viernes, 26 de octubre de 2012

Nostalgia de Mircea Cărtărescu

Gracias a la editorial Impedimenta por cederme un ejemplar de Nostalgia 

El relato que da comienzo —como Prologo al libro es El Ruletista, un texto que trata la historia del escritor muy cerca, de las ficciones imaginarias, oníricas y de la forma en la que el protagonista crea. También trata de un hombre frente a un revolver se juega la vida y obtiene dinero de las apuestas que se crean alrededor de estos hasta que el Ruletista se pone frente al arma cada vez con más balas. El texto trata la historia dentro de la historia, mezclando lo real con la ficción convirtiéndolo todo en un hechizante relato con una conclusión inesperada.




Extractos:

Sentado ante mi escritorio, me cubro con una manta y, sin embargo, tengo un frío espantoso. Mientras escribía estas líneas, mi habitación, mi cripta, ha viajado a tanta velocidad a través de la neblina negra exterior que me siento mareado. He dado vueltas y más vueltas en la cama durante toda la noche, soy un saco de huesos empañados por la transpiración. Fuera no hay nada, nunca. Por mucho que avances en cualquier dirección, hasta el infinito, solo encuentras esta niebla negra y densa, sólida como la pez. El Ruletista es mi apuesta y debería ser el trocito de masa en torno al cual podría volver a crecer el pan ligero del mundo. En caso contrario, todo, se es que existe un todo, es plano como una torta.  Pero si ha existido, y lo ha hecho —ahí está mi apuesta—, entonces el mundo existe y yo no me veré obligado a cerrar los ojos ni tampoco, con la piel arrugada pegada a los huesos y la carne por fuerza como un abrigo de sangre, a avanzar así por toda la eternidad. Con esta historia me fabrico un acuario, el más mísero, porque no me interesa un acuario ornamental en el que él y yo, garantía cada uno de la realidad del otro, intentemos sobrevivir como dos peces semitransparentes, con los latidos del corazón visibles, arrastrando a nuestro paso un fino hilillo de excrementos. Me horroriza la idea de que el acuario tenga agujeros. Por Dios, tengo que hacer un esfuerzo, aunque ya no siento la comna…

El siguiente, dentro de la segunda parte titulada Nostalgia, se titula El Mendébil, trata de las aventuras que, junto con sus amigos, vivieron el protagonista —un profesor escribiendo retazos de su macabro pasado de un barrio humilde— cuando eran niños, a través de sus juegos, relatos y anécdotas. Somos testigos de la confusión, la soledad y la aburrida cotidianidad del chico hasta que se cruza en sus caminos un curioso, a la vez que misterioso y perturbador muchacho de su edad, el Mendébil, como decide llamarle. Este cambiará su forma de vivir y la de sus amigos para siempre.

Extractos:

Para llegar allí había que atravesar un callejón extremadamente estrecho y oscuro, situado entre nuestro bloque y el edificio de un instituto, casi pegados entre sí. No habíamos sentido hasta entonces, en los casi dos meses transcurridos desde que nos habíamos trasladado, ninguna curiosidad por explorar aquel pasillo lúgubre. Siguiendo al Mendébil recorrimos en fila india, arañándonos y manchándonos con el cemento de las paredes, unos veinte metros de pasadizo, y salimos a una especie de patio interior; tres de sus lados estaban rodeados por el bloque y el instituto, y el cuarto lo estaba por la cerca de hormigón del molino. A través de sus agujeros escapaban ramitas y hojas de acacia. Era un patio pequeño, asfaltado, muy limpio en comparación con el de cristal del portal I. En el otro había unos escalones bastante empinados que culminaban en una pequeña plataforma con una balaustrada de piedra que daba a una de las puertas tapiadas del instituto. Solíamos referirnos a esta escalera de piedra como el Puente. Pegado a la valla había un cubo de hormigón que acababa en una especie de pilón metálico, con la superficie superior levemente ahuecada. Nunca llegué a saber para qué servía. Nosotros a este lugar lo llamábamos el Trono. Finalmente, la tercera «irregularidad» del portal I era un gran transformador de tubos doblados y fachada de hormigón, que recuerdo cubierto por la letra grande, coloreada, del Mendébil. Supongo que aquel transformador estaría estropeado porque permaneció allí abandonado un montón de tiempo.

