Jaume
Cabré
Yo
confieso
Y
como no había quien la parase, perdida la vergüenza, aprovechando el impulso,
solicitó hora para ver al Gobernador Civil de Barcelona, el abominable Acedo
Colunga. En su papel de viuda del general Moragues, la señora Carme Bosch
d'Ardèvol pidió justicia ante el secretario personal del Gobernador.
—¿Justicia
para qué, señora?
—Por
el asesinato de mi marido.
—Debo
informarme bien para saber a qué se refiere.
—En
la instancia que tuve que cumplimentar expuse el motivo de la petición de
audiencia. Detalladamente. —Pausa—: ¿La ha leído?
El
secretario del Gobernador miró los papeles que tenía en la mesa. Los leyó con
detenimiento. La viuda negra, procurando equilibrar la respiración, pensó qué
hago aquí, dejándome el pellejo por un hombre que jamás me hizo el menor caso y
no me quiso en su pputa vida.
—Muy
bien —dijo el secretario—. ¿Y qué desea?
—Hablar
con el Excelentísimo señor Gobernador Civil.
—Está
usted hablando conmigo, que es lo mismo.
—Quiero
hablar personalmente con el Gobernador.
—Imposible;
olvídelo.
—Pero...
—No
puede ser.
Y,
efectivamente, no pudo ser. Al salir del Gobierno Civil, temblando de rabia,
decidió olvidar el asunto. Puede que le preocupase más la aparición milagrosa
de mi ángel de la guarda que el menosprecio de la autoridad franquista. Y
también el insidioso empecinamiento de unos y otros en presentar a Fèlix como
un fornicador compulsivo imposible. O quién sabe si no llegaría finalmente a la
conclusión de que no valía la pena pedir justicia para un hombre que tan
injusto había sido con ella. Sí. O no. Bien, no lo sé, porque la mayor
incógnita de mi vida, después de mi padre y antes de conocerte, ha sido mi
madre. Por otra parte, un par de días después, la situación sufrió una ligera
variación que convenció a mi madre de cambiar sus planes, y eso puedo
contártelo de primera mano, sin inventar nada.
Escritor incisivo, sin paja.
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