martes, 3 de septiembre de 2013

Novedades, septiembre de 2013: Impedimenta (I)



El regreso de Reginald Perrin  de David Nobbs
 
Traducción de Julia Osuna Aguilar 

Postfacio de Kiko Amat 

ISBN: 978-84-15578-80-2
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 272
PVP: 22,70 €

Reggie Perrin es un hombre gris, de mediana edad, que lleva una vida si cabe más gris: con una mujer insulsa, un trabajo alienante en una empresa de postres y nulas perspectivas vitales, decide simular su propio suicidio y comenzar de nuevo como una persona diferente.
El regreso de Reginald Perrin el espíritu de la hilarante y agridulce Caída y auge de Reginald Perrin ofrece las nuevas aventuras de uno de los antihéroes más inolvidables de la literatura británica reciente. Tras diversas tribulaciones, incluida la temporada en que nuestro protagonista se ve obligado a cuidar gorrinos en una granja, Reggie abrirá una tienda, «Basura», en la que todo lo que se vende es completa y absolutamente inútil. Para su sorpresa, el proyecto se convierte en un éxito apabullante. Cuando Reggie decide destruir el monstruo que ha creado, se da cuenta de que hay criaturas difícilmente eliminables.


El hombre, del susto, se agazapó de nuevo en su agujero.
Llegó al final de Coleridge Close, dobló primero a la derecha por Tennyson Avenue y luego a la izquierda por Wordsworth Drive, y atajó por el pasaje arbolado que desembocaba en la calle de la estación. Las piernas parecían resentirse de las zancadas y del paso premeditado de sus andares de Martin Wellbourne; era como si le dijeran: «Déjalo ya, Reggie. ¿Cuánto más piensas seguir con esta pantomima?».
¡Eso, ¿cuánto?!
Se detuvo en su puesto habitual en el andén, junto al cubo de arena de los bomberos, porque cuando era Reggie se apostaba delante de la puerta con el cartel de «Teléfono de Emergencia».
El tren de las 8.16 apareció con nueve minutos de retraso.
No rellenó el crucigrama durante el trayecto porque eso era lo que habría hecho Reggie.
Entró en el cubo sin personalidad que albergaba Postres Lucisol. El reloj, que había estado parado en las cuatro menos catorce desde el año 1967, había conocido recientemente una reparación: ahora estaba parado en las nueve y veintisiete. Le dedicó una sonrisa a la recepcionista de las uñas encarnadas, lanzó una mueca al cartel nuevo, que se jactaba de pro clamar «Postres Lucisol: una Gran Familia Feliz», y subió a pie los tres tramos de escaleras porque no funcionaba el ascensor.
Entró en su insulso despachito forrado de archivadores verdes y le dedicó una sonrisa a Joan, su secretaria, pero no lanzó el paraguas al perchero porque eso era lo que habría hecho Reggie.

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