Haruki
Murakami
Baila,
baila, baila
—No
la conozco —dije—. Pero está muerta ¿no?
—Muerta
—repitió el Literato—. Muerta y bien muerta, como usted ha podido comprobar. Nosotros
la vimos en la escena del crimen. Estaba desnuda y muerta. Había sido guapa, se
veía a simple vista. Pero una vez muerta, sólo es un cadáver, ¿sabe? Si la
dejas deteriorarse, se pudre. La piel se cuartea, se desprende y aflora la
carne putrefacta. Hiede. Se infesta de bichos. ¿Lo ha visto alguna vez?
Le
dije que no.
—Nosotros
sí, muchas veces. Y le aseguro que, llegados a tal extremo, ni siquiera se sabe
si era o no una mujer. Sólo es carne muerta. Un bistec podrido. Cuando lo
hueles, se te quitan las ganas de comer durante unos días. Por muy profesional
que uno sea, ese hedor es insoportable, nunca te acostumbras. Pero si
transcurre más tiempo, ya sólo quedan los huesos, impolutos, que no desprenden
olor. El cadáver está seco. Un esqueleto mondo y lirondo. Esta chica todavía no
ha llegado a ese estado, ni se ha podrido ni es sólo huesos. Sólo está muerta y
se ha puesto rígida como una piedra. También se ve que era muy guapa. ¡Quién
pudiera tirarse a una mujer así, pero viva! Pero al verla desnuda uno no siente
nada. Porque está muerta. Los cadáveres no tienen nada que ver con nosotros. Un
cadáver, ¿sabe?, es como una escultura de piedra. Existe una línea divisoria y,
al traspasarla, todo se convierte en nada. Cero absoluto. Luego sólo hay que
esperar a que lo incineren. Pero sí que era guapa, sí. ¡Pobrecilla! Si hubiera
seguido viva, habría sido hermosa durante mucho tiempo. Pero alguien la asesinó.
Y eso es inadmisible. Tenía derecho a vivir. Apenas pasaba de los veinte. Alguien
la estranguló con unas medias. Y se tarda en morir así, es muy doloroso. Sabes que
te estás muriendo. Piensas: «¿Por qué tengo que morir ahora? ¡Quiero seguir
viviendo!». Te falta oxígeno y te vas asfixiando. Se te va la cabeza. Te meas. Forcejeas
para liberarte. Pero no tienes fuerzas, agonizas lentamente. Una muerte muy
desagradable, ¿sabe? Y nosotros queremos detener a quien la asesinó de esa
manera. Ha cometido un crimen, un crimen perverso: un ser fuerte se ha cebado
en uno débil, una atrocidad inaceptable. Si lo permitiéramos, se derrumbarían
los fundamentos de la sociedad. Hay que capturar al culpable para castigarlo. Es
nuestro deber. Si no, el criminal podría matar a otras mujeres.
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