martes, 22 de octubre de 2013

Novedades, octubre de 2013: Tusquets Editores (II)



El chino (MAXI TAPA DURA) de Henning Mankell

NARRATIVA (F). Novela
Octubre 2013
MAXI MAXI
ISBN: 978-84-8383-768-9
País edición: España
624 pág.
12,45 € (IVA no incluido)

Una helada mañana de enero de 2006, un fotógrafo hace un descubrimiento aterrador: diecinueve personas han sido brutalmente asesinadas en el pueblecito sueco de Hesjövallen.
Una cinta de seda roja encontrada en la nieve pone a la jueza Birgitta Roslin, cuya madre adoptiva se cuenta entre las víctimas, en la pista de una inquietante trama que se remonta al año 1860, cuando miles de chinos fueron llevados a Estados Unidos a trabajar casi como esclavos en la construcción del ferrocarril en la costa oeste. Las consecuencias de esa dramática odisea llegan hasta la poderosa China del siglo xxi, donde cruentas luchas de poder en el seno del Partido Comunista están decidiendo el futuro del país a las puertas de los Juegos Olímpicos.
Un trepidante thriller ambientado no sólo en la Suecia y la China actuales, sino también en escenarios donde, en el siglo xix, se vivieron dramas que quieren cobrarse venganza en sangre.


Fuera hacía más frío de lo que había imaginado. Se puso de puntillas para ver el termómetro que había en la ventana de la recepción. Once grados bajo cero. Además, se dijo, la temperatura iba en descenso. Hemos tenido un invierno demasiado cálido. Y ahora llega el frío que tanto esperábamos. Colocó las cámaras en el asiento trasero, puso el motor en marcha y empezó a raspar la nieve del parabrisas. En el asiento había un mapa. El día anterior, cuando terminó de fotografiar una aldea cercana al lago de Hasselasjön, hizo una pausa con objeto de localizar en él la carretera que le conduciría al último pueblo. Primero, tenía que tomar la carretera principal en dirección sur y girar en Iggesund rumbo a Sörforsa. A partir de ahí tenía dos posibilidades, podía tomar por el este o por el oeste del lago, el cual, según la orilla, se llamaba Storsjön o Långsjön. En la gasolinera que había a la entrada de Hudiksvall le habían dicho que la carretera del oeste era bastante mala. Pese a todo, se decidió por ella. Llegaría antes. Y la luz de aquella mañana de invierno era tan hermosa... Ya veía ante sí el humo de las chimeneas apuntando hacia el cielo.
Le llevó cuarenta y cinco minutos llegar a su destino. Y eso que se equivocó de camino una vez al desviarse por una carretera que discurría hacia el sur, en dirección a Näcksjö.
Hesjövallen se extendía por una pequeña cuenca paralela a un lago cuyo nombre no recordaba. ¿Hesjön, quizá? Los espesos bosques se extendían hasta el pueblo, que surgía a lo largo de la pendiente que desembocaba en el lago, a ambos lados de la estrecha carretera de ascenso hasta Härjedalen.
Karsten se detuvo a la entrada del pueblo y salió del coche. La capa de nubes había empezado a abrirse, puede que entonces la luz le resultara más molesta y tal vez fuera menos expresiva. Miró a su alrededor. Se veían casas aquí y allá, todo estaba en calma. Oyó en la distancia el sonido de los coches que transitaban por la carretera principal.
Una incierta sensación de inquietud lo invadió de pronto. Contuvo la respiración, como solía hacer cuando no comprendía lo que tenía ante sí.
Después cayó en la cuenta. Eran las chimeneas. Estaban frías. No veía el humo que se convertiría en ese detalle espectacular de las fotografías que esperaba poder hacer. Muy despacio, paseó la mirada por las casas. Alguien había estado retirando la nieve fuera, se dijo. Sin embargo, nadie se ha levantado aún para encender los fogones y las chimeneas. Recordó la carta que le había escrito el hombre por el que supo de aquel pueblo. Él le había hablado de las chimeneas; de que las casas, como niños, parecían enviarse señales de humo.
Lanzó un suspiro. Recibes una carta, se dijo. La gente no te escribe la verdad, sino lo que creen que quieres leer. Y ahora tendré que fotografiar esas chimeneas frías. O tal vez renunciar a ello. Nadie lo obligaba a sacar fotos de Hesjövallen y sus habitantes. Ya tenía suficientes instantáneas de la Suecia que se desvanecía, de las granjas desiertas, de los pueblos aislados y, en ocasiones, salvados por los alemanes y los daneses, que convertían las viviendas en casas de veraneo; o de los que simplemente se derrumbaban hasta volver a la tierra de la que venían. Decidió marcharse de allí y se sentó de nuevo al volante; pero se quedó con la mano en la llave. Ya que había recorrido tantos kilómetros, bien podía intentar sacar algunos retratos de las personas que vivían en el pueblo. Después de todo, lo que él buscaba eran rostros. A lo largo de todos los años que llevaba ejerciendo como fotógrafo, Karsten Höglin había ido sucumbiendo a los rostros de las personas mayores. Una misión secreta que se había encomendado a sí mismo, antes de dejar la cámara para siempre, era la de reunir un libro de retratos de mujeres. Sus instantáneas hablarían de la belleza que sólo podía encontrarse en los rostros de las mujeres verdaderamente ancianas, cuyas vidas y esfuerzos quedaban tallados en la piel, como los sedimentos de una pared rocosa.