El tercer relato se titula Los gemelos, una historia envuelta en sueños, pesadillas, en recuerdos,  antesala de la novela Lulu, que publicaría un año después. Un texto en el que se narra las travesuras de la niñez en un campamento, los amigos con los que se descubre lugares secretos, misteriosos y casi poéticos y la madurez cuando se descubre el presente de uno mismo y su pasado. Las difícil relaciones con otras personas que conllevan al protagonista frías situaciones, principalmente con Gina, una chica que hace enloquecer al protagonista hasta extremos insospechados. En su lucha consigo mismo y su interior a través de la escritura descubriremos que, a lo largo del relato el joven trata de recuperar su salud mental a través de sus narraciones en un papel. Mi relato preferido de los cinco que abarca el libro, por su capacidad de intercambiar pasado y presente, además de conseguir hipnotizar por su forma de narrar los extraños sucesos de su protagonsita.

Extractos:

Me despertaba muchas veces llorando de soledad. Finalmente empecé de nuevo las clases y, por vez primera, ver unas cuantas caras conocidas me resultó en cierto modo agradable. En el laboratorio de biología, donde tuvimos la primera clase, vi de lejos a Bumac, consumado ciclista, con su cara ancha de buen hombre y sus ojos verdes siempre entornados, que había empezado a apuntar en un cuaderno cuántas veces decía «niñitos» la profesora. La cosecha era considerable (había trazado en el cuaderno más de doscientas rayitas), pero ella lo había pillado y lo había sacado a recitar la lección. Bumac, con una desarmante expresión de inocencia, recitó razonablemente bien la lección sobre los paramecios, pero sacó un tres porque había llamado todo el tiempo a este pequeño animal Paris Match, en vez de «paramecio», a pesar de que la profesora le corregía cada vez. Luego estaba Dalu, de un metro noventa y tres, al que llamábamos, evidentemente, Calu, o incluso Hipohipus, según el nombre de un antepasado del caballo que habíamos estudiado también en la clase de biología. Y, por terminar con todo lo relacionado con esta asignatura, veía en un pupitre a Mera, con sus dientecillos torcidos y la mirada un tanto bobalicona del rubito que ha oído hablar de Mallarmé. A él lo había enviado un día la profesora para que trajera del laboratorio el esqueleto humano, en tamaño natural, que guardábamos allí, hasta nuestra clase situada en la planta baja. Mera se había tropezado en las anchas escaleras y había caído con esqueleto y todo hasta que los huesos, desprendidos de los alambres, se desperdigaron por todo el vestíbulo de la sala de profesores ante los ojos de «Tío Zambilă», el director. En otro pupitre esta el Muerto, un chico de octavo, de cara increíblemente pálida, que solo había destacado una vez gracias a un poema épico que empezó a recitar —ni siquiera él sabía muy bien por qué—en una clase de matemáticas (mientras la profesora, la famosa Drânga, de la que se decía que podía escribir epopeyas semejantes, nos hablaba sobre su pekinés preferido), un poema que se componía finalmente de dos versos que se hicieron célebres: «En la penumbra de una lámpara / hay dos hombres altos con barba». Más insignificantes era Grigoița y Negruța, hermanos gemelos, o una pareja más, Mihalache, que practicaba la lucha greco-romana, medía un metro cuarenta y ocho y llevaba tacones de siete centímetros, y Neagu, un coloso con la cabeza deformada por los fórceps, interesado por una sola cosa en este mundo: las locomotoras eléctricas de juguete. Y acabo con Lulu, una especie de bufón vulgar que, en el baile de disfraces de un campamento en el que estuvimos juntos, le dio por maquillarse y vestirse como una mujer; hecho que me causó trastorno tal que en cuanto lo vi me quedé pegado a la pared.

REM, es el titulo del penúltimo relato del libro. En este texto descubrimos la historia de unos personajes cargados de pesares, de sufrimiento y de soledad pero que son en realidad ficciones de un escritor que se convierte en un ente que puede adentrarse en la mente y en la vida de cada personaje. Una narración cargada de descripciones multicolor, de realidades frías e infantiles pero también oníricas a la vez que nostálgicas debido a los recuerdos de un Bucarest a vista infantil. Un texto que nos hace dudar de la realidad siempre disuelta entre las vivencias y situaciones que su autor nos hace pasar para dar lugar a un estado de sueño del cual no podemos salir sin dejar algo atrás, como los miedos de sus personajes. Una narración que nos lleva a un malvado País de las Maravillas en el que las malvadas y horribles fantasías de unas niñas nos introducen en un mundo cada vez más cruel y violento a la vez que bello, una maravillosa paradoja onírica.

