La solterona de Edith Wharton
Traducción de Lale González-Cotta
ISBN: 978-84-15578-73-4
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 144
PVP: 17,95 €
En 1850 la alta
burguesía neoyorquina disfruta de una desentendida prosperidad.
Delia, «reina» del endogámico clan de los Ralston, ultima los detalles de su vestuario para brillar en el acontecimiento social del año: el enlace de su prima Charlotte Lovell con Joe Ralston, que además sellará una alianza entre las dos familias hegemónicas de Nueva York. Cuando nada parece poder desbaratar tan idílico porvenir, una desquiciada Charlotte irrumpe en casa de Delia para desvelarle un secreto que alterará para siempre la placidez de sus vidas y que, de saberse, tumbaría los códigos éticos de los que ambas se han venido nutriendo. Los destinos de Charlotte y Delia quedan trágicamente atados bajo la inviolabilidad del secreto que comparten, consolidándose entre ambas una tormentosa relación en la que convergerán los celos, la compasión, el amor filial y la suspicacia.
Delia, «reina» del endogámico clan de los Ralston, ultima los detalles de su vestuario para brillar en el acontecimiento social del año: el enlace de su prima Charlotte Lovell con Joe Ralston, que además sellará una alianza entre las dos familias hegemónicas de Nueva York. Cuando nada parece poder desbaratar tan idílico porvenir, una desquiciada Charlotte irrumpe en casa de Delia para desvelarle un secreto que alterará para siempre la placidez de sus vidas y que, de saberse, tumbaría los códigos éticos de los que ambas se han venido nutriendo. Los destinos de Charlotte y Delia quedan trágicamente atados bajo la inviolabilidad del secreto que comparten, consolidándose entre ambas una tormentosa relación en la que convergerán los celos, la compasión, el amor filial y la suspicacia.
Los
Ralston y sus ramificaciones ocupaban una de las áreas más extensas dentro de
aquella sociedad compacta de barrios sólidamente construidos. Los Ralston pertenecían
a la clase media de origen inglés. No habían llegado a las colonias para morir
por un credo, sino para vivir de una cuenta bancaria. El resultado había
superado sus expectativas y su religión se había teñido de éxito. El espíritu
de compromiso que había encumbrado a los Ralston encajaba a la perfección con
una Iglesia de Inglaterra edulcorada que, bajo la conciliadora designación de
Iglesia Episcopal de los Estados Unidos de América, suprimía las alusiones
impúdicas de las ceremonias nupciales, omitía los pasajes conminatorios del
Credo atanasiano1 y entendía más decoroso rezar el padrenuestro dirigiéndose al
Padre mediante el arcaizante pronombre «vos». Extensivo a todo el clan era el
rechazo sistemático a las religiones incipientes y a la gente sin referencias.
Institucionales hasta la médula, constituían el elemento conservador que sustenta
a las sociedades emergentes como la flora marina sustenta la orilla del mar.
Comparados
con los Ralston, incluso familias tan conservadoras como los Lovell, los Halsey
o los Vandergrave podrían calificarse de atolondradas y derrochadoras, diríase casi
que temerarias en sus impulsos y vacilaciones.
El
viejo John Frederick Ralston, robusto fundador de la dinastía, había percibido
dicha diferencia en su naturaleza, y se la había hecho notar a su hijo
Frederick John, en quien había olfateado cierta propensión hacia lo azaroso y lo
improductivo.
—Deja
que los Lanning, los Dagonet y los Spender corran riesgos y suelten hilo a sus
cometas. Les tira la sangre provinciana que llevan en las venas: nosotros no
tenemos nada que ver con eso. Mira cómo se van quedando rezagados en todo… los
varones, quiero decir. Si lo deseas, tus chicos pueden casarse con sus hijas
(son bastante saludables y atractivas), aunque preferiría que mis nietos
escogiesen a una Lovell o a una Vandergrave, o a alguien de nuestra clase. Pero
no consientas que tus hijos anden en las nubes tras los pasos de esos jóvenes:
en carreras de caballos, viajando al sur a los malditos Springs, jugando en los
casinos de Nueva Orleans y esas cosas. Así protegerás a la familia de molestos contratiempos,
como siempre hemos venido haciendo nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario