Alan
Macklin, un detective de treinta y siete años, antes profesor de historia, es
contratado para ir en busca de una misteriosa mujer de la que nada se sabe,
solo un nombre, Sylvia. De ella se ha publicado un libro de poemas el cual define
como un libro un tanto infantil pero que gracias a ello descubrirá la
truculenta historia tras la que se esconde en el pasado de esta chica.
El
detective se introducirá en una espiral que le llevara desde Los Ángeles a El
paso pasando por Pittsburg o Nueva York, todo ello para dar con la misteriosa y
escurridiza mujer. Tendrá que encontrarse con todo tipo de gente, como un cura
muy diferente a todo los demás por su forma de pensar. Dará con las zonas más
pobres de América, por los lugares más cochambrosos pero aun así, con un estilo
muy singular aunque deslucidos por el paso del tiempo y la historia.
Fast
consigue una narración reflexiva, pausada pero intensa e inesperada, cargada de
descripciones sinuosas y realistas, casi oníricas en algunos párrafos.
Descubriremos que el ser humano, con un puñado de dólares en el bolsillo, hace
mención a la verdad, es por ello por lo que su protagonista se mueve a través
de sobornos. El detective es un gran lector empedernido, critico con la
situación que le rodea como la literatura de aquellos años. Se mueve por la Nueva York de los años
cincuenta en ambientes oscuros como la propia investigación del protagonista.
En la novela, Howard, analiza a la sociedad de cerca y en sus textos las
personas, sean cuales sean, son corrompidos, ya sean policías, curas o padres
de familias desestructuradas.
Recomendado
para aquellos a los que les gustan los policiales, también para los que tengan
curiosidad por descubrir a un autor que convierte su novela en un análisis de
la sociedad y sus oscuros matices. Y por último para los que gustan de los
policiales y sus descripciones de la sociedad, en la novela encontraran un
análisis de la América más pobre de los cincuenta y a la vez, un texto cargado
de belleza frente a la crudeza de las situaciones de su protagonista.
Extractos:
La librería Dryden, en Santa
Mónica, justo en la esquina con la avenida Roxbury, es propiedad de la señora
Ann Golfarb, quien asimismo la dirige. El hecho de que sea una librería tan
buena como cualquiera de las que hay en Los Angeles se debe a la personal
atención de Ann, que sabe de libros más que nadie en este mundo. Y que continué
siendo un negocio se debe a que esa parte de Beverly Hills es una ubicación tan
idónea para una librería como podría serlo en cualquier lugar del país. Me tomo
la libertad de llamar Ann a la señora Goldfarb —su marido había muerto durante
la guerra, en el Boise— porque he sido un buen cliente durante mucho tiempo y
porque de vez en cuando vamos a comer y al cine juntos. Ella, en correspondencia,
me convida a tertulias en su casa. es una pequeña y robusta mujer de alrededor
de los cuarenta, con vivos ojos azules, inteligente, rostro atractivo y un
cabello cuya grisura no trata d disimular.
Es una de las pocas buenas
amistades que he hecho en los Angeles y en cuanto me vio llegar me saludó con
la cabeza e hizo una mueca como indicándome que el local era mío si tenía
suficiente dinero para comprarlo. Yo curioseé hasta que se marchó el cliente
con el que estaba; entonces se me acercó, me saludó cordialmente y me informó
que había recibido el nuevo Penguin sobre los hititas.
—Vayamos a la jefatura.
Mientras íbamos en su coche me
decía a mí mismo: «En este mundo todos apestamos; cualquier cosa que toques
mancha. Le he corrompido con esos sucios veinte dólares y su mano se ha movido
mientras su alma escupía sobre ello, aunque no sé si existe el alma. Creo que
tendrá presentes esos veinte dólares cuando busque en los archivos, pues el
único dios que vemos con nuestros dos ojos y ello le hará esforzarse un poco
más».
Tuve razón, como pude comprobar en
su momento. En la jefatura me senté a una mesa, a la que me trajeron las fotos
y fichas. Comprobé treinta y siete Sylvias con problemas con la ley en
Pittsburg, pero ninguna de ellas se parecía a la que buscaba ni por asomo.
Busqué entre las menores de edad pero tampoco hallé nada. Principio y fin. Me
detuve finalmente ante el despacho de Franklin para darle las gracias.
—Gracias por nada —dijo, con
aspereza.
Salí de nuevo a la calle. En el
parque Schenley me detuve ante el monumento conmemorativo de George
Westinghouse, contemplé las lilas que lo bordeaban y pensé en Sylvia. Me senté
en un banco y fumé un cigarrillo. Un par de jóvenes buscones que no tendrían
los dieciocho trataron de tantearme. Regresé al hotel, me detuve en el bar para
tomar un whisky y en él había una muchacha que no tendría los quince y que
asimismo se me insinuó. Eso demostraba que resulto atractivo para todas las
edades. Cené y subí a mi habitación en donde vi un rato la tele. Luego, leí
poemas de Sylvia.
No hay sitio como el propio hogar;
Tómelo, señor
Restáurelo con sus recuerdos
Aunque esté ruinoso.
Encuádrelo entre campanas
Dios maldito, dios maldito, ding
dong de las campanas
Aléjame lo que puedas mi día de
bodas
Ah Wab purifícame del hogar, de
cualquier hogar.
Editorial: Erasmus Ediciones
Autor: Howard FastPáginas: 214
Precio: 19 euros
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