Extractos:

Hablaba, en cualquier caso, en sentido propio y figurado, muy por encima de la compresión de una niña de doce años. «Un gran escritor no es más que un escritor. La diferencia es de matiz, no de raíz. Todos los saltadores de altura saltan, digamos, dos metros. Si uno salta dos metros y cinco centímetros, ya es un gran deportista. No, no merece la pena fatigarse siquiera con la idea de llegar a ser un pobre gran escritor, un desdichado escritor genial. Coge los mejores libros escritos jamás. Apenas son algo mejores que los libros mediocres. Todos son fundamentalmente libros nada más. Te proporcionarán, cuando los leas, un placer estético algo más intenso. Como un café un poco más dulce. Los soltarás al cabo de treinta páginas para prepararte un bocadillo o para ir al baño. Los leerás a la vez que quién sabe qué novela policiaca. Dentro de unos miles de años también ellos serán tierra y polvo. En estas condiciones, que tú, un ser al que se le ha concedido la oportunidad disparatada de existir y de reflexionar sobre el mundo, te propongas llegar a ser tan solo un genio es humillante, es ínfimo. Es como si abandonaras todo y te internaras de nuevo en el bosque. En cada individuo hay posibilidades ante las cuales la ambición de ser el escritor más importante de todos los tiempos es simplemente denigrante por su simplicidad. Porque ¿qué milagro es importante comparado con el de existir y de saber que existes? De aquí hasta ser el hombre más rico, el más poderoso, el más ingenioso del mundo es como pasar de un billón a un billón uno, incluso menos. No, no quiero llegar a ser un gran escritor, quiero llegar a ser Todo. Sueño sin cesar con un creador que, a través de su arte, llegue a influir de verdad en la vida de las personas, de todas las personas, y después en la vida de las personas, de todas la personas, y después en la vida del universo, hasta las estrellas más lejanas, hasta el final del espacio y del tiempo. Y que a continuación sustituya al universo, que se convierta él mismo en el Mundo. Solo así creo que podría un hombre, un artista, cumplir su misión. El resto es literatura, una colección de trucos mejor o peor dominados, trozos de papel emborronados con brea por los que nadie da un real, por muy geniales que sean esas líneas de signos que, dentro de poco ni siquiera serán comprendidas.» Había pronunciado estas palabras con pasión, con una expresión amarga. Luego permaneció largo rato en silencio aquella tarde dorada.

El último relato que incluye el libro, como Epílogo, se titula El arquitecto. En este texto descubrimos la vida de una pareja de arquitectos que plasman en sus diseños sus propias vidas. El sueño que mueve al arquitecto a ahorrar es el de hacerse con un automóvil de lujo pero a este una buena noche se le estropea el claxon para pesar de los vecinos, es por ello que decide cambiarlo pero descubre un nuevo mundo de bocinas, y llega el día en el que cambia diariamente de claxon simplemente para oír como suena en su coche. Se vuelve una obsesión imparable hasta que tiene una idea, la cual no le permite siquiera dormir. En este texto nos encontramos con la descripción precisa de las banalidades de aquellas personas que, teniéndolo todo, no saben en que gastar su dinero.  Esta extravagancia ocasionará un cambio drástico en la vida del protagonista, el cual aprenderá a tocar, en el piano del salpicadero, todo tipo de música clásica, para conforme pase el tiempo, evolucionar sin control, introduciéndonos en una horrible pesadilla, lentamente.

Extractos:

