E.
F. Benson
Reina
Lucía
Había
llegado ya hasta los escalones de piedra para saltar el murete que daba a los
sembrados cuando decidió sentarse allí un momento. Las vacilantes melodías de
Lucía aún se oían débilmente, pero se detuvieron mientras estaba allí sentado,
y supuso que su amiga estaba mirando por la ventana. Se preguntó que pensaría
hacer la señora Quantock: al parecer, no se había comprometido a llevar al gurú
a la fiesta del jardín, o de otro modo lady Ambermere no habría comentado que
Lucía aún no sabía si el gurú iba a asistir o no a su convocatoria. A lo mejor
la señora Quantock pretendía quedárselo
solo para ella, y no pensaba cedérselo ni a la reina ni a él… Aquello era puro
bolchevismo, y en un momento de vértigo, Georgie sintió que en él anidaban
también todos sus ingredientes. El yugo de Lucía era muy pesado a veces, y se
preguntó, en un alarde de osadía, qué ocurriría si invitaba a comer a Olga
Bracely sin mencionar a Lucía que estaría en su casa la misma tarde de su
fiesta de jardín. ¡No en vano Georgie era un Barlett por parte de madre, y
tocaba el piano mejor que Lucía, y tenía veinticuatro horas libres al día que
podía dedicar plenamente a ser rey de Riseholme…! Notó cómo su espíritu se
derramaba ardiendo con una llama roja y revolucionaria que se alimentaba con
aquellas noticias secretas sobre Olga Bracely: ¿por qué tenía Lucía que
gobernarlo todo con mano de hierro? ¿Por qué? Y otra vez más ¿por qué?
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