Técnicas de iluminación de Eloy Tizón
24 x 15 cm
Voces/ Literatura • 193
ISBN: 978-84-8393-152-3
15,38 / 16 €
¿Qué ocurrió realmente
en la fiesta celebrada anoche? ¿Hubo alguna víctima? ¿Qué contiene la caja que nuestro
jefe nos entrega en secreto, pidiéndonos que no la abramos, y dentro de la cual
se detecta una agitación, un mínimo llanto? ¿Será un ser vivo o un mecanismo de
relojería? ¿Quién es “esa otra persona que no nos interesa”, que suele aparecer
en las relaciones de pareja casi siempre adosada al ser amado y de la que es
imposible librarse? ¿De qué clase de apocalipsis huye esa familia que abandona
la ciudad con lo puesto y termina vagando perdida por el bosque?
En todos estos relatos
hay un reverso de sombra, un vértice de silencio, algo que no se nombra
directamente pero que es una invitación al lector para que se sumerja y
participe en la construcción del sentido. Para que intervenga en la extraña
normalidad de estos diez sueños, y pueda encontrar un poco de claridad o un
lapicero contra la desdicha. Páginas que resplandecen con luz propia. Técnicas
de iluminación.
Una
mujer tranquila, con sus orillas húmedas. Nos sirvió una jarra de cerveza,
luego una jarra de vino, luego una jarra de nata espolvoreada con canela. No
quiso cobrarnos nada. Era la hija del posadero, aunque su verdadero oficio era
el de comadrona. Se le transparentaba un poco el vestido. Las ganas de sonreír
no se le acababan nunca. Su aldea estaba en fiestas, su esposo estaba en la
guerra, no especificó en cuál. El cielo estallaba de cohetes, los músicos ambulantes
tocaban hasta el desmayo celebrando la belleza trágica de la vida, los perros
ya ni ladraban. Aquello era vivir. Abrazarla en el cobertizo era igual que
amasar harina. Su piel, por descontado, también estaba en fiestas, también
estaba en guerra. Tan hermosa que uno no sabía por dónde empezar a quererla.
Antes de apagar la vela de un soplo, dio la vuelta al retrato de su esposo, que
quedó mirando hacia la pared mientras aquello duró. Uno sentía que a su lado
nada malo podía sucederle. Ella dijo, al tiempo que se anudaba el cordón del
delantal, que rezaría por uno en sus plegarias. Los ojos le brillaban. Antes de
despedirse ofreció su nombre en voz alta, con alegría: «Margarita».
Escribir (Ensayos sobre literatura) de Robert Louis
Stevenson
448 páginas
21,5 x 14 cm.
Voces/ Ensayo • 191
ISBN: 978-84-8393-150-9
Tapa dura 24,04 / 25 €
Narrador inolvidable,
poeta valioso, viajero y acuñador de anécdotas biográficas, para conocer
completamente el universo Stevenson es necesario visitar también su faceta
ensayística, a la altura del resto de su obra, didáctica y cercana, pero
también rigurosa y precisa. Envidiable.
Escribir reúne sus
Ensayos sobre literatura, donde los textos sobre sus libros de cabecera dan
paso a los retratos de sus autores favoritos, se mezclan con variados consejos
de escritura, confesiones literarias y recuerdos sobre su propio trabajo y la
creación de títulos tan maravillosos como El señor de Ballantrae o La isla del
tesoro.
Nada
provoca mayor desencanto al ser humano que descubrir los mecanismos y resortes
de cualquier forma de arte. Todos nuestros artes y oficios se quedan siempre en
la superficie: es en la superficie donde apreciamos su belleza, su adecuación y
su significado, y husmear en las capas más profundas supone enfrentarse al
vacío y exponerse al impacto de su aspecto más burdo, que es el que ofrecen
cuerdas y poleas. De forma parecida, también la psicología nos descubre una
fealdad abominable cuando se hace algún intento de precisión o afinación,
aunque dicha fealdad suele ser la consecuencia de algún fallo en nuestro
análisis más que la cortedad de mente. Y puede que en estética el motivo sea el
mismo: esos descubrimientos que resultan fatales para la dignidad del arte tal
vez lo sean sólo en proporción a nuestra ignorancia; y los artificios,
deliberados o no, cuyo empleo parece impropio de un artista digno de este
nombre serían –si tuviéramos la capacidad de rastrear su origen hasta llegar al
mecanismo interno– síntomas de una delicadeza más sutil de lo que podemos concebir, indicios de antiguas
armonías que ya existían en la naturaleza. Esta ignorancia es irremediable en
gran medida. Nunca podremos aprehender las afinidades de la belleza, porque se
encuentran en un estrato de la naturaleza demasiado profundo y demasiado
lejano, en los misteriosos orígenes del ser humano. De manera que el amateur
siempre recibirá de mala gana los rudimentos del método, que pueden exponerse
pero nunca explicarse con detalle: eso no; según el principio establecido por
Hudibras, que reza así:
«Y
cuanto menos comprendan, Más admirarán el juego de manos»
No hay comentarios:
Publicar un comentario