viernes, 19 de julio de 2013

Nada de Carmen Laforet



Andrea, una adolescente de provincias, viaja hasta Barcelona para estudiar la carrera de Filosofía y Letras, al llegar descubre la dramática situación además de un ambiente de tensión constante y emociones violentas que se encuentran en casa de su abuela, situada en la calle Aribau, en la que viven varias personas entre las que se encuentran sus tíos junto con sus parejas y las criadas, todos ellos con sueños rotos.


Ena, compañera de la universidad la ayudará y motivará en el día a día, también hallará en el ambiente universitario a todo tipo de jóvenes artistas, hijos de familias millonarias que harán que olvide su tedio y oscuro vivir en la casa de su abuela. No obstante, todo ello se concentra en un terrible hecho lo que agrava y complica la realidad de Andrea.

Laforet logró ganar el Premio Nadal 1944 con esta novela, la cual está cargada de realismo, su narración describe el ocaso de una familia burguesa que, tras la Guerra Civil, han perdido todo, desde lo material, pues no tienen que llevarse a la boca, hasta en la forma de pensar de todos sus personajes pues se encuentran una terrible espiral de control absoluto, soledad y oscuridad que hace que sus relaciones sean tensas, crueles y directas provocando el sufrimiento de todos ellos. Una novela que, en el momento de publicarse rompió esquemas al tratar desde un punto de vista novedoso la posguerra. Su protagonista, tan tímida, hermética y solitaria como la casa en la que vive, esta descrito con profundad así como los demás personajes. En definitiva una novela que profunda en las relaciones familiares cuando, cada uno de sus miembros han perdido todo en la vida y avanzan de forma inestable, con un texto descriptivo y realista en el que se muestra la fría realidad, el hambre diario y la imposibilidad de convivencia que ello provocan, todo ello en una Barcelona oscura, angosta y, al mismo tiempo, poética. 

Recomendado para todos aquellos que quieran descubrir la posguerra desde un punto de vista directo y realista. También para aquellos que les gusten las novelas que traten los dramas y las relaciones de forma apasionada de aquellos tiempos en los que comer era un lujo que no estaba al alcance de todos, y por último para aquellos que quieran leer un clásico de la literatura española, por su calidad, y al mismo tiempo, sencillez.

Extractos:

Santa María del Mar apareció a mis ojos adornada de un singular encanto, con sus peculiares torres y su pequeña plaza, amazacotada de casas viejas enfrente.
Pons me dejó su sombrero, sonriendo al ver que lo torcía para ponérmelo. Luego entramos. La nave resultaba grande y fresca y rezaban en ella unas cuantas beatas. Levanté los ojos y vi los vitrales rotos de las ventanas, entre las piedras que habían ennegrecido las llamas. Esta desolación colmaba de poesía y espiritualizaba aún más el recinto. Estuvimos allí un rato y luego salimos por una puerta lateral junto a la que había vendedoras de claveles y de retama. Pons compró para mí pequeños manojos de claveles bien olientes, rojos y blancos. Veía mi entusiasmo con ojos cargados de alegría. Luego me guió hasta la calle de Montcada, donde tenía su estudio Guíxols.
Entramos por un portalón ancho donde campeaba un escudo de piedra. En el patio, un caballo comía tranquilamente, uncido a un carro, y picoteaban gallinas produciendo una impresión de paz. De allí partía la señorial y ruinosa escalera de piedra, que subimos. En el último piso, Pons llamó tirando de una cuerdecita que colgaba de la puerta. Se oyó una campanilla muy lejos. Nos abrió un muchacho a quien Pons llegaba más abajo del hombro. Creí que sería Guíxols. Pons y él se abrazaron con efusión. Pons me dijo:
—Aquí tiene a Iturdiaga, Andrea… Este hombre acaba de llegar del Monasterio de Veruela, donde ha pasado una semana siguiendo las huellas de Bécquer…

El pícaro aquel tenía los ojos brillantes de ansiedad. Le saludé con una inclinación de cabeza y huí.
Le conocía bien. Era un viejo «pobre» que nunca pedía nada. Apoyado en una esquina de la calle de Aribau, vestido con cierta decencia, permanecía hora de pie, apoyándose en su bastón y atisbando. No importaba que hiciera frío o calor: él estaba allí sin plañir ni gritar, como esos otros mendigos expuestos siempre a que los recojan y lleven al asilo. Él sólo saludaba con respetuosa cortesía a los transeúntes, que a veces se compadecían y ponían en sus manos una limosna. Nada se le podía reprochar. Yo le tenía una antipatía especial que con el tiempo iba creciendo y enconándose. Era mi protegido forzoso, y por eso creo yo que le odiaba tanto. No se me ocurría pensarlo entonces, pero me sentía obligada a darle una limosna y a avergonzarme cuando no tenía dinero para ello. Yo había heredado al viejo de  mi tía Angustias. Me acuerdo de que cada vez que salíamos ella y yo a la calle, la tía depositaba cinco céntimos en aquella mano enrojecida que se alzaba en un buen saludo. Además, se paraba a hablarle en tono autoritario, obligándole a contarle mentiras o verdades de su vida. Él contestaba a todas sus preguntas con la mansedumbre apetecida por Angustias… A veces los ojos se le escapaban en dirección de algún «cliente» a quien ardía en ganas de saludar y cuya vista estorbábamos mi tía y yo paradas en la acera. Pero Angustias seguía interrogando:
—¡Conteste!¡No se distraiga! ¿… Y es verdad que su nietecillo no puede ingresar en el orfelinato? ¿Y su hija murió al fin? ¿Y…?
Al fin terminaba:
—Conste que me enteraré de lo que hay de verdad en todo eso. Le puede costar muy caro a usted el engañarme.
Desde aquellos tiempos ya nos habíamos quedado unidos él y yo por un lazo forzoso; porque estoy segura de que adivinó mi antipatía por Angustias. Una sonrisa mansurrona le vagaba por los labios entre las decentes barbas plateadas, y mientras tanto sus ojos se disparaban hacia mí, a momentos, bailándole de inteligencia. Yo le miraba desesperada.

Editorial: Destino
Autor: Carmen Laforet
Páginas: 304
Precio: 18 euros

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