Emil Popescu era arquitecto. Se había especializado en el diseño de fábricas de aceite y se puede decir, sin exagerar, que allí donde, en los últimos cinco o seis años, se hubiera construido en este país una fábrica de aceite se apreciaba, en la resolución de problemas técnicos, la mano competente y el ingenio del arquitecto Popescu. Su pasión por proyectar fábricas de aceite venía de lejos. Lo había deseado fervientemente desde que era un crío cuya infancia transcurría a la sombra gigantesca de la fábrica de aceite en las inmediaciones de las cocheras de la ITB y del cine Melodía en Ştefan cel Mare. Era un alto y recto, de ladrillo rojizo, sostenido por pernos de hierro, sin ventanas, rematado, a una altura de vértigo, por un frontón sombrío que parecía rasgar las nubes. La extraña construcción, plantada en medio de un solar vacío, era gemela del molino Dâmboviţa, que se encontraba calle abajo; ambas habían formado parte, un siglo atrás, del famoso molino Asan. Cuando, al cabo de años y años y gracias al creciente ambiente universitario, Emil Popescu comenzó a interesarse por la cultura, vio claramente la fábrica de aceite de su infancia en todos los edificios que se elevaban, infinitos y melancólicos, en las páginas brillantes de un álbum en cuya portada decía Giorgio de Chirico. Pero habían transcurrido años desde entonces y, hoy en día, Popescu, de nombre soltera Deleanu, sin hijos, era reconocido como todo un especialista en su ámbito. Había proyectado también las fábricas de aceite de Kabul y de El Aghar, esta última la más importante de Egipto. De ahí que fuera respetado por sus colegas y ciertamente querido por sus subordinados. Sentimientos, naturalmente, teñidos de un cierto toque de envidia, inherente a cualquier trabajo, que daba lugar a algunos chismes no siempre justificados y, en todo caso, inmorales.

Mircea carga sus relatos de pasión, adjetivos, miles de colores que describen la forma en el que el protagonista de los textos ve y percibe y escribe en una realidad envuelta en sueños, con grandes insectos, arañas enormes, y de misteriosos símbolos, pomos blandos de extrañas formas que abren puertas en la memoria que sus protagonistas nunca querrán descubrir pero que, inevitablemente, traspasaran para ser testigos de una dura verdad. Cărtărescu consigue en sus relatos resaltar la crudeza y la violencia del ser humano en sus actos, siempre cargados de miles de definiciones, de creaciones artificiales imitadoras de la naturaleza, una naturaleza casi muerta (o casi viva) pero nunca en su totalidad, como el museo que describe en Los gemelos. Además, como escribe en su introducción Edmund Paz Soldán titulada La realidad como ficción: «Para Cărtărescu, la infancia se convierte en un espacio mítico, el lugar por excelencia del sueño, del juego, de la libertad, de la creación. Crecer es, en cierta forma, morir. Un cuento prodigioso  —en más de un nivel— como REM puede remitir a Borges, pero también a Lewis Carroll y a Bruno Schulz, esos dos grandes narradores de la infancia y la juventud como territorios de lo mágico. Por supuesto, Cărtărescu  sabe que el peligro —las pesadillas del subconsciente, la maldad, la pobreza— acecha en todas partes, incluso en su universo privilegiado: los niños, nada inocentes, pueden torturar a otro niño (como en El Mendébil). Al menos, sin embargo, los niños son capaces de enfrentarse a esos miedos con todas las fuerzas de su imaginación. De hecho, Nostalgia puede leerse como un ruego al narrador a crecer sin dejar de lado los recursos imaginativos de la infancia, a impedir que los años hagan que la realidad se imponga sobre nosotros, a ficcionalizar la realidad para apropiarse de ella, recrearla con la más plena libertad». También añade una descripción muy acertada sobre la narración de  Mircea: «La prosa, como suele ocurrir con este autor rumano, tiende a ser recargada, barroca, y trata de incorporar todo tipo de percepciones —visuales, olfativas, auditivas— y símbolos, entre los cuales el más importante —aquí y en toda la obra— es el de la telaraña, la red de asociaciones que se despliega hacía todas partes, capturando lo que halla en su camino hacía un potente centro de significados. El efecto final es el de haber leído un cuento de hadas alucinógeno». Sus relatos son una experiencia de la que nunca sabes que vas a descubrir, ni donde te vas a encontrar en sus paseos nevados por un Bucarest nostálgico siempre mirando a un pasado mejor.

Recomendado para aquellos que quieran descubrir a un narrador de textos capaces de hipnotizar envueltos en sueños o pesadillas. También para aquellos que gusten de textos barrocos, cargados de descripciones. Y por último para los amantes de las narraciones envuelta en otras narraciones que nos hablan de nuestro interior más oculto y misterioso a la vez que desconcertante e ilusorio, casi alucinógeno. Un libro imprescindible para este año.

Editorial: Impedimenta
Autor: Mircea Cărtărescu
Páginas:  384
Precio: 23,95 euros

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