El hundimiento del Titán
En
la primera planta de la Bolsa de Londres hay un gran apartamento sembrado de
escritorios, alrededor y en medio de los cuales se agita una apurada y ruidosa
multitud de agentes de bolsa, contables y mensajeros. Flanqueando este
apartamento hay puertas y vestíbulos que conducen a las salas y oficinas
adyacentes, y repartidos a lo largo de él hay tablones en los que se escriben
diariamente por duplicado los desastres marítimos de todo el mundo. En uno de
los extremos se alza una plataforma consagrada a la presencia de un importante
oficial. En la jerga técnica de la City el apartamento se conoce como «La Sala»
y el oficial es «El Llamador», cuyo cometido consiste en gritar con voz potente
y cantarina los nombres de los miembros que son requeridos en la puerta, así
como los detalles básicos de los informes antes de anotarlos en la pizarra.
Esta
es la oficina central de Lloyd’s, la inmensa sociedad de aseguradores, agentes
de bolsa y navieros que empezó con los clientes del café de Edward Lloyd a
finales del siglo XVII y que, adoptando ese nombre comercial, se ha
desarrollado hasta convertirse en una corporación tan bien equipada, tan
espléndidamente organizada y tan poderosa que los reyes y ministros a veces
recurren a ella para obtener noticias del extranjero.
Ningún
capitán ni oficial navega bajo bandera inglesa cuyo informe, incluyendo las
riñas en el puente de proa, no sea expuesto en Lloyd’s para que lo inspeccionen
los eventuales empresarios. Ningún barco naufraga en ninguna costa desierta del
mundo durante el turno de trabajo de los aseguradores cuyo accidente no sea
anunciado por la potente y cantarina voz en un plazo máximo de treinta minutos.
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