Gracias a la editorial Impedimenta por cederme un ejemplar de Un rey sin diversión
Langlois
es quien decide investigar (a pesar de ser un teniente de montería de lobos) y que
trata por todos los medios posibles que tiene a su alcance resolver las
misteriosas desapariciones que, a diario, se dan en el pueblo. Primero
desaparece una pequeña, después un hombre y el siguiente es una mujer. Todo
ello en un ambiente frío en el que la nieve y todo por lo que ella pasa sirve
para descubrir al culpable. Se hospeda en con la mujer apodada Salchicha, una
casera muy especial que será quien de voz a este oscuro personaje además
también profundizará en las misteriosos y ocultos escarceos en los que ha
estado presente con el teniente.
Frédéric
es uno de los personajes que nos narra todo lo acontecido en el pueblecito,
situado en una pequeña zona de Francia. Han vivido familiares suyos desde hace
mucho tiempo en el pueblo, y es por ello que todo lo que ocurre le afecta más
de cerca, ya sea la bella visión de un haya milenaria o la sangre sobre la
nieve en un frio día nevado. En la novela nos cuenta la historia del pueblo,
todo lo relacionado con sus habitantes, sus costumbres, en definitiva, su forma
de vida en el concurrido pueblo. A través de sus memorias descubriremos como es
el teniente una vez descubierto el responsable de las atrocidades, que, poco
después, se encargará de solucionar otras, como por ejemplo la caza de lobos
que acaban con los ganados de sus habitantes.
Giono
tiene una forma de escribir directa pero poética, también sabe trasmitir los
sentimientos de sus personajes e incluso el de los animales a través de lo que
transmite a los ciudadanos del lugar o del entorno en el que se mueven. Narra
la historia de una forma muy especial que como afirma en la introducción: «Un falso thriller —puesto que
su resolución se produce antes de la mitad del libro y nos lleva a misterios
más insondables, sin que la narración decaiga y con un leguaje jocoso y lleno
de ingenio y de sabiduría popular— con raíces metafísicas, donde, como se ha
dicho, lo que está en cuestión, lo que se juzga es la propia condición humana.
Aquí se trata, ni más ni menos, de la banalidad del mal. De hecho, Giono se
anticipa al hallazgo y la formulación de Hannah Arendt, coincide con ella en su
experiencia de la guerra, en la sacudida que le ha supuesto». En su texto descubrimos de una forma sincera la naturaleza del
ser humano frente a los problemas más comunes y, al mismo tiempo, lo más
horribles e inquietantes. Desde la soledad hasta la ignorancia pasando por la
curiosidad y la emoción. Todo ello narrado a través de las memorias de los
habitantes del pueblo o a través de las conversaciones con los protagonistas de
estos sobre los sucesos que han ocurrido.
Recomendado
para aquellos que quieran leer algo diferente a lo común de la actualidad,
también para aquellos que quieran descubrir el análisis de Jean Giono sobre la
humanidad y sus sombras. Y por último para aquellos que necesiten sentir
escalofríos frente a lectura de un texto, la novela consigue trasmitirnos la
sensación de frío de la nieve e incluso la emoción y la euforia de su protagonista
en la búsqueda y caza de un lobo.
Extractos:
Luego nos la llevaron pendiente abajo, hacia
Saint-Baudille. Despuntaba el día. Porque todo aquello sucedía en el alba
brumosa de las siete de la mañana, al olor de los fuegos de piñas que nuestras
mujeres encendían en los hogares. Nosotros nos habíamos despreocupado de
nuestras casas aquella mañana. Solo pensábamos en nuestros itinerarios, en
nuestro parentesco, tal como lo había recitado Langlois, y nuestro atuendo que,
debo decirlo, era de domingo, a pesar del paseo por el bosque que aún nos
esperaba. ¿Hay que decir que nuestros domingos de sayal y de cuero? Pueden
soportar muy bien las garras de veinte sotobosques.
Día verdoso, sin cierzo, viento de noreste,
presagios de lo que esta aquí, en esta estación, podemos llamar buen tiempo. O
sea, lo que ustedes llamarían un tiempo de perros. Vientecillo helado, y por tanto
nieve firme en los claros, nieve blanda en los lugares cubiertos, en los
valles, en las colladas anticlinales y en las solanas. Visibilidad media (que
aquí se llama muy clara): la nube palpita, se levanta cinco o seis metros por
encima de tu cabeza y luego cae hasta rascar el suelo; en el intervalo hemos
visto claro y, cuando vuelve a caer, tenemos el sentido necesario para seguir
imaginando que vemos claro. Y les apuesto lo que quieran a que, cuando la nube
se levante de nuevo, encontraré, al primer vistazo y en su nuevo sitio, las
cosas (gento o animales) que se han desplazado bajo la niebla. Cuestión de
costumbres. Digo esto para situar bien las cosas y hacer comprender que, para
las personas razonables, el arreglo de «la del Café de la Carretera» no
tenía razón de ser. ¿Pero cuándo hay una razón para las cosas?
—¡Adelante!
Recogió el gendarme que estaba en la rinconada.
Nos dijo:
—Antención, ahora es cuando necesito
disciplina. Escuchadme bien. Estoy decidido a romperle la cabeza a cualquiera
de vosotros que no me obedezca a pies juntillas. Aunque lo que veáis os parezca
extraordinario. Sobre todo si os parece extraordinario. Porque sin duda va a
ocurrir algo extraordinario; e incluso hay que desear que ocurra. Voy a entrar
en es casa; me quedaré mientras haga falta; el tiempo no cuenta; esperadme
aquí. No os mováis. Y esto es lo que va a ocurrir (si es que veo claro, dijo):
la puerta se abrirá. Y ese hombre saldrá. Dejadle marchar. No gritéis. No os
mováis. No disparéis. Dejadle ir, ¿entendido?
A mi aquello me parecía demasiado pasado de
vueltas y se lo dije. Entonces, palabra de honor (diría Frédéric II), me agarró
por la corbata y me dijo:
—Escúchame bien, Frédéric, si haces un gesto,
si dices una palabras, es a ti a quien me cargo.
Iba en serio.
Para él, cenar en la ciudad quería decir la
chistera, que repartir patadas en el culo de para todos, y el restaurante más
grande de la Place Grenette. No había puesto el pie allí dentro en toda mi
vida, ni había soñado jamás con poder hacerlo; para eso había que ser de otra
clase. Había maletas en la puerta, y, en la tonalidad azulada de la luz de gas,
la sala centelleante en la que entramos era toda un batir de abanicos, boas de
plumas, penachos y el alegre descorchar de las botellas. Entreví inmensos escotes
en forma de corazón, ornados en perlas, y esas espaldas de una blancura con
destellos cobrizos que exigen al menos tres generaciones de desayunos en al
cama para surgir del corpiño como cisnes de lago.
Pero con Langlois no era necesario ser bella, ni
ser joven, ni ser rica para ser alguien; bastaba con estar con él. Sé muy bien
cómo juzgar la actitud de los mozos de café: detecto si se burlan del público o
si aprietan las nalgas al andar. El maître que nos recibió y nos precedió hasta la
mesa que había elegido Langlois apretaba tan ostensiblemente las nalgas al
andar, que nuestra llegada pareció muy natural e incluso suscitó cierta
admiración. Y allí había mujeres de las que yo habría sentido malévola envidia
y celos incluso en mis tiempos de «fiera belleza».
Editorial: Impedimenta
Autor: Jean GionoPáginas: 224
Precio: 18,60 euros
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