sábado, 23 de junio de 2012

Fragmentos Nº45: Un rey sin diversión


Jean Giono
Un rey sin diversión

En cuanto empezó el invierno, volvió Langlois. Venía solo. Dejó el caballo en casa del alcalde, pero llevó la mochila al Café de la Carretera.
—Soy un viejo solterón —dijo—, y si me quedara allí arriba molestaría a la alcaldesa. Aquí me puedo fumar mi pipa y quedarme en pantuflas. Y me gusta la compañía. Ya no es cuestión del servicio. Tengo tres meses de permiso.
En fin, dijo todo lo que tenía que decir para que la gente se acostumbrase a verlo tras los cristales del café, sentado a horcajadas en su silla, mirando como caía la nieve.
Llevaba buenas armas y las cuidaba bien. Sus armas crearon tradición: de un fusil reluciente se dice aún en esa zona que es un langlois. Alineó sus pistolas sobre una mesa de mármol, a su lado. Las engrasó, las secó, puso los mecanismos al vacío, limó cuidadosamente los gatillos: «Esto acierta al milímetro», dijo. Apuntaba a los copos de nieve y los mantenía a tiro con el cañón de sus pistolas durante todo su descenso, sin perderlos de vista ni un segundo. Cargó sus armas, las instaló a su alcance:
—Y ahora —dijo—, a hacer de burgués. Y se ajustó la gorra de policía en plan chulo. Burgués de una burguesía que exhalaba un violento perfume a Abd el Kader.

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