lunes, 30 de septiembre de 2013

Con el agua al cuello de Petros Márkaris



Kostas Jaritos se encuentra celebrando la boda de su hija Katerina con Fanis a la que asisten miembros de la comisaria además de amigos de los casados, todo ello a pesar de la crisis que asola a Atenas. A la mañana siguiente le informan de que ha muerto Nikitas Zisimópulos, un banquero ya jubilado, le han cercenado la cabeza con una espada, a parir de ahí Jaritos busca al culpable de tan atroz suceso.


Poco después mientras investiga el suceso se repite, asesinan al director de otro importante banco inglés, es ahí cuando se introduce en el caso la policía británica para tratar de resolver y encontrar a los culpables, pues sospechan que han sido perpetrado por un grupo terrorista situado en Grecia pero el comisario Kostas investigará con sus compañeros ya que sospecha que han sido asesinados debido a otros motivos.

Márkaris desvela las claves de la crisis en esta apasionante novela que no deja títere con cabeza en cuanto a desenmascarar a todos aquellos que han llevado a la ruina al país, todo ello a través de asesinatos y acciones reivindicativas que cambian el curso de la investigación mientras avanza la historia. Sus capítulos son breves y se leen fácilmente, la trama se vuelve cada vez más apasionante al avanzar en el libro, desvelando las costumbres del comisario y su esposa y el futuro de su hija como abogada. A lo largo de la novela el escritor hace una crítica a la situación de los sueldos de los policías de la comisaria, de las jubilaciones y todo aquello que sea provocado por la crisis que se define y describe en cada página, también sus personajes muestran en sus diálogos la realidad que afrontan, todo ello aporta realismo y se empática fácilmente con ellos. También es interesante la forma de morir de las victimas del asesino, a manos de una espada que, limpiamente, cercena la cabeza a todos aquellos que, con sus teorías o actos afectan al país de alguna manera, es por ello que el asesino cae bien a la gente de las calles. En definitiva, una gran novela, sencilla y fácil de leer que de forma sencilla su autor define la situación actual.

Recomendado para aquellos a los que les guste la novela negra y policiaca, en este libro encontraran un interesante caso, también para aquellos que sean seguidores del comisario Kostas Jaritos, en este caso en el marco de la crisis que asola a Grecia y sus consecuencias. Y por último para aquellos que tengan curiosidad sobre la forma de moverse de sus habitantes, sus comidas y el estado de sus habitantes frentes a las medidas económicas similares a la de España.

Extractos:

Fanis y Katerina viven en un piso de sesenta y cinco metros cuadrados y dos dormitorios en el barrio de Neo Psijikó, junto al parque de la Libertad. La sala de estar ocupa cuarenta metros cuadrados y todo lo demás se agolpa en los veinticinco restantes. Gracias a esta distribución, el piso causa sensación: las ventanas no tienen cortinas y permiten que la vista se pasee libremente por el parque. Hay muy pocos muebles en la sala de estar: un par de sillones y un sofá, colocados frente al televisor. La pared de detrás del televisor está cubierta de libros. El resto del espacio, vacío, no se sabe si es una estancia o un descampado.
Esta peculiar decoración no es una cuestión de gustos sino de presupuesto. El sueldo de médico de la sanidad pública limita a Fanis a lo imprescindible. Podrían haber buscado un piso más barato en otro barrio, pero él quería vivir cerca del Hospital Estatal General, donde trabaja. Además, para llenar el resto del piso no necesitan demasiados muebles. Al contrario. En el dormitorio apenas cabe una cama de matrimonio y una mesilla de noche, que utiliza Katerina, porque tiene la costumbre de leer antes de dormir. Fanis, en cambio, según sus propias palabras, cae dormido como un tronco en cuanto su cabeza toca la almohada.
Estamos invitados a su casa para la primera comida familiar, que se celebra en dos tandas. Ayer les tocó a los padres de Fanis, hoy a nosotros.
—No podíamos invitaros a todos a la vez —explica Katerina—. Con los suegros, seríamos seis. Además de Margarita, la tía de Fanis, y su marido... Para empezar, no tenemos ni sillas para ocho. Después, tampoco la cocina se presta para preparar comida para ocho y, para terminar, yo no soy todavía tan buena cocinera. Pero, para cuatro, algo se puede hacer.
Miro de reojo a Adrianí y veo que está inmersa en la contemplación del parque para evitar recriminar a Katerina: «Si me hubieras dejado que te enseñara a cocinar un poco, ahora no tendrías este problema».
—Según cómo se mire, es mejor así —comenta Fanis.
—¿Por qué lo dices? —se extraña Katerina.
—Porque mis padres y mis tíos habrían acribillado a tu padre con preguntas sobre la policía y con quejas sobre lo mal que lo hace todo.

