Leila Guerriero abre una serie de cinco relatos sobre
las relaciones amorosas, sentimentales, profesionales y sus consecuencias por
los distintos caminos que estas toman. Aquí os dejo el enlace al relato
completo.
Tomás Ondarra |
(…) Ella nunca pide ni reclama ni se
acongoja: es una máquina, un ser rotundamente fuerte que sobreviviría a una
hambruna, a dos sequías, a siete plagas, a 20 revistas en la basura. Es sabia.
Es dura. Es fría como un hacha. Lidia con insectos minúsculos que producen
estragos de proporciones absolutas y con humanos que tienen sentimientos
histéricos con respecto a las enredaderas y los parterres. Sabe tratar a la
gente y conoce los misterios gozosos de la naturaleza: es admirable. Pero
—aunque celebra tus premios y tus traducciones— no está interesada —nunca lo
estuvo— en conocer el contenido de tus conferencias; no está interesada —nunca
lo estuvo— en conocer el contenido de tus libros. Durante muchos años eso fue
maravilloso y original. La cópula entre el artista inútil para casi todo y la
mujer capaz de trepar un volcán en las mañanas. No te importaba que no supiera
qué era el estructuralismo porque, además, siempre podías explicárselo (ella te
escuchaba atenta, aunque notabas, primero, el esfuerzo por entender y, después,
la declinación del entusiasmo). Durante muchos años eso fue maravilloso: fue
original. Y, aunque aún no ha dejado de serlo, ella ha empezado a avergonzarte.
Te avergüenza que diga, en público, que se aburre con las películas “lentas”,
que no le gustan los libros “que no terminan bien”. Pero por la noche, cuando
se meten en la cama, su cuerpo todavía te resulta emocionante. Y en las últimas
horas de la tarde el sonido de sus llaves en la cerradura es, todavía, el
sonido de la felicidad. (…)
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