Ginés
Sánchez
Lobisón
Luego
estoy todo el día trabajando y, como la gente es buena, a mí me cuesta poco
trabajo y se me pasan las horas muy deprisa. Entonces otra vez el metro y el
autobús y a las seis y media o así ya estoy en casa. Esas horas son las más
malas porque Juana nunca viene hasta que son por lo menos las nueve o las diez
de la noche. A veces yo voy y hago la compra y otras veces me pongo a cocinar
alguna cosa para Juana y le preparo una cena. Juana siempre viene muy cansada.
A veces yo también llego cansado y entonces me siento en el sofá y enciendo la televisión. La televisión no me gusta porque no hay más que tonterías y gente gritando. Pero yo la pongo igual. Para que no esté el silencio. Y es que a veces se quedan ahí unas horas que están muy solas y muy calladas. No me gustan. Por eso hago ruidos o pongo la televisión o me salgo al balcón y me pongo a mirar los coches que pasan por la calle y para la gente que va andando. No me gusta el silencio de las tardes porque es como si de pronto el aire estuviera muy limpio y muy vacía y entonces se pudiera empezar a llenar de cosas. No sé qué cosas. Cosas que son como ondas o como serpientes o como respiraciones de personas. Me pongo muy nervioso con eso y me tengo que levantar y poner la televisión o la radio o hacer ruido. A veces me ha pasado que se me ha metido en la cabeza el reloj que Juana tiene al lado de la televisión. El reloj también me pone muy nervioso. Se me mete y no me lo puedo sacar y me tiemblan las puntas de los dedos y se me engarrotan las manos de la tensión que cojo. A veces se me ha metido tanto que he tenido que irme al baño y abrir el grifo de la bañera o irme a la cocina y encender la batidora.
A veces yo también llego cansado y entonces me siento en el sofá y enciendo la televisión. La televisión no me gusta porque no hay más que tonterías y gente gritando. Pero yo la pongo igual. Para que no esté el silencio. Y es que a veces se quedan ahí unas horas que están muy solas y muy calladas. No me gustan. Por eso hago ruidos o pongo la televisión o me salgo al balcón y me pongo a mirar los coches que pasan por la calle y para la gente que va andando. No me gusta el silencio de las tardes porque es como si de pronto el aire estuviera muy limpio y muy vacía y entonces se pudiera empezar a llenar de cosas. No sé qué cosas. Cosas que son como ondas o como serpientes o como respiraciones de personas. Me pongo muy nervioso con eso y me tengo que levantar y poner la televisión o la radio o hacer ruido. A veces me ha pasado que se me ha metido en la cabeza el reloj que Juana tiene al lado de la televisión. El reloj también me pone muy nervioso. Se me mete y no me lo puedo sacar y me tiemblan las puntas de los dedos y se me engarrotan las manos de la tensión que cojo. A veces se me ha metido tanto que he tenido que irme al baño y abrir el grifo de la bañera o irme a la cocina y encender la batidora.
Otras
veces me ha pasado que el silencio ha sido tan fuerte que me he tenido que ir
de la casa a darme un paseo. La calle siempre me hace mucho bien y siempre
cuando vuelvo ya el silencio no está como estaba y se puede uno sentar.
Ya
te digo que a veces me he puesto muy nervioso pero eso ha sido pocas veces. En
general sólo con poner la televisión ya dejo de oírlo. También pasa siempre que
en cuanto oigo la llave de Juana en la puerta ya me quedo tranquilo.
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