Viola
Wither ha perdido a su padre, y ha recibido como herencia una pequeña cantidad
de libras, todo lo demás lo gastó su padre en el teatro y en ayudar a las
sociedades de actores, poco después pierde a su marido y después de haberse
gastado todo su dinero en trajes y fiestas descubre que la herencia de este
último, a pesar de ser miembro de la alta burguesía, la deja en herencia una
suma poco más cuantiosa que la anterior, es por ello que se dirige al pueblo a
vivir con sus suegros, los Wither, e irse a vivir a The Eagles. Allí conocerá a
todo tipo de personajes.
Allí
conoce a sus hijas solteras: Madge y Tina, ambas como ella, buscan alguien
comprensivo que las escuche y entienda a pesar de las opiniones de sus padres.
Uno de ellos es Saxon, el atractivo chofer de los Wither que no duda en seducir
a Tina cuando esta le pide ayuda para aprender a conducir. Por otro lado Viola
se siente atraída por el millonario Victor, poseedor de una gran herencia y el
cual está comprometido con su amiga desde la infancia, Phyllys aunque todas las
mujeres que se cruzan con él sueñen con estar a su lado.
Gibbons
trasmite en esta novela la realidad de la mujer en la época de entreguerras,
sus sufrimientos, sus metas y la vida del día a día de diferentes estamentos de
la sociedad, desde la humilde familia Caker hasta los Wither obsesionados con
el dinero. La viuda alegre, como llaman a la protagonista tras un desafortunado
baile delante de la mayoría de habitantes burgueses de la villa, tiene al
llegar una vida difícil de llevar debido a, en gran medida, a las conductas
fuera de lo común en una joven situada en una familia de alta alcurnia como los
Wither. Stella consigue criticar satirizando las costumbres y apariencias de todos
los que habitan la villa, ironizando sobre sus formas de vida siempre
pendientes de la forma de vestir y llevar puesto para las fiestas en ellas y en
ellos siempre pensando en los altibajos de la bolsa o sobre cómo sacar aún más
partido al incalculable capital que poseen olvidándose de vivir, y en general,
de ser felices. En conclusión, esta novela nos desvela una realidad que, aún
hoy, sigue existiendo a pesar del paso del tiempo y que, como la propia vida,
puede cambiar cuando menos te lo esperas, pues la novela tiene giros
inesperados que son, al mismo tiempo, una esperanza.
Recomendado
para aquellos quieran descubrir a una autora con gran calidad a la hora de
narrar costumbres y describir la situación de la actualidad en la que vivía.
También para aquellos que les gusten las novelas costumbristas y que narren en
tono de comedia la vida y superación de sus personajes. Y por último para todos
aquellos adictos y fans de las novelas de Gibbons y su certera habilidad de
describir la sociedad en la vivía.
Extractos:
Los pájaros eran casi lo único
interesante que se podía ver en invierno cerca de Sible Pelden. Venían del
extranjero, según decían, por miles, en cuanto comenzaban el mal tiempo. Nadie,
a excepción de Giles Bellamy, sabía sus nombres y, de algún modo, aunque los
habitantes de Sible Pelden a menudo decían durante el invierno: «los pájaros ya
deben de estar allí; este año tenemos que ir a verlos; recuerda lo interesante
que fue la última vez que fuimos, hace cinco años, ¿no?», en realidad nadie iba
pues hacía un frío tremendo en los pantanos, tan solitarios y desolados, y la
mayoría de la gente, como es normal, prefería ir al cine.
Pero Viola sí fue, acompañada de
una señora obesa. Fueron dando sacudidas en el autobús, que circulaba por unos
carriles cubiertos de una fina capa de nieve glacial, y ella llegó hasta
Dovewood Abbey, la última parada. Allí empezaban los pantanos.
Caminó durante una buna media hora
por la solitaria carretera del pantano. Pasó las ruinas de la abadía que se
mantenían en su misma colina, de cara a las tierras baldías y llanas cubiertas
de cañaverales nevados y hielo gris que
el agua oscura y estañada había resquebrajado. Lo cierto era que no se veían
muchos pájaros cerca de la carretera. Se mantenían en sus enormes bandadas más
lejos, a millas de distancia una vez se atravesaban las salinas, en un lugar al
que solo los pescadores, los observadores de aves, los segadores de juncos y
(se rumoreaba) los botes que se hundían en el agua con su carga de medias de
seda o cámaras de contrabando se molestaban en ir.
Sin embargo, el ruido y la
sensación de que las aves estaban allí la envolvían. Sus chillidos salvajes
sonaban cerca, procedentes de cúmulos de temblorosos juncos púrpuras y
espadañas lanosas. Atisbó uno durante unos instantes, grande y de un gris
pardusco, andando por la orilla tras una pantalla de malas hierbas, y una vez
llegó una bandada de pajarillos rollizos, brillantes y veraniegos, de un
castaño y verde lustroso, sobrevolando una lámina de agua que reflejaba el
cielo gris.
Las entradas tenían cuatro precios
distintos: tres chelines y seis peniques, cinco chelines, siete chelines y seis
peniques y media guinea. La diferencia iba directamente a la Causa (mantener
con vida el maltrecho hospital) y nadie disfrutaba ni por asomo de una pizca
adicional de comida o decoración. Con todo, se consideraba honorable pagar el
máximo precio posible. Todos los años, lady Dovewood hacía unas orgullosas
declaraciones para el Chesterbourne Echo anunciando que solo se habían vendido
unas pocas entradas de las más baratas y que el número iba decreciendo año tras
año. La propia lady Dovewood, cuya política era poco menos que maquiavélica,
velaba por que así fuese y por que así siguiese siendo por los siglos de los
siglos.
La alta burguesía, claro estaba,
adquiría las entradas más caras. A veces incluso pagaba el doble por ellas. Tal
era la costumbre del señor Wither; y la señora Spring, que solía extender
cheques impulsivos a hospitales y casas de maternidad, iba más allá y
desembolsaba el triple.
Los dos días previos al baile hizo
un calor asfixiante; una luna enorme bañaba las copas tupidas de los árboles y
sus opulentas hojas estivales. El campo no parecía pegar ojo en toda la noche:
por todas partes se veían coches similares a diminutos escarabajos joya que
conducían a sus dueños a toda velocidad hasta la playa para que se dieran un
baño a la luz de la luna y, a lo largo de la orilla, se atisbaba una hilera
interminable de bungalows y casetas salpicadas de doradas luces y risueñas
voces y de toallas húmedas que frotaban vigorosamente los mojados cuerpos de
los afortunados jóvenes. Si no se goza de estas cosas muy a menudo, más vale
aprovecharlas al máximo. Las largas olas plateadas, de una belleza inaudita,
rompían contra las oscuras rocas de Cornualles, las blancas rocas de Sussex,
las firmes arenas de Northumberland y las redondeadas bahías de Gales. Hasta
los bañistas, que corrían, chillaban y chapoteaban en el agua tibia como la
leche, percibían la belleza del mar ondeando bajo aquella mágica luz verde.
—Qué lujo estar vivo ¿verdad? —se
decían unos a otros, con esa franqueza tan propia de los ingleses—. Me alegro
de estar vivo en una noche como esta… y más en este mundo decrépito plagado de
armas monstruosas y muertes violentas.
Editorial: Impedimenta
Autor: Stella Gibbons Páginas: 464
Precio: 22,75 euros
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