Salgo del despacho hecho polvo y no veo el momento de tumbarme en mi cama con el diccionario de Dimitrakos, pero, como dice Adrianí, el hombre propone y los dioses disponen.
Y, hablando de Adrianí, qué casualidad: al entrar en casa no la veo a ella, pero sí a Katerina y a Fanis sentados en el sofá. De manera instintiva, interpreto su presencia como una mala señal, porque mi hija y mi yerno no vienen a visitarnos a menudo, y menos aún a estas horas. Pero aunque no me hubiera parecido un mal presagio, la expresión de la pareja basta para alarmarme.
—¿Ocurre algo? —pregunto.
—Nada grave —contesta Fanis en ese tono tranquilizador de los médicos que, por lo general, aumenta aún más la alarma.
—¿Se puede saber qué es eso que no es grave pero que os ha traído hasta aquí?
—Papá, tranquilo, no es un problema de salud —interviene Katerina.
—¡Basta ya! ¿Tendré que interrogaros en Jefatura para saber qué ocurre en mi casa?
—Adrianí ha visto a alguien caer por la ventana y está conmocionada —dice Fanis.
—¿Un accidente?
—No, un suicidio. Se ha arrojado al vacío. —Se apresura a añadir que no me asuste y añade—: Ahora ya está bien. Le he dado un tranquilizante y se ha relajado.
Doy por sentado que está echada en la cama y me dirijo al dormitorio. Katerina y Fanis me acompañan. Adrianí está acostada mirando al techo. Al oírnos entrar, se vuelve hacia la puerta.
—¿Por qué no me has llamado? —pregunto mientras le cojo la mano.
—Llamé a Katerina para no inquietarte. —Su voz suena tres escalas más graves de lo normal.
—¿Cómo te encuentras?
—Mejor. Fanis me ha dado una pastilla y estoy más calmada.
—Y todavía te hará más efecto —dice Fanis.
Adrianí me mira fijamente. Busca el modo de contarme lo ocurrido, pero no sabe cómo empezar.
—Saltó por la ventana —dice al final, con la misma voz apagada—. Delante de mis ojos. Mientras quitaba el polvo.
—Bueno, ahora no hables. Ya me lo contarás después.
—Déjala hablar —interviene Fanis de nuevo—. La aliviará.
—Estaba con el agua al cuello —dice Adrianí refiriéndose al suicida—. Tenía una tienda de ropa femenina en Pangrati, pero con la crisis el negocio se fue a pique. Había firmado un montón de cheques sin fondo y en la caja registradora sólo había telarañas. Pidió un préstamo al banco pero se lo denegaron, porque ya estaba endeudado y ahora los bancos conceden préstamos con cuentagotas. A su mujer, que trabaja en el Ministerio de Agricultura, le recortaron el veinticinco por ciento del sueldo. Además tenía que pagar los estudios de su hija en el extranjero. Total, que se le acumularon los problemas y, desesperado, se tiró por la ventana.

Editorial: Tusquets Editores
Autor: Petros Márkaris
Páginas:  328
Precio: 19 euros

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