Héctor Abad Faciolince, nos conduce en estos relatos por
diferentes lugares cada día de la semana, esta vez la narración nos da a
conocer a una atípica pareja que tratan de convivir por separado, Aquí os dejo el enlace al relato
completo.
Raquel Marín |
(…) Vi que Mr. Ferro había tomado un
vuelo Barranquilla-Medellín el día anterior. A veces mi mujer, que es
veterinaria, hace asesorías para el zoológico de Barranquilla. Puse el maletín
sobre la cama y lo abrí. Poca ropa de hombre, como para dos noches; un par de
calzoncillos negros.
Una bolsa de remedios, y en ella cepillo de dientes, curitas, pastillas para bajar la tensión y un sobre de seis preservativos, rojos, al que le faltaban dos. Una loción pour homme (para hombre) de un aroma asqueroso. Lo más extraño de todo es que también había dos bolsas de champiñones. Blancos, frescos, olorosos. Volví a cerrar el maletín, lo devolví a su sitio y salí del apartamento de mi mujer.
Una bolsa de remedios, y en ella cepillo de dientes, curitas, pastillas para bajar la tensión y un sobre de seis preservativos, rojos, al que le faltaban dos. Una loción pour homme (para hombre) de un aroma asqueroso. Lo más extraño de todo es que también había dos bolsas de champiñones. Blancos, frescos, olorosos. Volví a cerrar el maletín, lo devolví a su sitio y salí del apartamento de mi mujer.
Esa noche no hice nada, ni al día
siguiente, pero el sábado salimos a comer. Traté de abordar el asunto de un
modo indirecto, lejano: “¿Sabes una cosa?”, le dije, “yo detesto los
calzoncillos negros de hombre”. Abrió los ojos grandes, pero la voz sonó serena
cuando preguntó: “¿Y eso por qué?”. “Por razones obvias, porque no se les ve el
mugre…”. “La mugre, querrás decir”. “Eso”, contesté yo y ella cambió de tema.
Cuando vino el camarero le pregunté: “¿No tendrían por casualidad champiñones
al ajillo? No me han gustado nunca, pero hoy los quiero probar”. Mi mujer
volvió a abrir los ojos un poco más de lo normal y yo le sonreí. (…)
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