El lector de Julio Verne (MAXI TAPA DURA) de Almudena Grandes

NARRATIVA (F). Novela
Octubre 2013
Andanzas MAXI
ISBN: 978-84-8383-767-2
País edición: España
424 pág.
12,45 € (IVA no incluido)

Nino, hijo de guardia civil, tiene nueve años, vive en la casa cuartel de un pueblo de la Sierra Sur de Jaén, y nunca podrá olvidar el verano de 1947. Pepe el Portugués, el forastero misterioso, fascinante, que acaba de instalarse en un molino apartado, se convierte en su amigo y su modelo, el hombre en el que le gustaría convertirse alguna vez. Mientras pasan juntos las tardes a la orilla del río, Nino se jurará a sí mismo que nunca será guardia civil como su padre, y comenzará a recibir clases de mecanografía en el cortijo de las Rubias, donde una familia de mujeres solas, viudas y huérfanas, resiste en la frontera entre el monte y el llano. Mientras descubre un mundo nuevo gracias a las novelas de aventuras que le convertirán en otra persona, Nino comprende una verdad que nadie había querido contarle. En la Sierra Sur se está librando una guerra, pero los enemigos de su padre no son los suyos. Tras ese verano, empezará a mirar con otros ojos a los guerrilleros liderados por Cencerro, y a entender por qué su padre quiere que aprenda mecanografía.


Hasta aquel día, el futuro no había existido para mí. Desde entonces, tuvo la forma exacta de una barra graduada, rematada por un tope que iba subiendo y bajando de cabeza en cabeza cuando la usaban en el cuartel para medir a los quintos. ¿Dónde estás hoy, Nino?, me preguntó el maestro varias veces. Yo me enderezaba contra el respaldo de la silla, levantaba la cabeza, miraba al encerado y le pedía perdón por haberme distraído, pero no me atrevía a decirle la verdad, a contestarle que estaba atrapado sin remedio en el futuro. (...)
Yo no quería ser secretario del Ayuntamiento, ni oficinista en la Diputación, yo quería conducir coches de carreras, y si no, arrendar un molino, como el Portugués, y tener un huerto, y un caballo, y vivir lejos del pueblo para subir al monte cuando me diera la gana, a coger setas y a pescar truchas, y sin embargo iba a tener que aprender a escribir a máquina, y a hablar francés, y las matemáticas se me daban bien, se me daban bien la gramática y las ciencias naturales, pero no sabía si iba a poder con la máquina, y sin embargo sabía que tenía que poder, porque lo que no podía era decepcionar a mi padre dos veces seguidas, y si diera la talla y dijera que no quería ser guardia, probablemente no pasaría nada, pero como no la iba a dar, tendría que trabajar en una oficina aunque no quisiera, y a lo mejor me llamarían don Antonino, y mi padre estaría orgulloso de que me ganara la vida mejor que él, pero me la ganaría peor, porque las cosas nunca son como parecen.
Cuando salí de la escuela, creí que la cabeza me iba a estallar, tantas horas llevaba pensando en lo mismo. Estaba seguro de que al volver a casa, madre me sonreiría, me besaría tanto como siempre, más quizás, me anunciaría que padre había tenido una idea y luego llegaría él, lo despacharía todo con un par de frases, yo ha ría como que no sabía nada, diría que todo me parecía muy bien, le daría mucho las gracias, y estaría sentado delante de una máquina de escribir antes de darme cuenta. Eso era lo que iba a pasar, y sin embargo, no pasó nada, excepto que el mundo se puso boca abajo.
Había pasado otras veces, tantas que casi pude respirarlo en el aire antes de leerlo en algunos rostros, sonrisas que no veía desde antes del verano, y la taberna de Cuelloduro llena y vacía al mismo tiempo, los parroquia - nos en la calle, cada uno con su vaso en la mano, pagando rondas por turnos. No necesitaba saber nada más, porque la madre de Paquito salió a buscarnos, y nos cogió a cada uno de la mano para tirar de nosotros como si todavía fuéramos críos chicos, sin molestarse en darnos ninguna explicación.
—A casa, vamos, deprisa, y sin rechistar.
—¿Pero qué ha pasado, madre?
—¡He dicho que sin rechistar!
El mundo se había puesto boca abajo, y aquella noche, padre no volvió a casa hasta mucho después de la hora de cenar. No hubo conversación, ni máquina de escribir, ni promesas ni disimulo, sólo el rumor constante de las quejas de madre, por una vez olvidada del frío.
—Y quién me mandaría a mí casarme con un guardia civil, a ver, quién me lo mandaría, con lo bien que estaba yo en mi pueblo para que me dejen viuda con tres hijos cualquier día de estos...

