teléfono, es Clara, su exmujer, para reclamarle una vez más que firme el acuerdo de divorcio. Dos o tres palabras y le corta, si esa mujer se quiere quedar con algo de lo suyo, tendrá que matarlo. Ya se lo dijo varias veces: muerto me vas a sacar un billete. Pega tres gritos en tesorería y aparecen los cheques. Cuando vuelve a su oficina lo está esperando Malena Pozzi. “¿Solucionaste eso?”, dice él. “En eso estoy”, contesta ella y con actitud seductora le acerca una taza de café. Él agarra la taza. Se miran a los ojos. Ella: “Tomalo, te va a hacer bien”. Él bebe: “¿Cuánta azúcar le pusiste?”. Ella: “Tres cucharadas”. “Todavía no sabés que yo tomo con dos”, dice él y en lugar de enojarse la besa. Por la ventana llega el sonido de un golpe seco y luego vidrios rotos. El señor Aberdeen se asoma por la ventana, su exmujer acaba de hundirle el baúl del auto. Se agarra la cabeza: “Hija de puta, no lo puedo creer”. Aberdeen se dispone a salir de la oficina, Malena intenta detenerlo. Él se violenta, quiere deshacerse de ella pero casi al mismo tiempo se agarra el pecho y se dobla por la cintura. Malena lo mira. “Llamá a un médico”, pide él. Ella no se mueve, él se deja caer sobre una silla. Quiere gritar pero no puede. “Llamá a un médico, ¡shit!”, dice con un hilo de voz. Ella sigue quieta. Él convulsiona, cae de la silla, la mira desde el piso con el poco aliento que le queda. Ella da un suspiro profundo y luego manda un mensaje con su teléfono. Clara entra a la oficina, mira a Malena: “¿Llamamos a la ambulancia?”. “No todavía. Démosle unos minutos más”. Aberdeen hace los últimos estertores y luego su cuerpo queda inmóvil, para siempre. Malena marca un número en su teléfono: “Hola, Lucía, listo mandá la ambulancia”. Clara llama a la casa de Aberdeen: “Ya está, Gladys, se terminó todo, tranquila, no llores”. Corta y mira a Malena: “Un corazón débil como el suyo no iba a soportar tantos inconvenientes en un solo día”. Malena mete la mano en su bolsillo y le devuelve la caja donde todavía quedan algunas pastillas de Viagra: “Le puse solo tres al café, me pareció suficiente”. “Parece que lo fue”, contesta Clara. (…)
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