Las
horas oscuras
Los
hábiles dedos de la muchacha punteaban las cuerdas del arpa con precisión y las
notas se extendían por el majestuoso salón engarzándose en una suave melodía
inspirada en un antiguo himno celta. La dulce voz de la joven ora se elevaba
aguda como el trino de los pájaros ora descendía como el rumor sordo de las
olas al morir en la arena. Los versos que entonaba relataban las gestas del príncipe
Patrick, el primogénito de la familia O’Brien. «Hice componer a un viejo bardo
la historia y las terribles consecuencias de su muerte —Había explicado Cormac a su invitado de honor antes
de que la joven iniciara el canto—. Deseo que permanezca para siempre en el
recuerdo de nuestros súbditos, que se escuche en cada feria, en cada celebración;
fue un gran músico. Recordad, hermano Brian, que el lugar que habitáis contiene
el alma de un héroe celta que dio su vida hace ya treinta años.» El nostálgico
eco de la composición reverberaba en los muros, engalanados con gruesos cortinajes
encarnados, escudos con el emblema de la familia y grandes cornamentas de
ciervo. Varias antorchas y un gran fuego en el hogar de piedra iluminaban con
trémulo resplandor la estancia principal del castillo de Cormac O’Brien.
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