Baila, baila, baila (MAXI) de Haruki Murakami

NARRATIVA (F). Novela
Octubre 2013
MAXI MAXI 003/12
ISBN: 978-84-8383-766-5
País edición: España
464 pág.
9,56 € (IVA no incluido)

Baila, baila, baila: En marzo de 1983, el joven protagonista de esta novela siente la necesidad de viajar a Sapporo para volver a alojarse en el Hotel Delfín, donde años atrás pasó una semana con una misteriosa mujer. Una vez allí, se topará con una serie de personajes envueltos en un aura de irrealidad: una guapa recepcionista que ha vivido experiencias inverosímiles, una adolescente dotada de una aguda sensibilidad o un antiguo compañero de colegio, ahora actor de éxito, que lo meterá en graves aprietos.


—¿Es como un sueño que parece real?
—No, tampoco. Cuando has soñado algo, con el paso del tiempo la sensación de realidad va desapareciendo. Pero con esto no pasa lo mismo. Siempre es igual, independientemente del tiempo. Siempre, siempre, siempre es real. Está ahí, tal cual, en todo momento. Salta de pronto ante mis ojos.
Me quedé callado.
—Está bien. Intentaré contártelo —dijo ella. Bebió un trago y se limpió los labios con una servilleta de papel—. Fue en enero, principios de enero, poco después de Fin de Año. Ese día me tocaba el turno de tarde; no suele tocarme, pero ese día no había gente para sustituirme y no me quedó más remedio, y el caso es que acababa a las doce de la noche. Cuando terminamos a esas horas, como ya no hay trenes, la empresa llama a taxis para que nos lleven a casa por orden. Acabé antes de las doce, me cambié de ropa y subí hasta la decimosexta planta en el ascensor de los empleados. Fui a esa planta, la decimosexta, donde está la sala de descanso para el personal, porque me había dejado olvidado un libro. Podría haberlo recogido al día siguiente, pero había empezado a leerlo y a la chica que iba a volver conmigo en taxi todavía le faltaba un poco para acabar. En la decimosexta, además de las habitaciones para clientes, hay esa salita des-tinada a los empleados, un cuarto donde descansar un rato, o tomarse un té, a la que voy de vez en cuando.
»Cuando llegué a la planta, se abrieron las puertas del ascensor y salí al pasillo, como siempre. No estaba pensando en nada. A todo  el mundo le ocurre, ¿no? Cuando estás acostumbrada a algo o vas a menudo a cierto lugar, te mueves como un autómata, ¿verdad? Yo di un paso hacia delante, con toda naturalidad... Bueno, seguro que pensaba en algo, pero no recuerdo en qué... El caso es que estaba de pie en el pasillo, con las manos en los bolsillos del abrigo, y de pronto todo estaba negro a mi alrededor. Oscuro como boca de lobo. Me di la vuelta, sobresaltada, pero las puertas del ascensor se habían cerrado. Supuse que habría habido un apagón. Pero era imposible. Para empezar, el hotel cuenta con un generador eléctrico que, en caso de apagón, entraría en funcionamiento de manera automática y de inmediato. Al instante, seguro. Lo sé porque hicimos varios simulacros. Por lo tanto, en principio, el apagón queda descartado. En segundo lugar, aunque el generador estuviera averiado, están las luces de emergencia del pasillo, que permanecen siempre encendidas. Siempre tiene que haber una luz verde. Es así, ocurra lo que ocurra.
»Sin embargo, ese día el pasillo estaba negro. Las únicas luces eran las del indicador de la planta encima del ascensor, unos números digitales en rojo, y el botón de llamada. Por supuesto, le di al botón. Pero el ascensor iba hacia abajo y no volvía. Resignada, decidí inspeccionar la zona. Tenía miedo, por supuesto, pero al mismo tiempo empecé a agobiarme por todo el problema que eso representaba, ¿lo entiendes?
Negué con la cabeza.
—Pues porque, si de pronto se va la luz, quiere decir que existe algún problema en el funcionamiento del hotel, ¿no? A nivel eléctrico, estructural o lo que sea, lo cual provocaría un gran embrollo: tendríamos que sacrificar días festivos, aumentaría el número de simulacros, los jefes andarían con los nervios a flor de piel... Justo cuando empezaba a aclimatarme...

