María
Dueñas
El
tiempo entre costuras
—El
creador del modelo, querida ignorante mía, es Mariano Fortuny y Madrazo, hijo
del gran Mariano Fortuny, quien probablemente sea el mejor pintor del siglo XIX
tras Goya. Fue un artista fantástico, muy vinculado con Marruecos, por cierto.
Vino durante la guerra de África, quedó deslumbrado por la luz y el exotismo de esta tierra y se encargó de plasmarlo en muchos de sus cuadros; una de sus pinturas más conocidas es, de hecho, La batalla de Tetuán. Pero si Fortuny padre fue un pintor magistral, el hijo es un auténtico genio. Pinta también, pero en su taller veneciano diseña además escenografías para obras de teatro, y es fotógrafo, inventor, estudioso de técnicas clásicas y diseñador de telas y vestidos, como el mítico Delphos que tú, pequeña farsante, acabas de fusilarle en una reinterpretación doméstica intuyo que de lo más lograda.
Vino durante la guerra de África, quedó deslumbrado por la luz y el exotismo de esta tierra y se encargó de plasmarlo en muchos de sus cuadros; una de sus pinturas más conocidas es, de hecho, La batalla de Tetuán. Pero si Fortuny padre fue un pintor magistral, el hijo es un auténtico genio. Pinta también, pero en su taller veneciano diseña además escenografías para obras de teatro, y es fotógrafo, inventor, estudioso de técnicas clásicas y diseñador de telas y vestidos, como el mítico Delphos que tú, pequeña farsante, acabas de fusilarle en una reinterpretación doméstica intuyo que de lo más lograda.
Hablaba
Félix tumbado en el sofá mientras entre sus manos mantenía la revista con la
fotografía que había disparado mi memoria. Yo, agotada tras la intensidad de la
tarde, escuchaba inmóvil desde un sillón, sin fuerzas aquella noche para
sostener siquiera una aguja entre los dedos. Acababa de relatarle todos los
acontecimientos de las últimas horas, empezando por el momento en que mi
clienta anunciara su regreso al taller con un potente frenazo que hizo a los
vecinos asomarse a los balcones. Subió corriendo, con la prisa resonando en los
peldaños de la escalera. La esperaba con la puerta abierta y, sin pararme
siquiera a saludarla, le propuse mi idea.
—Vamos
a intentar hacer un Delphos de emergencia, ¿sabe de qué le hablo?
—¿Un
Delphos de Fortuny? —inquirió incrédula.
—Un
falso Delphos.
—¿Piensa
que va a ser posible?
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