Juan
Francisco Ferrándiz
Las
horas oscuras
Dio
otro paso atrás y, en el intento de conjurar aquella presencia que sin duda no
era Brian, se persignó, pero el monje siniestro reaccionó avanzando con rapidez
hacia él. Roger retrocedió sin darle la espalda.
—¿Quién
sois? —preguntó con valentía.
—Odio
—fue la respuesta susurrada cuando ya esta ante Roger—. El segundo ángel
anuncia el fin. ¡Nunca averiguaréis la verdad!
Roger
aplacó el pánico y se preparó para defenderse. A pesar de su corpulencia,
entrenaba asiduamente junto al resto de los frates y era diestro en el combate
cuerpo a cuerpo. Pero cuando levantó el candil reconoció las facciones ocultas
bajo la capucha y se quedó desconcertado.
—¡No
lo entiendo!¿Qué estáis haciendo?
El
filo de una daga trazó un arco en el aire y destelló con la luz de la llama. El
monje francés soltó la lámpara y se llevó las manos a la garganta, por la que
manaba un torrente de sangre que le empapaba ya el hábito. La llama, al
contacto con la humedad del enlosado, menguó hasta extinguirse y las tinieblas
regresaron a la biblioteca.
El
agresor se descubrió la cabeza. Al afable hermano Roger de Troyes se le escaba
la vida, se retorcía en el suelo y lo observaba con ojos muy abiertos,
acusadores.
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