lunes, 29 de octubre de 2012

Fragmentos Nº84: El invierno del mundo



Ken Follet
El invierno del mundo


Churchill cerró el debate. Como orador podía equipararse a Lloyd George, y Lloyd temió que su oratoria pudiera salvar a Chamberlain. Pero tenía a la cámara en contra, interrumpiéndolo y jaleando a veces con tanto alboroto que no se lo oía por encima del clamor.
Churchill se sentó a las once de la noche y entonces se realizó la votación.
El sistema se hacía lento y pesado. En lugar de levantar las manos o marcar papeletas, los parlamentarios tenían que abandonar la cámara para ser contados a medida que pasaban a uno de los dos vestíbulos, el del «Sí» o el del «No». El procedimiento se alargó durante quince o veinte minutos. Ethel siempre decía que solo podía haber sido ideado así por hombres que no tenían nada más que hacer. Estaba segura de que no tardarían en modernizarlo.
Lloyd estaba en ascuas. La caída de Chamberlain le proporcionaría una profunda satisfacción, pero no era ni mucho menos segura.
Para distraerse pensó en Daisy, siempre una ocupación agradable. Qué extrañas habían sido las últimas veinticuatro horas en Ty Gwyn: primero aquella nota con una sola palabra, «Biblioteca»; después la conversación apresurada y aquella tentadora cita en la Suite Gardenia; luego toda una noche de espera, con frío, aburrido y desconcertado, y todo por una mujer que no había aparecido. Lloyd había estado allí hasta las seis de la mañana, abatido pero reacio a abandonar las esperanzas hasta el momento en que se viera obligado a lavarse, afeitarse y cambiarse de ropa, hacer la maleta y salir de viaje.

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