Ginés
Sánchez
Lobisón
La
luna está muy baja y casi va rozando los árboles. Baja el viento del olivar. En
la puerta de lo del Jesús Zambrano hay cuatro hombres hablando al lado del
coche grade del tío Severo. Yo los miro desde lo oscuro. Los hombres hablan de
cosas del campo. Los oigo hablar. Oigo respirar a las borregas y a los burros.
Los murciélagos se van volando hacia el barranco grande. Se sienten sus alas
como cuchillos.
Entonces, más abajo, hay un lloriqueo de un perro y los hombres dejan de hablar y miran para la cuesta y se extrañan del silencio que envuelve al pueblo. y es que no ladran los perros ni se siente a las borregas en los corrales ni tampoco a los grillos. Sólo las cuatro farolas que van siguiendo el camino parecen hablar. De sombras llenas de sombras. Los hombres se despiden y la luz de donde el Jesús Zambrano se apaga y dos de los hombres son el tío Severo y el tío Tomás. Dejan el coche grande aparcado donde lo de Jesús Zambrano y se van subiendo por la cuesta sin hablar. Yo los miro. Cuando están ya llegando a los corrales pasa que de pronto todos los perros del pueblo se ponen a ladrar al mismo tiempo. No son los ladridos que darían si viniera alguien a quien conocieran. Son los que darían si se estuvieran meando encima del miedo. Los tíos se han parado en la puerta del corral y miran para todos lados. La luna les da en la cara. Luego se dicen adiós y cada uno se va a su casa.
Entonces, más abajo, hay un lloriqueo de un perro y los hombres dejan de hablar y miran para la cuesta y se extrañan del silencio que envuelve al pueblo. y es que no ladran los perros ni se siente a las borregas en los corrales ni tampoco a los grillos. Sólo las cuatro farolas que van siguiendo el camino parecen hablar. De sombras llenas de sombras. Los hombres se despiden y la luz de donde el Jesús Zambrano se apaga y dos de los hombres son el tío Severo y el tío Tomás. Dejan el coche grande aparcado donde lo de Jesús Zambrano y se van subiendo por la cuesta sin hablar. Yo los miro. Cuando están ya llegando a los corrales pasa que de pronto todos los perros del pueblo se ponen a ladrar al mismo tiempo. No son los ladridos que darían si viniera alguien a quien conocieran. Son los que darían si se estuvieran meando encima del miedo. Los tíos se han parado en la puerta del corral y miran para todos lados. La luna les da en la cara. Luego se dicen adiós y cada uno se va a su casa.
En
el patio de la Brígida y del Rogelio Santos hay madreselvas plantadas. Las madreselvas
huelen como el vino. La Brígida otra vez está despierta y otra vez está al lado
de la ventana. Los ladridos de los perros la han despertado. En la ventana
están las marcas hechas con ceniza. La Brígida las mira y no las toca. Otra vez
se va para adentro y enciende la luz del baño. Corre el agua. Yo me acerco a la
ventana y miro para adentro. El Rogelio Santos está roncando, la Brígida vuelve
del baño y se acuesta. Yo miro a las marcas hechas con ceniza en la ventana. La
ventana no tiene rejas.
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