El escritor ha ganado
este galardón con su último libro publicado en Tusquets Editores titulado Conversación al mejor libro de cuentos
del 2011, este galardón tiene una dotación de 5.000 euros. En palabras del
jurado sobre el libro de relatos: «Conversación vuelve a demostrar la
excelencia del quehacer narrativo de Gonzalo Hidalgo» (D. Ródenas, El
Periódico); «Sus reflexiones,
aforismos y paradojas iluminan y enriquecen la extraordinaria intensidad del
conjunto»; (J.A. Masoliver, La Vanguardia); «Magistral» (C. Sánchez, Canarias).
Un jurado formado
por José Manuel Blecua, Ángeles Caso, Fernando Aramburu, Jordi Gracia y José
Luis Martín Nogales premia la obra del escritor extremeño. La entrega del
galardón, que apadrina Mario Vargas Llosa y es considerado uno de los más
importantes en su género, tuvo lugar en el Casino de Madrid con la presencia
del Premio Nobel de Literatura.
En palabras de J.
Ernesto Ayala-Dip hablando de la novela en Babelia: «Conversación reúne
cinco relatos: 'Kalé heméra', 'Corzo', 'Aquiles y la tortuga', 'Monólogo del
enemigo' y 'Reparación'. Las cinco piezas solo atienden a la inventiva más
pura. Cada historia comienza casi como una anécdota y termina siendo una
desolación, una locura o un absurdo. La digresión lingüística que acompaña a
cada relato, con sus fugas sintácticas que arrancan la correspondiente sonrisa
o estupor, son parte consustancial de un mecanismo ficcional que funciona con
la excelencia de los mejores libros. El más corto de los relatos del volumen,
'Kalé heméra', es una de las historias de amor fugaz mejor contada que leí en
los últimos tiempos. Es un relato de corte realista con una carga de tanta delicadeza
y serena tristeza, que uno tiene la sensación de que después de su lectura ha
aprendido algo nuevo de los encuentros entre un hombre y una mujer. 'Corzo' es
un relato conradiano. Por momentos me recuerda a algunos personajes agónicos de
los cuentos de Horacio Quiroga: la misma maldición existencial, una parecida
hermandad con la naturaleza. Termina con un interrogante. La duda ante lo
indescriptible. La dialéctica irresoluble entre civilización y barbarie. Y su
nudo atesorando toda la pericia narrativa del autor de Paradoja del interventor». La crítica completa aquí
Pasa, pasa, me dijo. Me invitó a
sentarme en la mesa camilla y me ofreció (yo diría que más que ofrecerlo lo
trajo directamente, sin consultar) un café solo. También ella se sirvió un
café. Yo esperaba ver sobre la mesa la gramática de Berenguer Amenós y la Hélade
y el diccionario manual y un cuaderno y hasta la antología de la Ilíada y la Odisea
de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, pero sólo estaban los cafés y un
paquete de tabaco y un encendedor y un cenicero. ¿Empezamos?, dije apenas probé
el primer sorbo de café. Tengo que hablar contigo, respondió la mujer con una
gravedad que yo desde luego no esperaba. Y vas a tener que disculparme, añadió.
La miré con algún desconcierto y me pareció advertir en ella los rasgos de una
incertidumbre temblorosa y vencida. No vas a ser mi profesor de griego, dijo
mirándose las manos. En cierto modo, para mí era una solución favorable, aunque
no es lo mismo ser rechazado que no aceptar. Quiso darme explicaciones, pero
dije que no era necesario. De hecho, cada segundo que pasaba acrecentaba mi
alivio. Pese a todo, la mujer insistió. Es por mi marido, dijo sin mirarme. Es
muy celoso. Según parece, cuando le contó al marido que el profesor particular
era un chico joven, más joven que ella (y que él), montó en cólera. El marido
esperaba a un jubilado tal vez, o a un monstruo deforme, como una variación de
Quasimodo, o a alguno de esos personajes ambiguos que el costumbrismo sitúa
entre el afeminamiento o el celibato, no lo sé, lo cierto es que, cuando supo
que el profesor de lenguas clásicas era un joven de veintitrés o veinticuatro
años, se negó a aceptar el procedimiento pedagógico. Ha puesto una condición,
dijo la mujer: que el profesor particular de griego sea profesora.
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