Un ángel impuro (MAXI) de Henning Mankell

NARRATIVA (F). Novela
Octubre 2013
MAXI MAXI 004/08
ISBN: 978-84-8383-751-1
País edición: España
344 pág.
8,60 € (IVA no incluido)

En 2002, bajo el entarimado medio podrido de una habitación del antaño lujoso Africa Hotel, en la ciudad mozambiqueña de Beira, un hombre encuentra un viejo cuaderno; en la tapa lee un nombre y una fecha: «Hanna Lundmark, 1905», pero el cuaderno está escrito en una lengua que desconoce. En 1904, casi un siglo antes de ese extraño hallazgo, una mujer del interior de Suecia desea para su primogénita, Hanna, una vida mejor, y decide enviarla a casa de unos parientes que viven en la costa. Comienzan entonces las peripecias de esa joven valerosa cuyos pasos la llevan a enrolarse como cocinera en un barco que parte rumbo a Australia. Sin embargo, antes de llegar a su destino, Hanna desembarcará en Lourenço Marques (antiguo nombre de Maputo) y, enferma, recalará en O Paraiso, el burdel más famoso de la región. Poco sospecha que acabará regentando el prostíbulo, poblado por seres variopintos como su propietario, el senhor Vaz, el despiadado bóer Fredrik Prinsloo, mujeres como Felicia o Belinda Bonita, o el chimpancé Carlos.
«A comienzos del siglo xx sucedió un hecho extraño en el continente africano. Apareció una mujer sueca, como salida de la nada, y quedó constancia de ella como dueña del burdel más grande de la capital de la colonia portuguesa de Mozambique. Años después, esa mujer desapareció sin dejar rastro. A partir de lo poco que se sabe de ella he escrito este libro, aportando el contexto histórico. La he descrito tal y como yo la veo, en una época en que no podía cuestionarse el colonialismo ni la superioridad de la raza blanca, y menos aún vencerlos. Una época, asimismo, en que la suerte que corría una mujer durante su vida —sobre todo si era una mujer negra— era un auténtico infierno. En el burdel se enfrentan el poder y la impotencia; allí la pasión es una mercancía. Pero también es un lugar donde las vidas se entrelazan, y que me ha inspirado una historia como ninguna otra de las que he llegado a escribir.»
Henning Mankell


