Jean
Giono
Un
rey sin diversión
Pero
hay que volver a subir. Aunque el vendedor ambulante solo pase una vez al año,
trae tantos ejemplares de Veillée des Chaumiéres por dos chavos, que todo el
mundo se entera de lo que ocurre con Garibaldi, con el mariscal Prim y con las
exigencias de libertad. Ya nadie puede ignorar su siglo en ninguna parte. Hay
que elegir el miedo, y no la bóveda.
De
nuevo ponen el fusil al alcance de la mano, sobre la mesa, junto al plato de
sopa. Las contraventanas, cerradas, la puerta, atrancada. No se ve la noche.
Solo se sabe que la nieve ha empezado a caer de nuevo. Se hace el menor ruido
posible al respirar, para asegurarse de no perderse ninguno de los ruidos que
hace el resto del mundo, poder interpretarlos, saber de dónde vienen: si es de
la rama de sauce que cruje bajo una nueva carga del hielo; si es el papel
pegado a un cristal roto que vibra o golpetea; si es el pestillo que tintinea,
un voladizo que gime, si son ratas que corren.
Todavía
quince horas de espera.
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