Pilar
Adón
El
mes más cruel
—No
creo que pueda soportar esto —siguió César.
Ella
no hizo ningún comentario. Pero sonrió porque intentaba sonreír a menudo. Y
también a menudo asentía ante las afirmaciones de César.
Luego se dedicó a observar los dibujos de la alfombra que, extendida bajo la mesa central de la sala, cubría gran parte del suelo, hasta llegar a sus pies. Aquella alfombra había estado allí siempre, creía recordar. Desde su infancia. Con las figuras geométricas que se desplegaban por su superficie dando lugar a formas imposibles, inacabadas, casi trampantojos sin vocación de serlo. Intentaba descifrar el laberíntico sentido de una de aquellas estructuras, cuando volvió a escuchar:
Luego se dedicó a observar los dibujos de la alfombra que, extendida bajo la mesa central de la sala, cubría gran parte del suelo, hasta llegar a sus pies. Aquella alfombra había estado allí siempre, creía recordar. Desde su infancia. Con las figuras geométricas que se desplegaban por su superficie dando lugar a formas imposibles, inacabadas, casi trampantojos sin vocación de serlo. Intentaba descifrar el laberíntico sentido de una de aquellas estructuras, cuando volvió a escuchar:
—¿Has
oído lo que te he dicho? No creo que pueda soportar esto.
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