Leyó con dificultad aquel nombre tan extraño que había en la portada negra.
Hanna Lundmark.
Debajo del nombre, figuraba una fecha: 1905.
Sin embargo, le fue imposible descifrar el contenido del libro, que estaba escrito en una lengua que él no conocía. Acudió entonces al viejo Afanastasio, que ocupaba la habitación 212, más abajo en el mismo pasillo, y al que todos los que vivían hacinados en el hotel consideraban un hombre sabio, ya que en su juventud logró sobrevivir al encuentro con dos leones hambrientos en una carretera desierta a las afueras de Chimoio.
Pero ni siquiera Afanastasio fue capaz de descifrar aquel escrito. Consultó, eso sí, con la vieja Lucinda, que vivía en la antigua recepción, pero tampoco ella supo decirle de qué lengua se trataba.
Afanastasio le propuso a José Paulo que se deshiciera del libro.
—Lleva mucho tiempo bajo el suelo —dijo Afanastasio—. Alguien lo escondería ahí cuando la gente como nosotros sólo podía frecuentar este edificio como criados, limpiadores o botones. Seguramente, ese libro escondido contendrá un relato incómodo. Quémalo, úsalo como combustible una noche que haga un frío extremo.
José Paulo se llevó el libro a su habitación, pero, aun sin saber con exactitud por qué, no lo quemó, sino que le asignó un escondite nuevo. Debajo del marco de la ventana había un espacio hueco donde él solía ocultar el dinero que en alguna que otra ocasión conseguía ganar. Ahora, los escasos billetes sucios compartían alojamiento con el bloc de notas de color oscuro.
José Paulo no volvió a sacarlo de allí. Pero jamás olvidó que lo tenía.

Ossos al jardí de Henning Mankell

NARRATIVA (F). Novela
POLICIACOS (F). Serie Wallander
Octubre 2013
L'Ull de Vidre UV 51
ISBN: 978-84-8383-747-4
País edición: España
192 pág.
16,35 € (IVA no incluido)

Un diumenge d’octubre del 2002, un Kurt Wallander esgotat després d’una intensa setmana de feina visita la que podria ser la casa dels seus somnis, als afores de Löderup. Mentre passeja tot sol pel jardí de la finca i rumia si la comprarà, ensopega amb alguna cosa mig amagada a terra. La sorpresa l’aclapara quan descobreix que són els ossos d’una mà. Aquesta mateixa nit, quan els tècnics encenen els focus i comencen a cavar, descobreixen un cadàver que, segons els forenses, fa més de cinquanta anys que és enterrat sota terra. Poc abans de Nadal, i malgrat les retallades pressupostàries a la policia d’Escània, l’inspector Wallander, amb els seus col·legues Martinsson i Stefan Lindman (el protagonista d’El retorn del professor de ball), segueix investigant el que sembla un assassinat comès fa molts anys. Però ¿és possible aclarir un crim comès fa tant de temps? Quan ja està a punt de donar-se per vençut, en Wallander torna al jardí de la que podria haver estat casa seva. Una nova troballa ho capgirarà tot.


L’endemà era diumenge i en Wallander tenia festa. Va sentir llunyanament, en somnis, que sonava el telèfon de la cuina. La seva filla Linda havia entrat a treballar a la comissaria d’Ystad la tardor anterior, després d’acabar els estudis a l’Escola Superior de Policia d’Estocolm, però continuaven vivint junts al seu apartament de Mariagatan. De fet, ja hauria hagut de traslladar-se, però la mudança s’havia endarrerit perquè encara no havia pogut  firmar el contracte de lloguer. En Wallander va sentir que la Linda contestava el telèfon i ja no se’n va preocupar més. La vigília, en Martinsson ja s’havia recuperat força del refredat i li havia assegurat que no el molestaria.
A part d’ell, habitualment no li solia trucar cap altra persona, i menys un diumenge a aquelles hores del matí. La Linda, en canvi, es passava hores i hores parlant pel mòbil. En Wallander hi havia pensat molt, en tot plegat. La seva relació amb el telèfon era força complicada. Cada vegada que sonava s’enduia un sobresalt, mentre que la Linda era capaç de dur la majoria de relacions i assump tes de la seva vida a través de l’auricular. Suposava que es devia deure, simplement, al fet que tots dos eren de generacions diferents.
Es va obrir la porta del dormitori i en Wallander es va estremir de ràbia.
—¿Que no saps trucar a la porta, abans d’entrar?
—Però si sóc jo.
—Ja sé que ets tu, ¿però t’has preguntat què passaria si jo obrís la porta de la teva habitació sense trucar?
—Jo tanco amb clau. Et truquen.
—A mi no em truca mai ningú.
—Doncs ara et truquen.
—¿Qui és?
—En Martinsson.
En Wallander es va incorporar al llit. La Linda va observar amb desaprovació la panxa prominent del seu pare, però no va dir res. Era diumenge. Havien acordat que, mentre visquessin sota el mateix sostre, els diumenges serien dies sagrats en què cap dels dos no podria criticar l’altre. El diumenge quedaba reservat a l’amabilitat.

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